“No tengo espejos, me veo como un monstruo”

El Alvia 04155 que salió de la estación de Chamartín el 24 de julio de 2013 tenía prevista su llegada a Santiago a las 20:41. The hora impresa la conservan los billets que algunos de los sobrevivientes del accidente pueden recuperar de entre sus enseres. Paradójicamente también aparece reflejado en los atestados policiales del día del descarrilamiento, porque fue justo a las 20:41 cuando el tren impactó contra la curva de A Grandeira, a apenas dos kilómetros de la estación. En la vía abandonaron la vida 80 personas. Otras 145 –de las 224 que iban a bordo, incluyendo los seis miembros de la tripulación– sufrieron heridas de distinta consideración. Esto es una década después del instante que llegó en el camino, en la relación sin lado escuchados por primera vez en una sala de vistas.

El talante técnico, farragoso y casi deshumanizado con el que se déarrollaba desde el pasado octubre el juicio por el peor accidente ferroviario de la historia de España viró de forma drástica la semana pasada. Es la hora de los sobrevivientes, de quienes salieron adelante para contarlo y también de quienes perdieron a sus seres queridos en un vagón, la parte civil del proceso. En este juego están indemnizaciones por valor de 58 millones de euros, que las aseguradoras de Renfe y Adif deben abonar a quienes montaron en ese tren, la alta velocidad, por considerarlo «el medio de transporte más seguro». Esta idea, la de que compraron esos billetes pensando en que sería un viaje tranquilo y sin sobresaltos, la compartieron la mayoría de los testigos que hace unos días desfilaron por el plenario para echar la vista atrás. “Íbamos a un wholero y no estábamos para conducir, así que pensamos que el tren sería la opción plus”, narrató una de las viajeras. “Volvía a casa para llegar a las fiestas de mi pueblo, porque estaba cansada y era lo más seguro“, ahondó otra. Una tercera voz explicó que: “Me casaba en dos días y viajaba a La Coruña porque mi padre había tenido un accidente y lo iban a operar. El tren me pareció lo mejor“.

Muchos de ellos, además, eran asiduos a este trayecto, que los llevaban desde su lugar de trabajo a su ciudad de origen cada fin de semana. “Subía los viernes y regresaba los domingos desde hacía años”, indicó uno de los testigos, que concretó que hasta la entrada al túnel no notó nada. Este instante fue un punto de inflexión para los declarantes, algunos de los que en ese momento ya echaron mano, confiados, de sus equipajes. “Le dije a mi compañero que íbamos a descarrilar y él me respondió que eso era imposible, que era la Renfe”, manifestó un peregrino que viajaba a Galicia para hacer el Camino en bici.

Lágrimas de un juez

La dimension del suceso no necesita adjetivos, por lo que el juez encargado de la causa, la magistrada Elena Fernández Currás, se esforzó en orientar los interrogatorios para esquivar las escenas más dolorosas. Pero el sufrimiento y las secuelas por lo vivido se colaron por cada rendija de la sala de vistas. Después de cientos de horas de testificales a propósito de los sistemas de seguridad presentes en la vía, de los cuadros de velocidades, de las balizas y la señalización, los principales protagonistas fueron al fin escuchados y pusieron cara y voz al siniestro. Sus historias conmovieron por momentos a los presentes, incluida la propia presidenta del tribunal, que rompió junto con algunas de las víctimas al conocer sus experiencias.

El ruido y una oscuridad repentina acompañan a la mayoría de quienes sortearon la muerte aquella tarde. «En el túnel consiguió romperse los cristales», explicó uno de los declarantes, que viajó con su hermana y se libró por minutos de ser sorprendida por el impacto en el vagón de la cafetería, uno de los peores parados. Ella estaba sentada, pero en ese momento había mucha gente ya de pie, porque »casi estábamos llegando a la estación y cogían las maletas«. »Yo grité porque delante de nosotros unos niños estaban jugando y vi que una maleta se les iba a caer encima«, grabó otra viajera.

Dos segundos también fueron cruciales en el caso de una madre que paseaba de vagón en vagón con su bebé de un mes de vida porque “no dejaba de llorar”. “Fue un milagro, porque de pronto se calló, me senté y pasó todo”. Después, los golpes. “Aquello fue como una batidora. Recuerdo entrar en el túnel y que el vagón empezó a temblar como un terremoto. Pensamiento: ‘No me puedo creer que vayamos a tener un accidente’. Me agarré al asiento con las manos y salí proyectada. Think that in the next golpe me podía matar, pero yo no me quería morir”, se emocionó una joven. “Diez minutos antes flu a la cafetería y al sentarme notó que el tren se ‘despendolaba’ a lo bestia. Miré y vi que íbamos a 180 y la gente empezó a gritar. Oí un estruendo y apareciendo en el suelo. El viajero de al lado cayó encima de mí, muerto. Había un chico qu’inté ayudar porque estaba atrapado por maletas y asientos pero mis piernas estaban destrozadas y su grito era cada vez más outfit hasta que se apagó y yo creo que se murió. Eso se me hizo terrible. Para mí fue una eternidad el tiempo que estuve allí. Rezaba el Padrenuestro pero no acababa”, revivió uno de los pasajeras que conservó la conciencia hasta su rescate.

