Pregúntale al polvo

His las cuatro de la tarde y llueve. Omar y Mbougan caminan por la acera izquierda de Leopoldstraat. Omar es dichorachero. Mbougan apenas habla. Omar nació aquí, en Amberes, pero crió en Senegal, de donde son sus padres. Mbougan también es senegalés, ahora vive en París. Omar es historiador, de ahí que suelte a veces chascarrillos malévolos de la relación de España con Flandes. Mbougan es escritor; el año pasado ganó el premio Goncourt. Omar hace esfuerzos por esquivar un charco mientras se mete en otro –de Flandes y España hemos pasado a la erótica del dictador comunista africano, homologable a los despotas caribeños–. Mboughan, que es alto y delgado, da zancadas largas. Mientras esperamos a que pase el tranvía, hablamos de l’episode de ‘Los detectives salvajes’ en el que Ulises Lima quiere secuestrar a Octavio Paz en el Parque Escondido. Roberto Bolaño es uno de los principales referentes de Mbougan, quien encuentra en la literatura latinoamericana conexiones directas con la africana. Los tres sabemos que no existe tal cosa como América Latina, de la misma forma que no existe tal cosa como África, al menos no en tanta unidad homogénea e identificable. Pertenecemos a dos continentes apretujados en la categoría poscolonial, la fascinación folclórica y la tragedia política. Tenemos una identidad mestiza, hecha de singularidades y en constante tránsito. Lo complejo radica en cómo abordarlas. Si en el siglo XX África tuvo autores totales como Chinua Achebe o Naipaul, y América Latina a García Márquez o Vargas Llosa, ahora ha llegado el tiempo de contar de manera propia, dice Mbougan. Más allá del hecho colonial, que nos condiciona, nos une una ansiedad distinta. No estamos hechos de una sola cosa, hablamos un solo idioma y excepto Omar, ninguno vive en el lugar donde nació. “Bajo esta lluvia, que yo te diga que soy europeo suena gracioso”, Omar suelta una carcajada sonora de dientes blancos mientras señala su piel oscura. Reímos los tres. Lo propio es el resultado de otras cosas. Cada uno obedece a lo que no es, se forma en la naturaleza de lo que ha sido, sin que eso suponga pertenencia definitiva a un lugar, sino a ese espacio más universal y duradero que nace del tránsito, y en ocasiones sustituye lo patrio por algo más complejo. Si John Fante tituló su novela ‘Pregúntale al polvo’, fue por el polvo de las calles del este y el medio oeste donde creció. Un polvo “en el que no crece nada”, barro seco en los zapatos los buscavidas y los desarraigados. Alienado por esa identidad dividida del ‘macarroni’, Fante, que era hijo de inmigrantes italianos en EE.UU., nunca dejó de preguntarse por estas cosas de las que hablan Omar y Mbougan con un paraguas en la mano. Son las cuatro y media de la tarde, y aunque no lleguemos a una respuesta definitiva, seguiremos lloviendo en Amberes.