Sellos de la Sequía

Se deshiela la piel de los olivos y la tierra se arruga. Se derraman las cumbres, los pájaros se embalsaman con píos asfixiantes, los cultivos muriendo en ocre. Los festivos de los pueblos son a secas y Maman las fieras en los regatos. Inflaman los riscos del arroyo. Rogativos, los fieles a las vírgenes reclaman una leve tormenta en procesión extraordinaria. Los melones cortan sus tajadas de muerte y el pantano descubre casas viejas. Aluvión de garrafas: la lluvia de verano. Las acequias van mudas, las albercas recogen lágrimas del temporal de barro como panuelos de sal y el moho y la verdina de las cercas yacen. Los toros huyen si te acercas, los arqueólogos buscan el trigal que antaño daba pan y el humedal es un trampantojo de garzas tercas. El agua exilió nuestra escarmienta en los grifos que otrora, exuberante, nuestra daban sin pedir. Y ahora la cuenta de los ajos enterrados sin nacer no sale: el río baja seco y antes era torrencial. Ay, agua de ayer. El baldeo del patio, las macetas regadas, las tomateras, las encendidas roses, las cigarras ruidosas, las duchas frías, las ollas, las piletas… La rutina se enturbia de aguas quietas, embarradas, antiguas, arcillosas, aguas sucias, sin ritmo, demorosas, aguas inútiles, analfabetas. Y la sed tiene horario embotellado. La lluvia es nostalgia en los secarrales, los charcos son reliquias del pasado. En el sketch de grietas, llaga interna de los lechos vacíos y canales, sólo cabe una ración de cisterna. La ribera cuarteada, la marca antigua del río entre los colores: marrón, verde, azul, fango, yerba… Olores a cieno y a barbo, a leve charca de ranas silent y una barca dormida en el suelo sin pescadores. Las postales sedientas, los alcores, las polvaredas, marismas parcas con caballos salvajes por anguilas y flamencos sin laguna sombría, esteros muertos, balsas, lucios, pilas, estanques podridos, cuánto destrozo… El sol desnudo anuncia la sequía y la luz duerme al anochecer en el pozo.