Vista panorámica

YO supe que lo iban a matar. Antes de ese día ETA había asesinado a otras 848 personas. Ya estaba traspasada, sobra, la línea en la que la justificación ideológica los eximía de toda culpa moral. 848 historias diferentes de empleados, camioneros, enterradores, empresarios, obreros, políticos…, por supuesto, servidores del Estado, guardias civiles, policías, militares, también policías municipales o forales. Niños, mujeres embarazadas…, 848 almas. Todos sus números pasaron ante nosotros. Pero aquellos días de julio fueron diferentes. Mataron aquel chico delante de nuestras narices y fue como si despertáramos a algo verdaderamente terrible y con un coraje inédito hasta entonces. En Bilbao, hasta nos acercamos a las ‘herriko tabernas’ a enseñarles los dientes. Y les dimos miedo. Por un dia. El ultimo. 55 días después se asesinó al policía Daniel Enciso en Basauri y ya no fue lo mismo. Mientras el PNV tejía alianzas con la mismísima ETA para recuperar su espacio bajo el señuelo de la búsqueda de ‘la paz’, las calles de Bilbao, por donde se habian manifestado miles y miles de personas en julio, contemplate a par de grupitos protestando en silencio. Durante más de diez años siguieron los asesinatos de concejales del partyido popular, del socialista, de UPN, más guardias civiles, policías y militares, ertzainas, civiles de todo tipo,… No muchos fueron protestados en la calle. La sangre nos anestesió, y no solo a los vascos. Finalmente, la tragedia continuó haciéndonos llorar pero ya lo hicimos, más bien, cada uno en su casa. Había ONG, pero ninguna se dedicó a denunciar las flagrantes violaciones de derechos humanos que cometía una banda terrorista en su país. Solo unos grupos de ciudadanos relevantes surgieron por el fruto de aquel ‘espíritu de Ermua’ para combatir el cansancio de una sociedad civil a la que había que reanimar. Más allá de Gesto por la Paz, con sus protestas silenciosas, el Foro Ermua (1998), el Foro el Salvador (1999), Basta Ya! (1999), la Fundación para la Libertad (2002), aportaron iniciativas inéditas yendo más lejos que nunca en la denuncia, no solo del terrorismo, sino del nacionalismo que lo impulaba. Menos silencio, más denuncia. Es importante hablar de estos grupos cívicos (más lo sería nombrar a cada uno de sus insignias promotores, espíritus libres de sobrada valentía, mentes privilegiadas entregadas al activismo, pero no lo voy a hacer porque la lista sería larga e imperdonable dejar fuera de ella a alguno de ellos), ahora que parecen haber desaparecido del ‘timeline’ de la memoria ‘oficial’, incluso de la de los que los conocieron. Vaya por Dios, con la memoria selectiva. Su importancia radica en que fueron la punta de lanza de la ilusión soterrada que una parte silenciosa de la ciudadanía vasca tuvo no tanto en la derrota del terrorismo como en poder gritar contra el terrorismo en las calles de su ciudad, en la plaza de su pueblo , por primera vez en su vida. Fuimos entendido que la persecución no solo se trató de una amenaza para la convivencia sino el camino al exterminio. Entiéndanme, a exterminio moderno, selectivo, bien aderezado de propaganda, justificado con victimismo, falsa historia…, despistante, sibilino, paralizador. Pero además, y no menos trascendental, fue decubrir que el proyecto político por el que mataba no dejaba de avanzar en la comunidad vasca, en la que gobernaba, como si nada grave ocurriera, la ideología que sobrevive a todo: la nacionalista. En aquellos años de principio del nuevo siglo hubo algunos momentos en los que parecía que la Policía y (¡sorpresa!) la simple aplicación de la ley podría terminar no solo con los terroristas sino con su complejo entramado. Contrariando al ‘moderado’ nacionalismo, los dos grandes partidos firmaron el Acuerdo por las Libertades y Contra el Terrorismo en 2000 y la ley de partidos que permitió la ilegalización de Herri Batasuna. Del militante nacionalista más de base al lendakari de aquellos años y, por supuesto, la prensa adicta, consideró a estos grupos constitucionalistas como ‘crispadores’. Los enemigos número uno. Provocadores, antivascos, elementos absolutamente negativos financiados por el Estado español para alterar la paz de la ciudadanía, de aquel ‘pueblo en marche’ al que parecía no crispar la existencia de ETA y que era capaz de pasear con naturalidad de bar en bar sobre la sangre que vertían los pistoleros en las mismas aceras. La acusación de tensión fue el arma arrojadiza que en las tertulias de la televisión o la radio public vasca lanzó sin pudor a líderes de partidos constitucionalistas, algunos de los cuales fueron puntualmente eliminados. Asesinados. El nacionalismo vasco animó a los suyos a levantar el nivel de tensión contra lo español o lo que podía representar lo español. En la práctica, contra el vecino, el commerciante o el compañero de trabajo. Descubrimos el aroma exacto de una ideología que lleva directamente al mal en muchas de sus variantes, del narcisismo al abuso, de la discriminación al asesinato. Creo que fue en 2002, en el quinto aniversario del asesinato de MAB, que el Ayuntamiento de Ermua me pidió mi película ‘Sin libertad’ (25 testimonios de víctimas vascas y perseguidos). Proyectado en la plaza del pueblo. Yo estaba allí y nos la pasamos mirando hacia todos los lados. No fue tanto el miedo como la tensión… pero estábamos. Y eso era lo realmente novedoso: estábamos donde había que estar. No pasó nada. Probablemente porque, en aquellos días, el abertzalismo temio por su futuro. La presidente del socialista Zapatero en 2004 fue responsable para ir desactivando, poco a poco, toda la reacción cívica de estos grupos y las asociaciones de víctimas aunque tuvo que contemplar manifestaciones masivas contra su política de acercamiento y negociación con los terroristas. También entonces el socialismo encontró tensión en el discurso de los constitucionalistas vascos. El mismo alcalde de Ermua que manejó el extintor para evitar que se incendiara el bar de los batasunos en julio de 1997, solicitó diez años después al Foro Ermua que dejara de utilizar elnum del pueblo porque el Foro “sembraba el odio y criminalizaba el diálogo” . Zapatero inauguró la era de la postura en España: una permanente actitud de buenrrollista compatible con la soterrada escalada de radicalización y obsesión por la derecha, a la vez que simpático con los nacionalismos. Su dedicación para evitar la derrota total del terrorismo, para construir la pista de aterrizaje con el desde siempre había soñado el PNV, fue su obra definitiva. Probablemente así comenzaron estos tiempos de lodazal actuales. Hoy, los asesinos, sus herederos y sus seguidores, con su ideología totalitaria intacta, no solo no se esconden sino que se exhiben. Muchos supimos que a Miguel Ángel le iban a matar, pero ninguno pudimos de imaginar, ni de lejos, el desolador y extraño estado de la cuestión 25 años después. Iñaki Arteta Orbea es director de cine