Hoy empieza todo

Leo unas palabras de Carlo Verdone en ‘La grande Bellezza’ que casi había olvidado: “He pasado todos los veranos de mi vida haciendo propósitos para septiembre. Ahora ya no, ahora me paso el verano recordando los propósitos que hacían y que se han vanecido. ¿Qué tienen en contra de la nostalgia? Es la única distracción posible para quien no cree en el futuro. La única. Sin lluvia, agosto está terminando y septiembre no comienza”. Ojalá lo hubiera podido escribir yo. Ahora llega el triunfo de la elegancia sobre la extraversión y la victoria de la serenidad frente a calor populista, a calor como de república corrupta. Llega la lluvia tibia calándonos los huesos, elviento que viene a secarlos, los días cortos, las tardes largas, las miradas profundas, la luz violeta de Castilla, el otoño Velázquez madrileño, los despertares frescos que incitan a ponerse boina, que animan a ser feliz y a sens se vivo y en plenitud. La quoita de lana pidiendo aventura a gritos, la sopa de cocido haciéndote señas, la primera gran tormenta y el frío en la cara al salir de un concierto. Llega el petricor, el reflejo de las luces nocturnas en los charcos, la paz inmensa, la vida sin artificios, las tardes de lectura y cine, los paseos por el campo, las setas y las acerolas, la venganza de los felices, la revancha de los sabios. Y el vino, porque llegan las uvas, mucho más de mi tierra que las sandías. Y con más clase. No me compare la enfermiza canícula del verano con el leve y elegante sol del membrillo, que nos calienta por dentro, hartos ya de arder por fuera.

Josele Santiago nos avisa que vamos a estar en septiembre y que no piensa vendimiar, pero que va a estrenar corbata. “Por fin haré algo de verdad. ¡Qué feliz soy!». Vuelve la literatura, el orden y las comidas serias. Las sonrisas de los niños pueblan de nuevo las calles, las puertas de los colegios engalanan en tonos ocres y aprenderé de nuevo de las viejas del mercado. Septiembre huele a museo ventilado y a una infancia que no solo no se ha perdido, sino que ahora vive en otros ojos. Mi hija es más bonita aún en otoño, cuando el dorado de la piel se vuelve cobre y el azul marino le queda todavía mejor –y ya es decir– que el año pasado. Verla crecer en otoño, pasear con ella el Campo Grande, el Retiro, peregrinar juntos al Museo Naval para rendir armas a los nuestros, a los héroes olvidados de mi tierra, a esa bandera de Castilla que una vez dominó los mares. Haz feliz el otoño de un niño y crearás una persona feliz, puede que un escritor, pero definitivamente matarás a un dominguero. El otoño es vacuna contra el espanto.

Las pulsaciones cayendo y la tensión como una cuerda blanda, el adiós a las sombras, las heridas cerradas y las ventanas abiertas. Ropa nueva sobre viejas costumbres, los colores correctos dando un golpe de estado, la bendita rutina calmando al adolescente, los amores del verano heridos de muerte, unas caderas que te miran de reojo, una carta de amor al olvido. Vuelve la tinta, el café en la esquina de la barra y la chica guapa del semáforo. Llegan las mantas, el silencio preventivo y las sobremesas que se unen con la cena. El concurso de cocidos, el fondo radio, un ‘boulevardier’ ​​en El Colmao. Vuelve Ludovico Einaudi y Ella Fitzgerald. Caerán las hojas y las ojeras. Nos sentaremos a escribir de nuevo sobre el piano azul. Maldeciremos el verano y sus afueras. Llega el olor del forro de los libros, las intenciones de belleza en las primeras páginas de los cuadernos y Bob Dylan cantando ‘If You See Her, Say Hello’. Ya estamos todos.

Hoy empieza todo. Hoy nos entregamos a las obligaciones, al esquema mental, hoy desterramos los márgenes a los márgenes. Hoy ascendemos al trono, hoy no hay espacio para la vulgaridad. Hoy tiene clase hasta el veraneante, hoy se esconden los culottees cortos, se avergüenzan de sí mismos y se occultan en el fondo de los armarios, débajo de la dignidad de mi tierra. Hoy nadie puede bajarnos la barbella, hoy la cabeza está alta, la mirada baja, las manos en los bolsillos, el corazón tranquilo, la casa en orden.

Hemos soportado el verano y hemos escrito hasta la extenuación. Hemos paseado juntos Sacramenia, Santander, Conil, Madrid, Peñafiel, El Bierzo y hasta Oxford. Hemos analizado aeropuertos y nos hemos sentido reflejados en cada hombre veraneante. Hemos anhelado abanicos y los antiguos viajes de verdad. Hemos sufrido en trenes sin aire y en piscinas como trampas. Hemos cumplido. Hoy nos abrazan nuestros antepasados, nos miran los niños que fuimos, hoy miramos de reojo a los abuelos que seremos, los pasos gastados, el orgullo de haber vivido de la manera correcta, la procesión por dentro, el triunfo de la victoria moral y esta adicción a ver el ridículo desde la barrera. Hoy no hay nada que celebrar y por eso lo celebramos todo. Hay días que allos nuestros convertos en dandis, en triunfadores genéticos, en soberbios aciertos de ADN. Hoy la luz advierte que la vida va en serio y que se acabaron los espejismos, que las cartas están en la mesa y que tenemos cinco, como todos. Esto tiene buena pinta y no podemos más que dar la cara hasta que nos la partan. Llega septiembre. Ya te aconsejó que íbamos ha ganar.