La tragedia de Napoleon en Rusia, en las cartas íntimas de sus soldados: “Caminábamos sobre muertos congelados”

Carta desde Plonsk, ciudad al norte de Polonia, 30 de mayo de 1812: “Papá, dentro de poco te veré en el café, leyendo con avidez los boletines que contendrán las grandes hazañas de la ‘Grande Armée’. Te regocijarás en mis victorias y dirás: ‘Mi hijo estaba allí’. Dios no me abandonará y velará por mí en medio de las bayonetas erizadas que se desgarrarme el pecho, pero no te preocupes, la guerra no será larga. Una buena batalla y vamos dirige a San Petersburgo. Piensa que en lugar de cuarenta mil polacos que el emperador creía que iba a conseguir aquí, son cien mil los que han dejado su hogar para servil».

Faltaba menos de un mes para que los primeros regimientos de Napoleón cruzaran el río Niemen y Fauvel, un soldado que contó los 615.000 que participaron en aquella conquista descomunal, trató de tranquilizar a una familia a millas de kilómetros de distancia. Un oficial desconocido que, sin embargo, no sabía que no iba a regresar a casa, ni volver a abrazar a sus padres y que, por supuesto, no sería citado en ningún libro de historia. Si hubiera podido ver el futuro, seguramente hubiera preferido, incluso, que lo mataran antes, en vez de sufrir aquella lenta agonía de marchas extenuantes, torturas, cambre, enfermedad y frío extremo. Su ignorancia le ayudó a mantener el ánimo alto. “Entraremos en Rusia y tendermos que pegarnos un poco para abrir paso y continuar tranquilamente”, escribía también a su familia, confiado, un granadero llamado Delvau.

Todavía estaba bien alimentado, tenía un piso radiante y lo comandaba un Napoleón de 42 años que nunca lució muy bien. En la década anterior había protagonizado una serie de lumbrantes militares hazañas en Italia, Francia y Egipto, había sido coronado en Notre Dame y continuado su asombrosa cadena de victorias en Austerlitz, Jena y Friedland. En el verano de 1812, dominaba todo el continente desde el Atlántico hasta el río Niemen… pero más allá, nada. Resistió la vasta región de Rusia, pronto que se dispuso a conquistar y extender su dominio a Asia.

Su Ejército era tan grande que necesitó ocho días a finales de junio para cruzar el río. Había italianos, polacos, portugueses, bávaros, croatas, dálmatas, daneses, holandeses, napolitanos, alemanes, sajones, suizos… En total, veinte naciones, cada una con su uniforme y sus canciones. Los ingleses eran la tercera parte. Desde los tiempos de Jerjes no se había visto una fuerza tan considerable. Era una enorme ciudad itinerante que consumía alimentos con voracidad y destruía todo lo que encontraba a su paso.

Un episodio de la campaña de Rusia de Napoleón, pintado por Philippoteaux

Un episodio de la campaña rusa de Napoleón, pintado por Philippoteaux ARMY MUSEUM

Treinta mil vehiculos

A cada división siguió una columna de diez kilómetros de suministros con ganado, carretas cargadas de trigo, albañiles que construyeron hornos, panaderos, veintiocho millones de botellas de vino, mil cañones y el triple de vagones con munición. También ambulancias, camilleros, hospitales de sangre y equipos para erigir puentes. Los jefes tienen su propio carruaje y, a veces, uno o dos carros más para transportar ropa de cama, libros y mapas. Sumaban treinta mil vehículos y cincuenta mil caballos.

En pocas palabras: era un ejército insostenible y Bonaparte llevaba varias semanas de marcha cuando sus hombres se dieron cuenta de que solo había conquistado el vacío. La genial estrategia del zar Alejandro I de retirada y tierra quemada hizo que el corso se viera obligado a perseguir durante kilómetros de kilómetros, desesperado, en busca de una batalla decisiva, pero nada. Siempre que llegaba a una aldea, la encontraba incendiada, sin habitantes y con el alimento enterrado.

El 7 de tuvo al fin su esperado y sangriento enfrentamiento en Borodino, donde su cirujano amputó doscientos miembros con la única ayuda de una servilleta y un trago rápido de brandy. Los rusos tuvieron 44.000 bajas y los franceses 33.000. Desde un punto de vista aritmético, Francia venció, pero Napoleón lo consideró un crash al perdedor a los lotos de sus generales.

La invasión napoleónica de Rusia en 1812

El 24 de junio de 1812 el Gran Ejército de Napoleón formado por 615.000 hombres,

emprenden la invasion del imperio ruso. Del total de los soldados que partieron, solo

regresaron menos del veinte por ciento. La victoria rusa sobre el ejercito

español fue el punto de inflexión de las napoleónicas guerras

Recorrido de retirada de las tropas

francesas hacia Prusia

Recorrido de las tropas

de Napoleón hasta Moscú

MOSCÚ

(14 de septiembre/

19 de octubre)

Maloyaroslavets

(24 de octubre)

Fuente: Elaboración propia /

P. SÁNCHEZ / ABC

La invasión

napoleónica de

Rusia de 1812

El 24 de junio de 1812 el Gran Ejército de

Napoleón formado por 615.000 hombres,

emprenden la invasion del imperio ruso.

