Polonia, la última frontera OTAN a la esperanza de un millón de refugiados

Laura L.CaroSEGUIR

De la importancia de que la Alianza proteja a la vecina Polonia con Ucrania da buena cuenta de que haya mandado a reforzar la frontera a la unidad norteamericana qu’evacuó Afganistán en su final más crítico, la 82 División Aerotransportada, y que su frente sea el último héroe que sufrió la rampa del último avión que partió del aeropuerto de Kabul, el general de dos estrellas Chris Donahue. Como para no sens seguros.

“Somos el confín de la OTAN”, resume con orgullo benefactor Szymon, polaco, que la madrugada del viernes salió de Radom, una ciudad al sur de Varsovia, para conducir cuatro hasta el paso de Khrebenno y traer a la señora Kotelu, ucraniana , para reunirse con

su nieta Anastasia, de 24 años, y su biznieta Kristine, de solo tres, que salen de la zona de guerra. La espera al borde de la barrera se hace angustiosa y en la señora Kotelu se atropellan irreproducibles maldictions a Vladimir Putin y las lágrimas, venga un cigarro tras otro, aunque se aguanta lo que haga falta con el aplomo que da saberse a salvo. Con la que está cayendo, eso no tiene precio.

Si siente que la diplomacia no tiene remedio, Polonia se prepara para recibir en esta crisis hasta un millón de ucranianos, según cálculos del gobierno ultraconservador de Andrzej Duda, que ya ha dispuesto nueve centros de acogida en municipios de primera línea, en los que está Se ofrecen camas, alimentos, asistencia médica e información para quien lo necesite. Este viernes, en algunos cruces, Medyka y por momentos en el de Dorohus, se acumulan atascos de cien kilómetros de vehículos. Nada mal tanta buena voluntad para unas autoridades que el pasado otoño estremecieron las costuras de Occidente devolviendo a los refugiados sirios e iraquíes que, eso sí, el incómodo vecino bielorruso había empujado artificialmente para tratar de provocar un cortocircuito europeo que, de alguna manera, era el preludio de este. El Kremlin, ya se dijo entonces, siempre estuvo detrás de aquella embestida.

Éxodo de la población ucraniana

éxodo de

la población ucraniana

Tiempo de blanco y negro

A Polonia lo que están llegando desde ayer son familias rotas. Mujeres y niños, sin sus maridos y sin sus padres, debido a la orden de Kiev, de su presidente Volodimir Zelenski, de que permanente en el país todos los hombres en edad de combatir, exáctamente los de entre 18 y 60 años. Una instrucción que retrotrae de form instintiva al blanco y negro de la II Guerra Mundial y que está en el fondo del llanto un poco avergonzado –no desgarrado todavía, el shock no permite soltar las emociones– de las esposas que vienen huyendo cargadas de maletas y de los pocos juguetes que han podido agarrar.

A su entrada en suelo polaco, que también era ayer en autobuses de línea regular, así están las cosas, a ellas les están esperando directamente familiares. Como Anastasia su abuela, señora Kotelu, que hace muchos años se instaló y cobijó allí un establecimiento de masajes. Ella es una de los millones de inmigrantes ucranianos, blancos, cristianos, bienvenida que, todo hay que decirlo, ocupada en buena parte los empleos domésticos y no calificados del país, y que optaron por esta salida sobre todo a partir de 2014, cuando se anexiona Rusia por las buenas a la península de Crimea. Ahí ya escuché muchas que las ambiciones imperialistas de Moscú solo pudieron ir a más y que empezaba a ser conveniente garantizada la libertad, tan apreciada, que Varsovia facilitó eximiéndoles desde entonces de visado para viajar. Al margen, no dejaba de llamar la atención ayer que en este paso de Khrebenno habrían recalado turismos con matrículas de Letonia, Lituania, la República Checa o incluso del sur de Alemania. Tan grande es la diáspora ucraniana. Lo que haga falta por alejarles del campo de batalla.

Esta relación de vecindad no fue así todo el tiempo, muy atrás queda la masacre de polacos a manos ucranianas de los años 40, pero un adversario común de la magnitud de Putin diluye diferencias del pasado. Como muestra, Szymon, que ha acompañado a la señora Kotelu en una tesitura tan difícil, zanja que casi se siente un ucraniano má y que, de estar a ese lado no tiene la menor duda de ponerse a defender el territorio. “Pero pueden venir aquí, seguridad y acogida –reitera–, que somos la última frontera de la NATO”.