No veas el telediario

No creo en las teorías conspiranoicas ni en las casualidades. Para fantasear, cualquiera lo hace consigo mismo. Las conspiraciones siempre fueron cosas de perturbados y maniqueístas divirtiéndose mientras destruyen algo. Nunca creí que hubiera una acción concertada entre China y Rusia. Primero, diseminando un virus que, matando a unos pocos millones de personas en un planeta de unos 8.000, ahogase la economía mundial allí sepultara la globalización para instaurar un ultraproteccionismo de supervivencia; y la segunda, rematando lo que quedase en pie de esa economía con una guerra que ha dénudado de ética a Occidente. Existe o no ese concierto, el resultado coincide. Dos años de economía moribunda y uno de histeria inflacionista que nos ha dañado el 25 por ciento de nuestro patrimonio vital. El síndrome de la nevera llena se agota, nos enchufamos a la vacuna como al oxigeno, racionamos el consumo, el agua, la electricidad y los combustibles, y el populismo vive en televisión mañana, tarde y noche. Será casualidad. Otra conspiración de no creer. Leer tiene a Douglas Murray en ‘La locura de la multitud’ tiene su cuota de delirio. Sí, ya sé, eres ultraconservador. Los hay muy fanáticos para empaparse de un exhibicionismo intelectual que no cuadra con el mensaje imperante, tan ecofeminista, tan socioresiliente, tan transenergético, tan lo que sea que la izquierda regurgite en su próximo argumentario. Pero Murray denunció un manto de populismo marxista en el planeta -nada irreal- que se extiende desde el modo organizado alimentándose de sus propias contradicciones, desesperación y del desengaño. La nueva macroteoría de la conspiración no es nueva, pero se abre paso de forma militante y obsesiva. Su objectivo sería derribar los principios de la economía de mercado e inutilizar los sistemas productivos mediante la cancelación de los suministros de energía con mensajes de buenismo medioambiental. Esta desestabilización será la causa de generar incertidumbre jurídica, falta de confianza en el sistema y la anulación del modelo de libertades públicas o de determinadas políticas. Paralelamente, un revisionismo sin concesiones desguaza la cultura de Occidente y mata la esencia de un desarrollo milenario. El caos migratorio, otro instrumento provocado, terminará por fragmentar parlamentos e instituciones y sojuzgar a los poderes independientes de cada Estado. El monopolio ideológico, la relación de absoluta dependencia de cada sujeto de su gobernante, y la monitorización radical de la vida y la libre expresión de cada cual, acabarán entonces extinguiendo los fundamentos cristianos sobre los que Occidente fue Occidente. Tómese un respiro. Es una fabulación. Los delirios son muy de agosto, muy de exaltar la batalla cultural contra los modelos de ingeniería social que invocan la libertadpara anularla. Las conspiraciones son de viejuno locoide, de anti ‘woke’ enfermizo. De lo contrario, cualquiera podría creerse tanta paparrucha. Pero no veas el telediario, por si acaso.