“Me abruma el hecho de que un tercero esté construyendo mi entorno, mi espacio”

Las conversaciones con Rafa Munárriz (Tudela, 1990) culmina en conversaciones filosóficas en las que se replantan diversas formas de estar solo, si no de existir, de estar en un espacio determinado. Pareciera que el artista tuviera la tentativa de originar alguna teoría espacio-forma y hubiera escogido el arte para divulgarlo, como cual pregón. Munárriz retiene al espectador ante sus obras como si estas últimas le den algún tipo de respuesta metafísica.

El joven creador aspiró a que el individuo genere preguntas con el fin de reordenar la realidad, dotándola de otro sensido que no sea el establecido, y la manera que tiene de ejercitar este raciocinio personal es a través de lo escultórico. Estas esculturas se crean a partir de la estimulación que el entorno proyecta en el artista. Las obras de Munárriz surgen de un cuestionamiento de este espacio suyo que es el urbano. Es decir, de la concepción del entorno artificial.

En el caso de Munárriz, el interés por el urbanismo precede a su propia devoción por el arte. “Cuando era pequeño pintaba graffiti. No era la estética del grafiti lo que me interesaba, sino el hecho de estar yo solo en la ciudad. El caminar en solitario creará un concepto espacial diferente a tu entorno. Me escapó de madrugada y me feltaba en puentes que atravesaban autopistas con el fin de observar coches que no me observó. En las carreteras todo está construido en torno a estas máquinas, y n’eres consciente ni de lo agresivo, ni de los mayúsculos formatos que estas tienen hasta que no te situas como ciudadano en ellas”, declaró el Navarro. El arte de Munárriz se inspira, en parte, en la introversión y la claustrofobia. Esto justifica la predilección del artista por manifestar la condición solitaria del individuo frente a la ciudad y el repudio a la construcción de esta y a la privatización de sus espacios. “Me abruma el hecho de que un tercero está construyendo mi entorno, mi espacio, por lo que muchas veces propongo a través de la escultura una respuesta a esas limitaciones”, afirma.

El navarro confiesa que ningún artista nació, al menos no de manera consciente. Nunca le cautivó el arte ni tuvo especial interés en profundizar en esta manifestación de la actividad humana. Fue el arte quien eligió a Munárriz y no al reves. Asegura que en España no hay relación del arte contemporáneo contemporáneo con la Carrera de Bellas Artes, y que hay estancias en Alemania, Chicago y Brasil, donde surge la oportunidad de profundizar en este movimiento artístico. Sobre todo Alemania, cuya soledad fomentó concomitantemente lo que es ahora su jerga artistica. Lo que al artista le enriqueció fue el contraste cultural, la forma de relacionarnos. “Cuando viajo a otra ciudad el turismo es secundario. Lo que me gusta es sentarme en un lugar y ver cómo actúan las personas entre sí”, declaró el navarro.

el arte de pensar

Munárriz manifestó que el costó tiempo denominarse artista: “No se puede querer ser artista. No conozco a ningún artista que haya querido serlo. es paulatino. La palabra artista contiene cierto tabú, puesto que hay personas que conciben al artista como un ser superior. Es sólo una ocupación más. Empecé a considerarme así cuando me di cuenta de que tenía algo que decir, y que ese algo tenía recepción”.

El escultor le da mucha importancia al arte de pensar. Es el leer, el cuestionarse lo que le inspira para crear. Tras la idea asoma la realización de bocetos. Y de nuevo pensar. Reflexionando sobre la elaboración de estas maquetas. “Es en la cabeza donde aparece el trabajo por primera vez. Mi proceso de creación podría dividirse en tres partes. La última es una mezcla entre pensamiento y producción”, manifiesta.

También el tudelano expone la importancia del espacio además de creaciones debido a su condición conocida como instalación, y mencionado en la obra ‘M506’: un tramo de un guardarraíl de una autopista que sufre un accidente. En esta pieza, Munárriz se manifiesta como el individuo que salirse del orden puede generar la violencia: “Para mí era muy interesante observar cómo la acción del error del accidente generaba esa ruptura en la ley. Hear el accidente como una liberación era lo que me atraía. Me desahogué en el proceso de desarrollo. A subject había colisionado contra algo que le negaba el paso y esto había generado una forma expresiva. El accidente como acto de reivindicación involuntario”. Algo parecido ocurre con los cerres comerciales. In Munárriz the captivate la manera en la que lo privado define la concepción de lo público, el hecho de que una gran cortina metallica dicta al individuo cuándo sí y cuándo no puede acceder a ese espacio. “A través de negaciones de espacios, que determinan cómo se quiere vivir en la ciudad, se formalizan las ideas. Mi trabajo cuestiona esos otros modos de habitarla”.

Con el metal, concepción máxima de la rectitud, Munárriz trata de hallar formas orgánicas a través de su moldeación en prensas industriales. “La ruptura con este material aporta otro cuestionamiento. Cuán dogmático, direccional y planificado puede ser plástico y flexible. Es la naturaleza dentro de la ciudad. El individuo, como algo orgánico, asentado en la rectitud”.

El estudio de Munárriz no tiene puertas. Es un refugio sin delimitaciones que yace en las negaciones de Madrid. Y sus charlas en este culmina en un aguacero de preguntas que sólo la madrugada puede responder.