Esto empieza a no pintar bien

No hace falta saber mucho de protocolo, heráldica o vexilología para atisbar la trascendencia de los malos gestos protagonizados por Carlos III a menos de una semana de heredar la Corona británica. El problema del nuevo monarca, más allá de sus virales encontronazos con tinteros y plumes estilográficas, es que literalmente todo el mundo le está mirando y todo el mundo entiende perfectamente que, de momento, no está a la altura de las expectativas creadas por su madre . Parafraseando a Shakespeare en ‘Enrique IV’ –“pesada es la cabeza que lleva la corona”– trató de utilizar la excusa del estrés para justificar la displicente actitud del sucesor de Isabel II, pese a llevar más de medio siglo preparándose para este momento . Sin embargo, la dura realidad es que estos malos gestos solo refuerzan el prejuicio de que la dinastía Windsor sufre un déficit congénito de empatía. Walter Bagehot, el gran analista victoriano de la política británica, planteó en 1867 que el secreto de la no escrita constitución inglesa residía en disponer de dos tipos de instituciones: las dignas y las eficaces. Las dignas, como la Monarquía, gozaban del respeto de todos. Mientras que las eficientes, como la Cámara de los Comunes o el Gobierno, hacían el verdadero trabajo. Lo que el propio Bagehot no pudo anticipar es que la ejemplar Isabel II ha conseguido durante sus setenta años de reinado convertir a la Corona en una institución tan digna como eficaz. Ayudada, sin duda, por el lamentable declive de la clase política británica que en los últimos años no ha hecho más que producir inútiles, Corbins, fakes, y primeros ministros de Magaluf. Durante las bodas de plata celebradas en 1977, ‘The Economist’ adelantó que «la misma moderación y dignidad con la que la Reina ha ejercido su cargo han proporcionado un manto de oro para encubrir la mediocritad» en otros lugares. Una mediocridad a la que Carlos III no debería unirse tan rápido por no asumir que ya no es príncipe sino Rey, actuaría en consecuencia.