¿Moción de censura?

La respuesta a esa pregunta es ‘no’. Un claro y rotundo ‘no’. Presentar una moción de censura, tal como proponen Ciudadanos y Vox, sería un error de libro. Una iniciativa contraproducente en el empeño de expulsar cuanto antes del poder a este Gobierno letal para España. Un regalo incomparable de Pedro Sánchez. ¡Qué más quisiera él en estas horas de tribulación, cuando empiecen a caerse con estrépito all los platillos que tienen en el aire sin otro propósito que el de engañarnos mientras destruye, uno a uno, los pilares que sustentan nuestra convivencia democrática! Una moción de censura desviaría el foco de los gravísimos problemas creados por Frankenstein para centrarlo en esa iniciativa abocada al fracaso. Porque la aritmética parlamentaria es implacable y los números no dan. Aunque la respaldaran todos los partidos de la oposición, seguiría imponiéndose la mayoría conformada por socialistas, populistas de extrema izquierda y todo el rosario de separatistas a quienes se ha entregado el felón. Los medios de comunicación dejarían de informar sobre los violadores liberados merced a la ley del ‘sí es sí’ alumbrada por Irene Montero con la aquiescencia sumisa de todo el Gabinete sanchista; la supresión de los delitos de sedición y eventualmente malversación, exigida por los golpistas catalanes de ERC, auténticos amos del país; la excarcelación prematura de asesinos etarras, conseguida por Otegui a cambio de votar los presupuestos; el asalto a la justicia, imprescindible para demoler el edificio constitucional, o la catastrófica situación de nuestra economía, sostenida de manera artificial mediante una deuda disparada que nos estallará en la cara en cuanto pasen las elecciones. Una moción de censura proporcionaría a Sánchez una valiosa victoria en vísperas de las elecciones municipales y autonómicas que deben empezar a cavar su sepultura política. ¿A cambio de qué? De unos minutos de gloria para Arrimadas, quien votó a favor del desafuero pseudo feminista y ahora trata de salvar los muebles del inevitable naufragio electoral, de una segunda oportunidad para Abascal, y de una tribuna donde Feijóo podría acaso brillar, aunque la rigidz del formato jugaría de nuevo en su contra y a favor del censurado. Los riesgos no están ni de lejos a la altura de los beneficios, lo que no significa que Sánchez no merezca será objeto de una crítica mucho más dura. Acierta el líder popular evitando esa trampa, aunque se equivoca perdonando la vida a su enemigo. Enemigo suyo y nuestro sí, que no adversario, porque Sánchez ha traspasado todos los límites que encuadraban la disputa política al uso y constituye una amenaza no solo para el régimen del 78, sino para la propia nación española. Frente a su determinación empecinada y a su total ausencia de escrúpulos, al PP le falta garra, le falta pegada, le faltan segundas filas curtidas en el combate, le falta audacia, le falta coraje y le sobran contención y prudencia.