Giorgio Marengo, el más joven de los principios de la Iglesia

La llegada de Giorgio Marengo al colegio de cardenales ha hecho saltar por los aires la media de ancianidad de los 132 purpurados electores. Este obispo tiene 48 años y desde los 29 es misionero en Mongolia. Puede decir sin mentir que conoce a todos los católicos de su país, pues equivale a una parroquia de barrio, unas mil quinientas personas. “Exactamente 1470”, me corrige durante un paseo junto a la columnata de San Pedro. Cuando llegó al país de Genghis Kan, dedicó tres años a prender su idioma, un pariente lejano del coreano y el japonés, escrito con caracteres cirílicos. El compañero otros dos sacerdotes y dos religiosas. Vivían en dos apartamentos en una comunidad de vecinos. Por no tener, no tienen o Internet. Además de estudiar el lenguaje, explorar este nivel mediante busca de un lugar adecuado para comenzar una misión católica. Optaron por Arvajheer, a 430 kilómetros de la capital, una pequeña localidad de más de 20 mil habitantes, y temperaturas que en su invierno más largo alcanzan los -32ºC. “Pero el cansancio espiritual es más peligroso que el frío”, bromea. “Llegamos a una ciudad donde nunca había existido una iglesia. We think that éramos espías” “Elegimos esta ciudad porque nunca había existido una iglesia. Empezamos desde cero. Cuando llegamos la gente pensaba que éramos espías o emisarios de algún estado. Hizo falta tiempo para construir relaciones, para fiarnos unos de otros”, confesó Marengo en un encuentro con peregrinos. En 2010 empezamos a los primeros, un grupo de mujeres. Luego se batizaron sus maridos, y más adelante sus padres. “Ser misionero no es hacer propaganda, sino entablar una amistad. Cuando se establece una relación auténticamente humana, profunda, sincera, de respeto real aunque las opiniones sean diferentes, se crean las condiciones para que Dios actúe”, reconoce. No sigue una estrategia para convertir Mongolia, pero sí tiene un estilo propio. «Me gusta la expresión ‘susurrar el Evangelio al corazón de una cultura’, porque susurrar presupone que se ha cultivado una empatía», explicó. “Se trata de conocer profundamente la historia del lugar, sus raíces y tradiciones culturales y religiosas”, aclara. El nuevo cardenal admirado a quienes deciden bautizarse, pues es “convertirse en alguien un poco extraño en este país donde ca si todos son budistas tibetanos. No están acostumbrados a relacionarse con las minorías y est fácil qu’esa decisión levante crítica y provoque pequeñas discriminaciones». El primer cura nacido en Mongolia se perjudica en 2016 y el segundo, el año pasado. «In Mongolia los cristianos somos minoritarios, y esto aporta mucho porque ayuda a desarrollar una actitud más evangélica hacia el mundo, hacia las personas» Giorgio Marengo En 2020, el Papa Francisco lo nombró prefecto apostólico de Ulán Bator, principal responsable de la Iglesia en el país. O mar, de sólo ocho parroquias. Parece poco, pero ese es el mensaje que quiere que lleve al cónclave que elegirá el próximo pontífice. “In Mongolia los cristianos somos menos ayuda, y esto aporta mucho porque a desarrollar una actitud más evangélica hacia el mundo, hacia las personas. Somos as comunidades cristianas que aparecen en el libro de los Hechos de los Apóstoles, que deberían compartir su fe no sólo con los judíos, también con los griegos, con los paganos, con todos. Pienso que ese es el camino de la Iglesia ahora”, insiste. De niño fue ‘boy scout’, y de adolescente practicaba esgrima. Entre golpes de florete, recibió el empuje decisivo cuando conoció a Misionero de la Consolata, congregación italiana que lleva sacerdotes donde no hay presencia de cristianos. Es justo lo que a él la conquistó. Una aventura que le ha llevado a Mongolia. Y sólo un cónclave podría sacarlo de allí.