tu ración

Esta luz de final de agosto tiene un sé qué apocalíptico. Es una luz menopáusica, pero tan bella como la de un domingo de Ramos. Tiene esa cascada decadente del agotamiento, esa sucesión de días que se acortan como anunciando el sanchismo depresivo de un otoño que promete arrasarlo todo. Septiembre es una bombilla que tilita. Su aire barniza el estero de sal marina y te pone en alerta porque en sus atardeceres salvajes se acerca el fin del mundo, y en la marea baja la sombra se tunea con ocres de tanatorio. Nos han dicho que en el otoño llega el apocalipsis. Te da miedo ducharte con agua caliente, no vayas a ser. Temes llenar el depósito y ser insolidario porque te han aleccionado bien. Acojonar. Ya no es solo el sentimiento de culpa cuando alumbras tu terraza en estas noches de calor tonto y buganvillas marchitas, en las que unos visten sudaderas y otros resisten aún con manga corta asustando al miedo como mercenarios de un verano muerto. ¿Eso es un atentado contra la decencia ciudadana si te conectas lámpara? Putin nos ha descubierto que las guerras no son en sepia ni rinden culto al heroísmo. El heroísmo es poner la lavadora de madrugada y engrasar la bici. Tu ración. Sanchez nos ilusiona hacia un apocalipsis sin napalm pero conciencia. Siempre salimos más fuertes hasta de estos septiembres sin sustancia, repletos de anuncios agonicos de vuelta al cole, enciclopedias y coleccionables de muñecas antiguas. Septiembre es el final del botellón de tardeo, la arena que ya no quema, el camarero facilón, el cenicero repleto de colillas, la decadencia del sistema. Y sin embargo, ese miedo enamora y rearma la inercia hacia el frío de quienes, como siempre, desempolvan las plumas sin mangas antes de tiempo. Pero no. Ni el otoño ni Sánchez van a derogar el gusto del jamón, el rosa de la gamba o la sonrisa de la vida. Reniega del catastrofismo, de la pobreza de corazón en vida, del aleccionamiento ‘woke’, de ese progresismo de trinchera siempre mejor que tú. Reniega de la tristeza en los escaparates. Más fuerte, pero más pobre. Cualquier día te sacan al balcón a plaudir de nuevo, no sé, a la justicia social, un minuto de palmas por las duchas frías, un aplauso a septiembre con su amargura tintada de sol naranja, con su miedo a la vuelta de tu esquina y con esa cara de acelga que ni napalm ni Wagner tienen el coraje de borrarte. Obedece. Pero resiste la suciedad de la impotencia, una melancolía impuesta y a la soberbia de quién te dice cuándo ducharte, dónde conducir. Que la vida es más que un Consejo de Ministros crujiéndote la intimidad por decreto. Seguiré creyendo en los atardeceres de septiembre en los que el último beso del verano era solo eso, el último beso, y no había que amar con autorización expresa ante notario. Se pongan como se pongan, mi septiembre de oscuridad prematura y margaritas tardíos no dejarán de ser mi septiembre, con la última floración del rosal sevillano, con el pargo en la parrilla y el sol salpicándose de sal antes de irse. No es ingratitud al decretismo ni aversión negacionista a la penumbra. Es solo el último agujero del cinturón que nos va quedando de libertad septembrina. Pues lo decía Fernán Gómez. En la mierda.