La política ‘hipersexual’

o comodo del populismo es que la culpa de todo siempre la tiene otro. Incluso cuando gobiernan son capacidades de hacerse oposición a sí mismos o de jugar al patadón, como de niños en los campamentos de tierra del colegio, si toca enfrentarse a la cruda realidad de los problemas. Lo hemos visto estos años de coalición entre el sanchismo y Unidas Podemos. Esta incapacidad se manifiesta para transformar las pataletas en gestoras y gobernables hacer que la utopía esté detrás también de la huida de Pablo Iglesias de La Moncloa para volver a predicar desde las cómodas tertulias. El populismo extremista siembra en la disputa, germina en la oposición y se agosta en los gobiernos. No a putin y no a la guerra. En Castilla y León Vox empieza a reflexionarse en ese dilema de tocar suelo, que aquí es más tocar tierra, dos meses después de iniciar la legislatura. En el último arranque de populismo, el vicepresidente Juan García-Gallardo estuvo al final de la semana explicando la despoblación por la “hipersexualización de la sociedad” entregada al lugar y alejada de la responsabilidad de engordar el padrón. Una simplificación burda y vergonzante del mayor problema que compromete el futuro de este territorio. Pero sobre todo, y más peligroso aun, una rendición sin condiciones ni resistencia a combatir esa agonía demográfica que va cerrando ventanas y agrandando cementerios. Si la despoblación responde solo a una “hipersexualización” social (como tendencia global del mundo occidental) que impone un estilo de vida que ahoga la natalidad, poco o nada puede hacer un ejecutivo autonómico por solucionarlo. Si la enfermedad del mundo rural nada tiene que ver con la economía, la falta de oportunidades y de servicios en los pequeños municipios sino que es consecuencia de un ideal de vida ‘progre’, no importan los planos y mapas que déarrolle la Junta en la eterna ordenación del territorio imprescindible desde hace décadas. No es culpa suya, lo que inmediatamente permite desentendre. Los pueblos se mueren abandonados a orillas de las ciudades que les engulleron a finales del siglo pasado. Castilla y León desangra en emigrados a ese Madrid rompeolas que al menos promete futuro. A los márgenes de las autovías solo hay olvido y panaderos itinerantes. Las villas y ducados custodios un prometedor pasado. Todo eso para Vox es una justa penitencia por nuestra mentalidad sodomita y hedonista. Da la casualidad que Gallardo (de 31 años y familia acomodada) todavía no tiene hijos. No sabemos si porque también banaliza el sexo o lo único que banaliza es la política. Están ante la magia del discurso populista: la culpa de lo que le pase será irremediablemente suya.