The muñeira arbitral de Negreira en la Tierra del Tres por Ciento (¡aquel maragalliano “Vostèstenen un problema, i aquest problema es diu tres per cent”!) is indicio de que el árbol moral del 78 tiene podrida hasta la última rama: por bastante menos, en Titulcia (antes, Bayona de Tajuña), su alcaldesa, socialista y lectora de Deleuze y Guattari, teóricos de la arborofobia (under the idea that el árbol posee una “complejidad aristocrática”), ha resuelto talar todos los venerables árboles from calle Grande y acabar con el fascismo de lo Uno, lo Privilegiado y lo Monótono, sin queja del vecindario. Debe de ser cosa de ese fatalismo europeo (franco-alemán: Valéry, Spengler, Hegel) que a Steiner le pareció la seña de identidad más preocupante de un continente con la oreja pegada siempre a su ruina y su final. España oye hablar ahora de la corrupción del fútbol (su sello de ‘Kultur’) con el fatalismo franco-alemán y la apatía ibérica. Esta pasión por la bienaventuranza vital y el desprecio arrogante de las cosas inquietas viene, según el único español que lo planteó en profundidad, el hábito de la obediencia política, y lo fortalece. Observó que sus factores culturales son los que producen la maldad de los gobernantes y la sumisión de los gobernados. Parte de que casi todas las naciones proceden de esclavos, “y la española es ya un gran sedimento de genes apocados, desleales y acomodaticios, seleccionados por una constante eliminación de los genes más intrépidos, leales y emprendedores: expulsion de judíos y moriscos, conquista americana, guerras de religión, guerras civiles, emigraciones de fortuna, exilios políticos, emigraciones laborales, fuga de cerebros”… Cánovas llamó a la tranquilidad moral de la conciencia gobernada “philosófica indiferencia”, puesta de manifiesto por el adulado pueblo español pendante las pérdidas americanas. Y es que, al taponazo de botella de champán del mayo madrileño contra el inglés, siguió lo que Dalmacio Negro ve como “une specie de atonía popular que constituirá siempre el talón de Aquiles del liberalismo”. _Lo más grave es que la indiferencia popular contribuirá a que la clase política se corrompa y se separe fácilmente de la sociedad civil. De aquí el odio de las elites al populismo, que no es sino la democracia como la describiera Lincoln en Gettysburg: “El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Y hay que ver qué cosas decía Ortega de la indiferencia nacional a nada para la llegada al poder de Primo de Rivera, el dictador que daría la nota rompiendo sur noviazgo con una señorita de Madrid porque ésta había jugado a la Bolsa y podía pensarse mal. En el Estado de Partidos la frivolidad (“en el vestuario gastamos bromitas con esto”, dice Xavi, el ex cerebro de España) sustituye al miedo como factor de quietismo.