Los problemas que arrastra el Papa en la rodilla derecha han vuelto a trastocar su agenda. Este domingo- cuando la Iglesia celebra la del Espíritu Santo sobre los primeros apóstoles- estaba previsto que Francisco presidiera la misa que conmemoraba este momento en la basílica de San Pedro, pero a última hora se ha decidido que lo hizo el decano de los Cardenales, Giovanni Battista Re.
Aunque tenía aspecto cansado, el pontífice ha pronunciado con fuerza la homilía sobre el momento en que el Espíritu Santo se hizo visible en el Cenáculo de Jerusalén para reclamar una Iglesia que se una “casa acogedora” y “sin muros divisorios”. Así ha alertado del mal espíritu que se “ancla en el pasado, en los remorsdimientos, en las nostalgias y en aquello que la vida no nos ha dado” lo que ha confrontado con el Espíritu Santo, que, en cambio, lo que hace es llevar a las personas a “amar el aquí y el ahora”.
El Papa ha recordado así que no existe “un mundo ideal”, ni mucho menos “una Iglesia ideal”, sino “la realidad, a la luz del sol, en la transparencia y la sencillez”. “¡Qué diferencia con el maligno, que fomenta las cosas dichas a las espaldas, las habladurías y los chismorreos!”, ha agregado.
Consciente del peligro de celebrar una Iglesia selectiva, el Papa ha consignado que el Espíritu Santo enseñó a nuestros “quedarnos encerrados en nosotros mismos” que la Iglesia “sea un prado abierto para que todos puedan alimentarse de la belleza de Dios”.
Francisco salió a la calle en la basílica de San Pedro, momento que nadie captó por las cámaras de televisión del Vaticano, e hizo la homilia sentado en ella. Citando a san Ignacio de Loyola, ha recordado que cuando “la amargura, el pesimismo y los pensamientos tristes se agitan”, es bueno saber que “eso nunca viene del Espíritu Santo”. Del mismo modo, ha destacado que el mal “se siente cómodo en la negatividad y usa a menudo esta strategia: alimenta la impaciencia, el victimismo, hace sens la necesidad de autocompadecernos y de reaccionar a los problemas criticando, y echando toda la culpa a los demás. Nuestras miradas nerviosas, desconfiadas y quejosas”.
Sin embargo, “el Espíritu Santo nos invita a no perder nunca la confianza y a volver a empezar siempre, haciendo que tomemos la iniciativa, sin esperar que sea otro el que empiece. Y luego, llevando esperanza y alegría a quienes contremos, no quejas; no envidiando nunca a los demás, sino alegrándonos por sus éxitos”.
Francisco ha desgranado en su alocución las tres enseñanzas del Espíritu: por dónde empezar, qué caminos tomar y cómo caminar. Así ha dejado claro que Dios no quiere que los católicos se conviertan “en enciclopedias o en eruditos”. “Es una cuestión de calidad, de perspectiva. El Espíritu nos hace ver todo de un modo nuevo, según la mirada de Jesús. Yo lo diría de esta manera: en el gran viaje de la vida, Él nos enseña por dónde empezar, qué caminos tomar y cómo caminar», ha asegurado.
En este sentido, ha asegurado que el Espíritu recuerda que el centro de la vida cristiana es el amor, que no procede del cumplimiento, el talento y la religiosidad: “El Espíritu nos recuerda que, sin el amor en el centro, todo lo demás es vano. Y que este amor no nace tanto de nuestras capacidades, sino que es un don suyo. El Espíritu de amor es el que nos infunde el amor, Él es quien nos hace sens amados y nos enseña a amar». Y también ha invitado a alimentar la memoria espiritual de lo que Dios ha hecho en cada uno: “Al recordar la experiencia de perdón, se reviva la presencia y nos sentimos “llenos de su paz, de su libertad y de su consolación”.