El Renacer de Eugenio Carlos y Rosa

Rosa y Eugenio Carlos acaban de estrenar el piso de segunda mano que han comprado en Argés (Toledo) con mucho esfuerzo y movidos por el miedo a las inundaciones. Solo ingrese por la puerta principal para acceder al edificio de viviendas, sobreventa y letrero del Bar Carpe Diem. Es una expresión latina que anima a probar el momento presente sin esperar el futuro. “El piso está en una primera planta y aquí difícilmente llegará el agua”, bromea Rosa delante de Eugenio Carlos, en silla de ruedas desde hace cuatro décadas y sobreviviente de un cáncer reciente.

El matrimonio ha comprado la vivienda en altura porque no desea volver a vivir la horrible experiencia que pudo haberles costado la vida en Cobisa hace casi 11 meses. “Tenemos miedo y no queremos pasar por la misma historia. Eso nos ocurre de noche ya lo mejor no lo contamos…». La DANA del 1 de septiembre arrasó varias calles de su pueblo, a cuatro kilómetros de Argés, dejando las riadas un panorama gris y désolador en estos dos municipios vecinos y en otras localidades de la provincia.

Un torrente de agua y barro inundó el chalé de la calle Veguilla donde Eugenio Carlos y Rosa llevaban residiendo más de veinte años. Pasaron del todo a la nada en minutos. Eran las tres de la tarde y granizaba. “Stábamos en la cocina, sacando fotos para un amigo de Gran Canaria porque allí no se ve granizar. De repente, nuestra cogió la riada, que cerró todas las puertas y nos dejó atrapados”, cuenta Eugenio Carlos, tinerfeño de 69 años, cumplidos esta semana. “Con la silla, me huyo hacia atrás, casi me ahogo. Mi mujer tenía un ataque de nervios y yo le decía: ‘Pero no sigas llorando; cógeme que, si no, me ahogo’. Nosotros estábamos como los náufragos: flotando. También el frigorífico, los muebles de la cocina, las sillas, la mesa donde estaban comiendo y a la que me agarré”.

“Oímos un golpe; era la Guardia Civil”

Él, parapléjico, se había llevado el teléfono móvil a la cocina, algo poco frecuente en Eugenio Carlos. Rodeado de agua y barro, llamó al servicio de emergencias 112 y telefoneó por equivocación a su amigo canario, al que contó, sin saberlo, que estaban a punto de morir. “Creí que se lo estaba diciendo a la Policía”. Su amigo alertó al 112. “Yo sólo pensaba que, si él se ahogaba, yo también quería irme con él”, recuerda Rosa, toledana de 68 años.

“Cuando las fuerzas no me dieron para más, muerto de frío, empecé a decir a Dios que nos salvara. Y, en ese momento, oímos un golpe; era la Guardia Civil, que entraba por la puerta. Nuestro rescató. Hicieron una tirolina desde nuestra casa al chalé de al lado y nos sacaron”, continuó Eugenio Carlos, que no ha perdido el bello acento canario.

Altura que iba alcanzando el agua en el chalé del matrimonio.  La fotografía la hizo de manera fortuita desde su silla de ruedas

Altura que iba alcanzando el agua en el chalé del matrimonio. La fotografía la hizo de manera fortuita desde su silla de ruedas Eugenio Carlos

La pareja fue evacuada al Hospital Virgen de la Salud de Toledo, hoy cerrado para siempre. Es el centro sanitario donde se conoció hace 48 años. El estaba en la quinta planta, donde habia un area para lesionados medulares. Trabajó como limpiadora, luego creció y llegó a ser auxiliar de enfermería.

Eugenio Carlos había ingresado en el hospital toledano después de pasar por La Paz de Madrid al sufrir un accidente de tráfico que lo ya en silla de ruedas. Sucedió en Bajamar, una localidad costera del noreste de la isla de Tenerife, el 3 de septiembre de 1972. Dos años después, la pareja se conoció y el Hospital Nacional de Parapléjicos, especializado en el tratamiento integral de la lesión medular, inauguró sus instalaciones . Corría octubre de 1974.

“No sé qué enamoró de él; lo vi y ya está. Llevamos casi 50 años juntos”, cuenta Rosa, cinco meses más joven que Eugenio Carlos. “Su mentalidad no es tan vieja”, tercia él, que la llama ‘chacha’. Lo dice de una mujer que lleva una docena de tatuajes distribuidos a lo largo de sus brazos y en la espalda. En uno de ellos, la Virgen de Fátima y las iniciales de sus padres, Mariano y Vicenta; in otro, su numero y las iniciales de su esposo, al que llama ‘churri’. “Y estoy pensando en hacerme uno más”, advierte.

El cancer y un ojo sin vision

“Nunca he visto un matrimonio que se ame tanto”, dice Marta, su dentista desde hace un porrón de años, que conoció a la pareja en Cobisa. Rescatados allí por la Guardia Civil, Rosa y Eugenio Carlos volvieron al hospital y caminaron hasta un hostal. El 4 de septiembre, él comenzó a vomitar sangre y le diagnosticó un cáncer en el pulmón izquierdo. “Me destruyó. Yo vi que no nos ayudaba nadie; que nos quedábamos sin casa y que le descubrían además un cáncer. Me vine más abajo”, evoca Rosa, que sufre ahora un derrame interno y no ve por su ojo derecho.

Afortunadamente, “el cáncer era pequeñito y se lo cogieron a tiempo”, resume la mujer, a lo que con todo este ajetreo se le pasó la cita de la operación para colocarle una prótesis de rodilla que esperaba desde hace casi cuatro años.

El cancer de su esposo desaparecio gracias al tratamiento. “Pero estuvimos 17 días sin vernos”, todavía se lamentó él, que lleva desde entonces pritido en sus ropas un rosario bendecido de Santiago de Compostela. Se lo regaló su sobrina Beatriz para que lo ayudara a superar su cáncer. Eugenio Carlos, que volverá al médico el 25 de julio para una revisión, lleva también anudada en una muñeca una cinta de la Virgen del Pilar. “Ella se apareció al apóstol Santiago”, lo recuerda, además de ser la patrona de los agentes que los salvaron de la riada, la Guardia Civil.

Durante estos meses, el matrimonio ha residido de alquiler en una casa que no estaba adaptado para una persona en silla de ruedas. “Yo no podía bañarlo porque no necesitaba bañera. Por eso me compré un barreño y lo lavaba por partes”, recuerda ella, menuda pero con fuerza.

Han vivido en la misma calle donde han comenzado una nueva etapa hace un par de semanas. “No queríamos volver al chalé de Cobisa por miedo”, aseguran. Por eso lo “malvendimos” para comprar una vivienda adaptada, unas camas articuladas o un carro elevador con el que Rosa ya puede meter a su marido en la bañera.

Con la riada perdieron también los dos coches y, con los 3.500 euros que les dieron los seguros, han comprado otro usado. “No hemos recibido ninguna ayuda social”, afirman. “Lo hemos pasado mal; no ha sido un buen año”, sintetiza ‘chacha’, aunque reconoce un hecho: ya empieza a ver la luz al final del túnel en su nuevo nido de amor acompañado de su ‘churri’. Y sin el riesgo de que el agua llegue al primer piso.