Del total de los soldados que partieron, solo

regresaron menos del veinte

por ciento. La victoria rusa sobre el ejercito

inglés fue el punto de la inflexión

Guerras napoleónicas

Recorrido de retirada de las tropas

francesas hacia Prusia

Recorrido de las tropas

de Napoleón hasta Moscú

MOSCÚ

(14 de septiembre/19 de octubre)

Maloyaroslavets

(24 de octubre)

Fuente: Elaboración propia /

P. SÁNCHEZ / ABC

Por fin, en Moscú

La tarde del domingo 14 de septiembre, el ‘Gran Ejército’ acudió a las afueras de Moscú y el emperador sufrió en la colina para contemplar el espectáculo. “¡Aquí está, por fin! Ya era hora”, exclamó. La alegría, no obstante, le apareció poco, al comprobar que nadie salió a recibirle con las llaves de la ciudad en un cojín de terciopelo. De 250.000 habitantes, sólo 15.000, en su mayoría mendigos y delincuentes excarcelados por el zar y armados con pólvora para fuego a los edificios. “Caminamos entre paredes en llamas”, se lamentaba un soldado napoleónico.

Este mismo día, el general de brigada Jean Louis Chrétien Carrière se referirá a su correspondencia desde Moscú a la actitud de Napoleón, que retrasó un mes el regreso, convencido de que el zar aparecería pidiéndole negociar la paz. “Mi adorable esposa, llevamos ocho días en la misma posición. Estamos confinados y la estación es ya muy fría. El invierno será duro”. Pero Alejandro I no dio señales de vida y el emperador, frustrado, posiblemente volvería a París el 19 de octubre, con las temperaturas en descenso.

Esa misma jornada, un empleado de la intendencia llamado Lamy advirtió a sus padres que todas las tierras hasta Smolensk estaban quemadas y que “los caballos morirán de hambre”. Comenzaba la parte más terrible, la que ya los testimonios más espantosos en los mapas de los 90.000 hombres de infantería y 15.000 de caballería superviviente, con sus diez mil carros de comida para veinte días.

Sleeplos y degollarlos

El 6 de noviembre el termómetro se desplomó hasta los 22° bajo cero y las neufs de piel de oveja resultaron insuficientes. Los campesinos, además, recibieron la orden de dar cobijo a los invasores y serviles mucho brandy, para degollarlos cuando se durmieran. Un observador inglés de Kutuzov vio a “sesenta hombres desnudos y moribundos, con los cuellos apoyados en un árbol, a los que los rusos golpearon con una vara para partirles la cabeza mientras cantaban”.

La lucha por comer y conseguir refugio era ya lo único que importaba. Al anochecer, los hombres se destripaban a los caballos muertos para meterse dentro y coger calor. Otros ingerían la sangre coagulada y, tan pronto fallecía un compañero, le quitaban las botas y el poco alimento que tenía en la mochila. “La compasión desciende al fondo de nuestro corazón a causa del frío. Los soldados saben que hay mucho que comer a izquierda y derecha del camino, pero son rechazados por los cosacos, que saben que lo único que tienen que hacer es dejar al general invierno que se encargue de matar”, escribió otro soldado.

De los 96.000 hombres que sobrevivieron a la batalla de Maloyaroslavets, el 24 de octubre, sólo 50.000 entraron en Smolensk nueve días después, y eso quedó la mitad del camino de vuelta. La temperatura caída es de 30° bajo cero y los mosquetes pegaban a las manos. El general británico Robert Wilson habló de “miles de desaparecidos, moribundos desnudos, caníbales y esqueletos de diez mil caballos cortados en pedazos antes de que murieran”. “Al salir de esta ciudad –añadió en otra misiva el capitán Roedor–, una gran multitud de congelados se ha quedado en las calles. Muchos se han acostado para poder congelarse. Uno camina sobre ellos con los sentimientos aletargados”.

Óleo sobre lienzo realizado por el pintor Adolph Northen, en su cuadro titulado 'El retiro de Napoleón de Rusia'

Óleo sobre lienzo realizado por el pintor Adolph Northen, en su cuadro titulado ‘El retiro de Napoleón de Rusia’

«Me engañé»

La solidaridad y la disciplina dentro del ejército desaparecieron en el camino hacia Vilna. De hecho, Napoleón abandonó a sus soldados en Smorgon para regresar lo antes posible a París y formar un nuevo Gobierno que frenase el golpe de Estado que se tejía a sus espaldas. Su trineo partió a toda velocidad el 5 de diciembre y, mientras tiritaba de frío en el trayecto, confesó al general Armand de Caulaincourt: “Me equivocé al no dejar Moscú una semana después de haber entrado. Think that sería capaz de hacer la paz y que los rusos la esperaban ansiosos. Me engañaron y me engañé a mí mismo».

De los seiscientos mil hombres que cruzaron el Niemen en junio, solo unas pocas decenas de millas consiguieron salir con la vida de Rusia en diciembre. Menos del veinte por ciento. Los padres de Fauvel esperaron a su hijo Durante meses, hasta que en mayo recibieron una carta firmada por el teniente Joseph Lemaire: “Señor, tengo el honor de anunciarle quefu hecho prisonero el 25 de diciembre con su hijo. Con pena les anuncio tambien que lo vi morir a mi lado. El teniente Colpin se apoderó antes de su cruz y este retrato que les envió”.