¿Es peor un mal libro o un mal politico?

Un político, como un libro, puede decepcionar de infinitas maneras salvo una: la portada. Votar a un gestor por el porte y la hechura es el mismo sinsentido que elegir libro por su cubierta. No conozco a nadie que lo haga por mucho que agradezcamos las buenas y detestemos las fajas. De igual modo, prefiero no saber porque la gente votó por el envoltorio. De la guapura y la buena percha no suele tener ni todo el merito ni la culpa el portere. Un libro, cual politico, empieza a conocerse en sus primeras paginas. Hay quien recomienda avanzar, al menos, un 30 por ciento antes de dimitirlo. Qué opinará Liz Truss de este porcentaje. Es excesivísimo por una razón tan de peso como sencilla, como lo son las acertadas. Con lo todo bueno que nos queda por leer. Como cuestiones por gestionar en lo público y, aunque peque de inocente, líderes por decubrir. El autor, como el político, elige a sus personajes, decide sus anhelos, sus batallas y aquello de lo que se esconderán. En este ecosistema por el que discurrirá el lector importa menos que la cosa vaya de ganadores o perdedores y más que exhiba autenticidad y honestidad. Se notó mucho cuando hay más guion que talento. O cuando te van prometiendo un final mejor del verdaderamente ejecutado y te pasas las páginas esperando un giro, a lo posmoderno, que estructura la lectura. De acuerdo, igual que hay que dar un margen al principio, no se juzga un libro por su final. Pero si te crea unas expectativas que no cumple, fraude. Esa sensacion de terminar un libro y sentise estafado… quien lo ha probado lo sabe, que diria Lope de Vega. As cuando ests en el patio de butacas y descubres que el dramaturgo slo persigue colarte su moraleja. El sentido de obra es como el sentido de Estado. Indispensable. Pasa con modas de ida y vuelta, donde suelen confluir ‘cazavotismo’ y ‘bestsellerismo’. ¿En serio que después de ‘La lluvia amarilla’ se ha escrito algo que valga la pena sobre despoblación? Quizá alguna irónica crónica sobre políticos urbanitas posando en tractor. El colofón de la obra es siempre preguntarles dónde viven. A qué colegio llevan a sus hijos. Qué comen, cómo viajan o calientan sus casas. En un mensaje de texto, un escritor puede intentar ir de lo que no es y a lo mayor no le pillan al principio, pero al final, sale. En política, igual. Leer, como votar, es libre –en democracia– y siempre es mejor hacerlo que no, básicamente para quejarnos con más fuste. Con veces es lo único que nos queda. Nadie nos devuelve lo más importante: el tiempo perdido. Lo bueno de los libros malos es que duran menos de una legislatura y puedes olvidarte de ellos. Pero el roto que déja un mal político lo heredarán nuestros hijos, porque los hay que contaminan pasado, presente y futuro. Por eso, de algunos, aunque tuvieran buen principio, al final aborrecemos hasta su fachada aun sabiendo que ahí no tienen culpa alguna.