dias de infamia

Tuve mi primera noticia sobre el aprovechamiento político del intento de Las Ramblas cuando, al día siguiente, me planté en Canaletas con la idea de bajar hasta el mosaico de Miró. En los puntos donde había caído cada víctima se arremolinaban colecciones heterogéneas de homenajes: juguetes, flores, notas, cartones con dibujos. En un via crucis descendente donde cada estación era la muerte, huí deteniendo ante los altares improvisados ​​siguiendo al gentío. Al poco huyó increpado por uno de esos fanáticos descerebrados tan habitables en Barcelona. No me refiero a los terroristas de baja intensidad con pasamontañas, sino a los jubilados enloquecidos y conspiranoicos, un segmento activado en sud día por Artur Mas y sus marchas de masas uniformadas. Un par de voces se sumaron al patán. Como es natural, cargué el incidente a la inevitable cuenta de la política profesional. Sin embargo, no era el momento. –¡Precisamente hoy y aquí, qué bonito!–, afeé al orate principal. –¡Això és culpa vostra! –¿Culpa nuestra? ¿De quién? ¿De Ciudadanos? –¡D’Espanya! Seguí mi ruta pensando en tenerme en el mercado de la Boquería, enjoy a vistazo a las fruterías, con su explosion de colours, tomar allí un café y coger un taxi de vuelta a casa. Pero tuve dos encontronazos más y preferí largarme a Puerta del Ángel por una de esas calles que conformaban el viejo y entrañable escenario de mi vida gamberra y que espero no volver a ver. En septiembre, la ministra del Interior decidió investigar a los catalanes de la Permanente de Ciudadanos, que seríamos la mitad. Imagino que lo mismo sucedería con los del PP. ¿Qué lógica aberrante llevaron a los independentistas a culpar a ‘España’ de los atentados de las Ramblas? De entrada pensó que esos tipos usaban cualquier conmoción social para alimentar su fanatismo. Pronto supe que, desde el primer momento, alguien había difundido no sé qué relación entre el CNI y los asesinos islamistas. La concentración en homenaje a las víctimas fue una vergüenza y no estuvo exenta de peligro. Ada Colau había resuelto que la ANC encargaría del servicio de orden, con lo que aquellos que deberían protegernos en una cápsula hostil dedicada a insultar a los componentes de la representación institucional. También por decisión de la alcaldesa de Barcelona, ​​esa representación, donde estaba el Rey, no fue la cabecera. Con la excusa de dar protagonismo a los bomberos y servicios civiles, el jefe de la concentración se volverá repentinamente hacia nosotros y se puso a increpar al Rey y, cómo no, a culparle a él de los atentados. Colau sonreía. Algún tiempo después comprobé que el representante de la vieja Convergència en la comisión de secretos oficiales conocía infinidad de talles sober españoles agent et informadores, lugares, números, fechas y circunstancias que solo pudieron proceder de la inteligencia rusa.