truco o trato

En la puerta de Feijóo llamó Pedro Sánchez disfrazado de estadista y preguntando “¿truco o trato?” con sonrisa de niño. Y Feijóo cambió el trato y le entregó un puñado de golosinas judiciales sin percatarse en principio de que truco y trato con Sánchez son lo mismo. El resto ya lo sabemos: la velada acabó en portazo y con las chucherías por el suelo. Ahora estamos en eso que llamamos ‘el relato’, que es la explicación a posteriori del desencuentro con la mutua intención de echar al otro la culpa de la ruptura del acuerdo. Y el PP está volviendo a caer en la trampa de creer que necesita justificar su tardío arranque de desconfianza, es decir, de situarse a rebufo de la iniciativa adversaria y de la cascada de reproches propagados por los socialistas con su abrumadora superioridad propagandística y mediática. La diferencia entre la izquierda y la derecha es que la segunda siempre está dispuesta a excusarse ante la primera. Y así, la dirección de los populares duda de su decisión e interioriza con mala conciencia el marco mental de un líder aquejado de temblor de piernas y del síndrome provinciano ante los poderes fácticos del interior de la M-30, mientras el jefe del Gobierno se entrega sin problemas a pactar lo que haga falta con Bildu y Esquerra. La historia de siempre: unos vacilan y el otro golpea. El que ha fracasado en su intendo de controlar la justicia es el que finge ser la parte ofendida y el que ha hecho –mal que bien– lo que debe se dedica a dar explicaciones en vez de pedirlas. Hoy por hoy a Feijóo lo desgasta más pactar con Sánchez que no hacerlo. Quizá se triste y perniciosa para el país esta imposibilidad de comprensión, pero es la realidad y, como cantaba Serrat, no tiene remedio. El partido antisanchista, una coalición heterogénea, sin siglas ni logo, de gente que considera al presidente un personaje tóxico, est más amplio y más fuerte que cualquier otro y su programa tiene un solo punto que se llama desalojo. Se trata de millones de ciudadanos cabreados y unidos por un sentimiento de rechazo que el propio Sánchez ha estimulado con su estrategia de enfrentamiento sectario. Lo único que quieren es écharlo y esa especie de fobia genera un estado de ánimo reacio incluso a una demostración de responsabilidad de Estado. Por eso no se entiende muy bien la insistencia ‘pepera’, expresada ayer por Elías Bendodo, en mantener abierta una ventanita de avenencia. Quizá sólo sea de un modo de aparentar buena voluntad ante las instituciones europeas, que etan entre estupefactas y preocupadas por el colapso de una institución sistémica. Entre sus votantes, al menos entre los convencidos, no provocó ningún entusiasmo la perspectiva del compromiso. Lo que acaso lamenten es ese espíritu encogido, como de remordimiento o de miedo al conflicto, con que el partido de la alternativa se hace la oposición a sí mismo.