¿Almacenar bajo tierra el CO2? La alternativa nativa para alcanzar las cero emisiones

Compensar, reducir y eliminar. Estos, de momento, son los tres verbos usados ​​más ​​en la lucha contra las emisiones de CO2 emitidas a la atmósfera y que son uno de los grandes obstáculos para cumplir con los 1,5º marcados en los Acuerdos de París. Pero ¿y si añadimos un verbo más? almacena. “Es una herramienta más para ayudar”, explica Víctor Vilarrasa, científico titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA). “A veces se critica esto, porque dice que se perpetúa el modelo actual de emisiones”, añade.

El pasado 2022, España emitió un total de 305 millones de toneladas equivalentes de CO2 a la atmósfera. Por su parte, un nivel global de emisiones también ha alcanzado un récord: 40.600 millones de toneladas de CO2, un total de sólo el 0,1% y se captura un 0,1%. Porcentaje que se espera que se multiplica por seis para finales de esta década, a medida que la tecnología avanza.

“No es la solución total, sino una herramienta más en la lucha contra las emisiones”

Víctor Vilarrasa

científico titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA)

En realidad, la técnica más eficiente y eficaz es la plantación de árboles, pero es imposible reforestar todo el planeta porque la capacidad de absorción de estos no es suficiente y, además, los expertos en biodiversidad argumentan que «pueden alterar el ecosistema». Los números son claros: “La Unión Europea almacenará al menos 300 millones de toneladas de CO2 cada año para 2050 para alcanzar su objetivo climático neto cero”, según proyecciones de la Comisión Europea. “Hay emisiones que por su proceso de fabricación no se van a poder eliminar”, asegura Vilarrasa. “No es la solución total, sino una herramienta más en la lucha contra las emisiones”.

Su propuesta, presentada y publicada en la revista Geophysical Research Letters, es simple: capturar y almacenar. No es una técnica novedosa, “los noruegos la llevan haciendo desde 1995”, apunta el investigador del CSIC. “Aunque quedan muchos retos por resolver”, apostilla.

Uno de ellos consiste en separar el dióxido de carbono presente en los gases emitidos por determinadas industrias. Tras esa ‘captura’, el CO2 es transportado hasta su lugar de destino. “Esta zona tiene que tener unas características especiales”, explicó Vilarrasa. Es por ello que nunca suelen estar en los lugares donde se genera esa contaminación, sino que tienen que viajar kilómetros para llegar al almacén.

800 metro bajo tierra

“El CO2 estará almacenado de por vida”, responde el investigador del CSIC, y, por lo tanto, las características geológicas del almacén han de ser concretas. “Se buscan, sobre todo, rocas porosas y permeables”, apunta, y “además tienen que estar por debajo de los 800 metros”.

Las inyecciones de CO2 se realizan únicamente a una profundidad superior a los 800 metros

Estas son dos claves esenciales para que el dióxido de carbono inyectado que esté confinado durante largos períodos de tiempo sin que produzcan fugas que devuelvan el CO2 a la atmósfera. La distancia a la superficie no es elegida al azar “así se consigue una densidad elevada para el CO2 y no escape y también está por debajo de las aguas subterráneas”, apostilla Vilarrasa.

Para evitar esta vista, la superficie se busca formada de manera que las capas porosas estén situadas bajo capas impermeables. El conjunto se formó así es parecido al que almacena las bolsas de hidrocarburos que suelen perforar para la obtención de los combustibles fósiles.

Una actividad que no está exenta de riesgos “de fugas y también de temblores”, especifica Vilarrasa, “pero es bajo”, añade. Esta maniobra puede provocar pequeños terremotos durante la inyección, por lo que se produce una acumulación de presión.

Proyectos transfronterizos

En España, este tipo de proyectos no se ha desarrollado, porque “hubo mucho rechazo popular por el tema de Castor y por el fracking, pero no es nada de eso”, destaca el investigador del CSIC.

Desde principios de 2000, las cavidades subterráneas bajo la ciudad de Hontomín en Burgos recibieron las primeras inyecciones de CO2 en un antiguo yacimiento de petróleo. “Fue algo muy local”, recuerda Vilarrasa. Ahora, ese proyecto, bautizado como Ciuden, está paralizado.

Sin embargo, esta técnica no ha quedado en el olvido y “es muy usada en el Mar del Norte”. De hecho se ha convertido en una herramienta transfronteriza, ya que hasta las profundidades saladas de este enclave al norte de Europa han llegado las primeras toneladas de CO2 producidas en Bélgica. “De esto se trata la sostenibilidad competitiva de Europa”, afirmó Úrsula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, en la inauguración del Proyecto Greensand con sede en Dinamarca.

El dióxido de carbono descansa a 2 kilómetros de profundidad debajo del lecho marino, en un antiguo yacimiento petrolífero, a 250 kilómetros de la costa, y llegó en barco tras ser ‘capturado’ en Amberes. La primera inyección ha alcanzado 1,5 millones de toneladas anuales de CO2 a finales de 2026 y hasta 8 millones en 2030, el equivalente al al 40% de la reducción de emisiones de gases contaminantes al que ha comprometido Dinamarca para entonces. “Es un gran avant”, dijo Brian Gilvary de INEOS Energy, una de las 23 organizaciones que implementan el proyecto junto a otras empresas, instituciones académicas, gobiernos y empresas emergentes.