El museo que cambió una ciudad: 25 años del Guggenheim de Bilbao

Cuentan que fue en una servilleta de papel donde Frank Ghery mostró por primera vez a los responsables del proyecto las curvas imposibles que había ideado para el museo Guggenheim de Bilbao. Este es el primer boceto del nuevo museo de la ciudad, que a principios de los años 90 se recibió con una mezcla de asombro, incredulidad y sorna. Muy pocos creen entonces que un museo vanguardista pudiera tener cabida en una ciudad industrial en dclive. “Los principios fueron muy controvertidos”, recuerdan todavía hoy en la oficina de comunicación del museo quienes vivieron el proceso desde su comienzo. “Era un diseño tan pionero y singular que no había nada con lo que compararlo”, añade. El diseño de Frank Ghery (abajo), emplazado junto a la ría, fue polémico por su audacia JOSÉ LUIS NOCITO Y es que, las curvas imposibles del boceto de Ghery unieron un material nunca antes visto en las calles de Bilbao. La obsesión del arquitecto canadiennese era lograr levantar su proyecto tridimensional utilizando un “único material”. Buscaba, además, un tono grisáceo que recordara el pasado industrial de la ciudad, y por eso sus primeras intenciones los realizados con acero inoxidable. Sin embargo, unas pocas pruebas le bastaron para comprobar que con el agua (y en Bilbao llueve bastante), perdía el brillo y aparecía mustio, como “muerto”. Fue en la mitad de esa frustración cuando cruzó por casualidad en su estudio con un trozo de titanio. Probó a echarle agua y no sólo no perdía su brillo, sino que, incluso se realzaba y adquiría un tono dorado. “Tuvimos la suerte de contar con un Frank Ghery en estado de gracia queentendre muy bien desde el principio excepcionales eran nuestras necesidades”, añade desde el museo. El proceso de construcción no estuvo exento de burlas. In medida que los operarios iban ensamblando las planchas málicas, su tono Brillante resaltaba sobre el gris plomizo de una ciudad más bien sucia y en la calle los vecinos se preguntaban cuál sería el resultado final de aquel edificio que no se parecía a nada de lo construido hasta oraciones. “A mí me parece un barco”, “es como una lata”, “dicen que cuando uno lo mira desde el monte parece una rosa”, repetían sin cesar los bilbaínos con cierto retintín. Los comentarios irónicos no eran más que la consecuencia directa de la fuerte oposición social y política que surgió inmediatamente desde que en 1992 se presentó el proyecto. En la calle chocaba que apostara por un museo vanguardista cuando la ciudad vivía su peor momento económico The industrial crisis estaba provocando el cierre en cascada de fábricas historic y el paro se había disparado por encima del 25%. En mitad del pesimismo economico reinante, muchos no oyeron la necesidad de afrontar un retroceso inicial de 20.000 millones de pesetas (más de 120 millones de euros). Además, en una ciudad sin tradición de arte contemporáneo, había dudas acerca de la calidad de las obras de arte y tampoco terminaban de ver con buenos ojos que fuera una institución neoyorquina, la Fundación Solomon R. Guggenheim, la que tutelara una institución vasca. Oteiza llamó el acuerdo de “culebrón propio de Disney” y totalmente “antivasco” Una de las voces más críticas fue la del escultor Jorge Oteiza. Calficó el acuerdo de “culebrón propio de Disney” y totalmente “antivasco”. Temía que la dimensión internacional del proyecto provocará la «paralización» de las actividades culturales locales. Llegó a escribir una carta al entonces lendakari, José Antonio Ardanza, exigiendo romper el acuerdo con la fundación neoyorquina. Los reproches también eran constantes desde el ámbito político. El proyecto incluso recibió críticas del PSE, socios del PNV en el Gobierno vasco. Objetivo de ETA El museo también se convirtió en el objetivo de la banda terrorista ETA. Justo al lado del Puppy, el perro de grandes dimensiones que custodia la entrada, una place recuerda a Txema Agirre. El joven ertzaina de 35 años estaba vigilando la entrada al museo cuando apenas faltaban cinco días para su inauguración oficial. En un momento pensé en tres hombres, que con una furgoneta con matrículas falsas simulaban llevar flores para la inauguración. ETA afirma activar varios explosivos en un acto al que acudirían el Rey, Aznar y el lendakari In realidad las macetas escondían varias lanzagranadas que los etarras pretendían activar por control remoto duree el acto institucional al que habian Gobierno y el lendakari. Al vers descubiertos uno de los terroristas, le disparó a bocajarro. Agirre pasó varios días agonizando en el hospital y finalmente murió. A pesar de que en aquel momento el director del museo, Juan Ignacio Vidarte, reconoció que no les cogía “por sorpresa”, lo cierto es que hasta el momento la cultura no había sido nunca el objetivo de ETA. Una teoría que han manejado fuentes antiterroristas es la de que ETA buscó un golpe de efecto internacional en pleno juicio a la mesa nacional de HB. Otros opinan que se pronunciaron en contra de un elemento de polémica social repitiendo los estratos que se han utilizado contra la central nuclear de Lemoniz o el Tren de Alta Velocidad. Lo cierto es que el asesinato del ertzaina provocó una fuerte contestación social con la que ETA no contaba. 