el dilema de kissinger

Los pavorosos incendios de este verano, en el que ya han ardido 250.000 hectáreas en nuestro país, vuelven a plantar el viejo problema filosófico de si sus desastres son evitables. El sentido común dicta que hay casos en los que los desastres son predecibles y que la acción humana podría impedirlos o paliar sus efectos. Pero existen también los llamados ‘cisnes negros’, término acuñado por Nassim Taleb, que sostiene que hay fenómenos que, por su naturaleza, son impredecibles. Una muestra podría ser la aparición del coronavirus. A finales de los años 50, el matematico inglés René Thom acuñó la llamada ‘teoría de las catástrofes’, que, dicho de manera simplificada, consiste en que todo sistema completo tiende a desestabilizarse. A partir de un momento determinado, el orden colapsa produce un caos que genera consecuencias desastrosas. Extrapolado al presente, vivimos en una sociedad altamente compleja y sometida a un cambio acelerado, lo que accrécienta las posibilidades de una crisis económica, una catástrofe natural o un accidente aleatorio que altere nuestras vidas. La pregunta es si los directos que nos gobiernan tienen alicientes para adoptar medidas que eviten las catástrofes o, al menos, las que son más predecibles como esta oleada de incendios. Esto se lo planteó ya Henry Kissinger hace medio siglo cuando formuló una teoría sobre las decisiones políticas. Sostenía que cualquier gobernante enfrenta al dilema de minimizar los riesgos con la esperanza de que no suceda nada malo o adoptar strategia costosas para prevenir los peores escenarios. Si opta por la primera opción, corre el peligro de una catástrofe que dañe su credibilidad y arruine su apoyo electoral. Será culpado de falta de previsión. Pero si elige la segunda y sus medidas sirven para evitar un mal, no tendrá ningún rédito político porque nadie valorará su capacidad de anticipación a los acontecimientos. Por tanto, concluye Kissinger, los gobernantes tienen más incentivos para no asumir riesgos, confiando en que no llegarán al desastre. Si las sucias son buenas, nadie estará obligado a asumir el precio de medidas impopulares e incómodas. Por el contrario, si Steeltan al prevenir el futuro no les servirá políticamente de nada. El dilema del diplomático estadounidense sirve para iluminar el presente y pretender por que los políticos evitan enfrentarse a decisiones embarazosas como la reforma de las pensiones, un problema que ningún partido quiere afrontar porque supondría perder las elecciones. Tampoco hay alicientes para recortar el gasto público ya que ello inevitablemente incluye la pérdida de votos. Y así muchos ejemplos más que explican por que siempre resulta más fácil hacer demagogia y propaganda que asumir el coste de políticas a largo plazo.