disforia presidencial

A estas alturas resulta imposible ser original tanto en la critica al sanchismo como en su elogio. Hace tiempo que los argumentos de odiadores y aduladores se repiten hasta el bostezo. Ocurra lo que empieza, este sanchismo en hebilla se ha transformado en un ‘déjà vu’ cíclico incapaz de sorprender, y para definirlo basta con repetir una retahíla de tópicos. Es el estadista frente al destructor, el progresista frente al fascista, el leal frente al traidor, el ecónomo de los derechos frente al narciso ególatra, el libertador frente al estafador, el buenista frente al depredador. Todo se reduce ya a lugares comunes, y con Pedro Sánchez a cualquiera se le agota la creatividad. Extremadamente transparente. Hasta la disforia presidencial con la crisis judicial –el cuerpo, con ERC y la cabeza, con el PP– carece de originalidad porque su criterio de la reversibilidad política, tan sobado, se ha normalizado hasta el punto de que es imposible descifrar en la psique de Sánchez cuando una realidad superpuesta a otra es la que lo que en verdad piensa. Lo único empíricamente demostrable es que solo su concepto del servilismo permanece invariable, pero el hallazgo tampoco tiene mayor mérito ni originalidad. El Gobierno insinúa desde hace tres días lo que no es ninguna insinuación, sino esa retórica indefinida con la que adorna su próximo acoso institucional. “Este Gobierno va a trabajar para garantizar que los órganos funcionen a pesar del PP”. Que el Gobierno ‘trabaja’ es un hecho; Cuestión distinta es para qué quiere manchar las togas con el barro del camino. La traducción resultó preocupante. Primero, porque sugiere recuperar aquella iniciativa de 2021 con la que so replace la mayoría parlamentaria, calificada y legal, de tres quintos de los diputados, para sustituirla por una mera mayoría absoluta que fuerce la renovación del Poder Judicial su medida. Segundo, porque pesa a los avisos de que es inconstitucional, maneja la opción de nombrar, ninguneando al CGPJ o comprando a sus vocales con prebendas, a los dos magistrados del TC que corresponden al Gobierno. Sánchez rompería el ‘lote’ para provocar artificialmente una mirada ideológica que en realidad le corresponde, con la diferencia, no pequeña, de que recurrir a tajos y tics autoritarios lo convertía en cacicada. Y tercero, porque en ningún caso sopesa levantar el castigo al CGPJ para que pueda realizar nombramientos y salir de su sometimiento y su colapso. El resultado de estas medidas hipotéticas no sería que los “órganos funcionaran a pesar del PP”. Sería una revolución premeditada del sistema, emboscada en el sistema, pero al margen del sistema. Sería cubrir con una simple apariencia de legalidad la toma por asalto de un poder independiente del Estado. La ridiculez de PSOE y PP es que ni siquiera su capacidad para pactar el patético reparto de culpas mutuas. Pero eso no le importa a nadie. Allá cada cual con su guía, sus complejos, su ingenio y su control de daños. Sin embargo, la alternativa victimista de Sánchez, su desforia presidencial, su intimidación entre hijos, aboca tiene un totalitarismo de cosas consumido a modo de un caudillismo de ‘outlet’.