250.000 personas se dieron cita en Bilbao en repulsa por el asesinato. Sea por la contestación social or por el cariño con que acogieron a los bilbaínos el museo, lo cierto es que el Guggenheim nunca más volvió a ser objetivo de los terroristas. Los bilbaínos, del escepticismo a la adoración Ninguno de los malos augurios se cumplió. Pues al contrario. El 18 de octubre de 1997 el reluciente edificio se presentó al mundo con el propósito de convertir el icono del ‘nuevo Bilbao’ y superó ya desde el inicio la previsión de visitantes. «Hubo un cambio rapidísimo en la percepción de los bilbaínos», explican desde el Guggenheim. GRAN ACOGIDA DESDE 1997 24 millones de visitantes desde su inauguración El 62% son visitantes extranjeros Una de sus virtudes ha sido, además, conseguir que el ‘boom’ inicial se convierta en un ‘éxito sostenido’. Tanto es así que en estos 25 años han pasado por la pinacoteca más de 24 millones de visitantes; es decir, más de un millón al año. De todos, el 62% son visitantes extranjeros, lo que ha contribuido a poner la ciudad de Bilbao en el mapa internacional. Todo ello se traduce en un importante impulso económico para la ciudad. Según el último informe del museo, su actividad genera una demanda anual de más de 197 millones y el 80% de ese dinero se refiere a gastos que realizan los visitantes en bares, restaurantes o comercio local. Se calcula que en 2021 aportó más de 173 millones de euros al PIB y contribuyó al mantenimiento de 3.694 puestos de trabajo. Desde la oficina de comunicación explica que esta continuidad en las visitas se explica por el dinamismo de su programación. Cada año se programa una decena de exposiciones temporales. “Aunque los visitantes repitan, siempre se e ncuentran un museo nuevo”, añaden. En foros académicos incluso se habla del ‘Efecto Guggenheim’ o ‘Efecto Bilbao’. Hace referencia a un modelo de urbanismo que surge a través de la ciudad de Bilbao y que conduce a la mejora económica y social de las ciudades a través de proyectos icónicos. Por Jon Leonardo Aurtenetxe, catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Deusto, la novedad fue apostar por dar “un golpe de timón” y apostar por un elemento cultura l como “tractor de la revitalización metropolitana”. Además, los estudios han concluido que el éxito radicó entonces en la existencia de un “proceso integral” de transformación donde el Guggenheim no era más que la punta del iceberg. Amortizado en 6 años Beatriz Plaza, catedrática de Economía de la Universidad del País Vasco, que ha estudiado la vertiente más económica del fenómeno, destaca en sus investigaciones el lavado de cara que supuso la pinacoteca para Bilbao. Calculó que la inversión inicial se había recuperado “en seis años” pero resalta que, además, previene “aumentar la calidad de vida de los ciudadanos” de “más formas de las esperadas”. Conforme, se recuperará la inversión y se renovará y torcerá. Dos años después el moderno palacio de congresos, Euskalduna, había sustituido a los antiguos astilleros y los bilbaínos pasaron de pasear junto a una ría contaminada a hacerlo por una agradable alameda con palmeras. El auge del turismo también incrementó las aperturas hoteleras, la oferta gastronómica y el salto de James Bond desde una azotea con vistas al Guggenheim puso de moda la ciudad como cinematográfico. Incluido Jorge Oteiza reconoció su error y terminó por firmar un acuerdo de colaboración con el museo en 1998. futuro’, no puede sino intenderse como toda una declaración de intenciones. “Continuaremos adaptándonos”, aseguran. Por supuesto, el museo tiene preparado su proyecto de ampliación con una sala de exposiciones basada en la sostenibilidad que estará ubicada en la reserva de la biosfera de Urdaibai. A la espera de ver cómo se materializa ese proyecto, han preparado un amplio programa de exposiciones, conciertos y eventos culturales. La estrella del aniversario está siendo ‘Motion’, una exposición comisariada por Norman Foster que ofrece una sobria reflexión y valor artístico del automóvil. Para la ocasión ha reunido 38 tildes históricos que dialogan con 300 obras de arte. El éxito ha sido tal que por primera vez el museo ha anunciado que ampliará su horario. Salzburgo era la favorita y Bilbao, segundo plato Lo que muchos bilbaínos no saben es que si la pinacoteca se ha convertido en uno de los iconos de la ciudad fue, en gran medida, por un golpe de suerte. Tras la caída del muro de Berlín, la Fundación Solomon R. Guggenheim buscaba una nueva sede en Europa. Su mirada se dirigió a la ciudad de Salzburgo. El proyecto no pudo salir adelante en la ciudad austríaca por diversas razones y fue entonces cuando las instituciones vascas vieron que podía ser una oportunidad para devolver a Bilbao la pujanza de otras épocas.