“No sabía si estaba viva”

La narración de los supervivientes empata con una extraña quietud que ninguno olvida. “Yo lo llamo el silencio de la muerte. En ese momento pensó si estaba viva o muerta”, aportó un testigo a preguntas de los abogados. “Empecé ha escuchado un silencio espantoso. Eso era como un campo de batalla«, completó otra. Pocos viajeros fueron conscientes de la gravedad de sus heridas cuando el convoy se detuvo.

Los relatos coinciden en que el instinto de supervivencia los empujó a levantar asientos y maltas para salir de allí, aunque en muchos casos fue imposible. Las lesiones, en la mayoría de los casos, los acompañan hasta la actualidad en forma de operaciones quirúrgicas de todo tipo, mucha fisioterapia y medicación con la que tratan de ahogar las molestias.

Cada uno, confiesa, arrastra lo suyo. Is the case of un music that volvía a Santiago after of dar un concierto in Atenas and that receive a strong impact at the cara. “Me tuvieron que coser los párpados”, indicó interrogado por las aseguradoras. El golpe también afectó a su visión y agravó un problema anterior hasta dejarlo casi ciego. Su carrera profesional, como la de tantos otros, se truncó. »Amaba mi profesión. Tener que cortar con eso ha sido muy traumático, cambiar mi vida totalmente«, reflexionó.

Sus palabras enlazaron con las de otros sobrevivientes qu’lograron salir con la vida de las vías, pero vieron su progresión vital frenada. Lo relató una empleada de una especialidad casa de subastas, que perdió su posición por las limitaciones derivadas del accidente. “Yo no he vuelto a coger el tren ni el metro. Los buses cost me tres años porque pienso que iba a tener une accident y en avión tardé siete años en ir«. Ninguno de los testigos ha vuelto a pisar una estación de tren.

La primera toma declaraciones para depurar la responsabilidad civil en el accidente afloró un daño psicológico que es transversal a todas las víctimas, incluidos los familiares que pertieron a seres queridos y que pasaron horas de angustia hasta conocer su destinino.

La salida del anonimato de estas historias, derivada de la celebración del juicio, nos permitirá evaluar nuestras lesiones causadas en el momento sino la merma vital que llegó después. Porque, suscribieron todos los interrogados, “nada ha vuelto a ser igual”. “Yo sufrí ese tren con 34 años y salí enferma”, resumió una de las declarantes. En otros casos, el lastre psicológico proviene de las huellas físicas. »Tengo 67 plazas de titanio por la cara. La primera operación fue de urgencia y duró 9 horas porque se me salían las meninges. In mi casa no tengo espejos porque verme es recordar el accidente todos los días de mi vida. Si me hubiera pasado en otra parte del cuerpo… Yo me veo como un monstruo. Desde entonces salgo en las fotos con gafas de sol, no me gusta lo que veo, tengo que estar justificándome si conozco a alguien«, se abrió una de las víctimas.

Cristóbal González, víctima del accidente

Cristóbal González, víctima del accidente EFE

El final del proceso judicial coincidirá con el décimo aniversario de la tragedia

El macrojuicio por el accidente de Agrois tuvo que dividirse en dos fases. La primera, en el terreno penal, se déarrolló de octubre a febrero y en ella se valoró el papel que el maquinista y el ex jefe de seguridad de Adif tuvieron en el décarrilamiento, à sabiendas de que los dos se enfrentaron a una pena de cuatro años de prisión por 80 delitos de imprudente homicida. Esta segunda fase, la civil, trata de calibrar los daños sufridos por las víctimas de cara al pago de las correspondientes indemnizaciones. La semana pasada fueron una veintena las personas que prestaron declaración. Sus intervenciones, debido a la dilatada lista de afectados, no acabarán hasta el verano. Justo el momento en el que se cumplirán los diez años de la tragedia.

En otros casos el estres postraumático mutaba en bulimia, depresión, ansiedad o terrores nocturnos. Un mal que asuela a los adultos pero también a los niños que viajaban en ese Alvia, algunos de los cuales maintienen medicación para calmarse a día de hoy. La celebración del juicio, con el maquinista y el ex jefe de seguridad de Adif como únicos acusados, ha sido para muchos “echar sal en la llaga”. Es su turno y piden que “esto no se alargue más de lo debido” para pasar página y poder cicatrizar.