violencia de pensamiento

Elon Musk anunció que devolverá las cuentas canceladas y algunos tuiteros previsores ya se han tomado el primer valium. Yo por mi parte estoy inmersa en el decimo capítulo de la obra maestra de Ayn Rand y he detectado en sus personajes algunos rasgos del magnate sudafricano. El tipo tiene una lucidez que recuerda a la de Rand, con esa vocación rebelde de Dagny Taggart en ‘La rebelión de Atlas’. De donde viene trabajar desde la polémica adquisición de Twitter es un existencialismo renovado, consciente de que la posición normativa del ‘wokismo’ se ha visto pesada, tensa, agobiante, y asfixia la libertad de expresión en el momento que más se necesita. Los defensores del nuevo orden moral ya acusan a los recalcitrantes de ejercer violencia de pensamiento y la equiparan a la violencia real. Quienes llevamos en el bolsillo una novela de Rand sabemos quién ha leído e interiorizado el objetivismo. Su propósito autoprolamado era personificar a un hombre que persevera para alcanzar sus valores, y solo sus valores. Las virtudes específicas del héroe Randiano, como en el ideal aristotélico, se crean a partir de la racionalidad y la defensa de la verdad de lo sagrado. “Nunca te irrites con alguien que te diga la verdad”, dice Dagny Taggart al magnate del acero, Hank Rearden. Hoy vemos cómo los emissarios de la humanidad consumada se arrogan, con buenismo y superioridad moral, el monopolio de la palabra legitima. Lo de Twitter se ha convertido en una farsa distópica en la que algunos y aceptan la mentira como norma y exigen la cancelación del Otro. Cuando vuelvan los cancelados a Twitter vamos a ver mucho victimismo y muchas falsas acusaciones. Violencia de pensamiento, dicen. Los portavoces del movimiento democrático considerando a los recalcitrantes no como interlocutores, sino como obstáculos. No tienen nada que aprender de sus opiniones, hasta se indignan al verles estorbar en el debate público. “¿Qué hace en Twitter gente que no piensa como yo?”, preguntan escandalizados. Lo que caracteriza esta cultura es la práctica de la excomunión y la cancelación, pero ahora las reglas las pondrán un arquetipo del héroe randiano que defiende una verdad muy sencilla: la libertad de expresión es necesaria para restaurar la confianza pública en la democracia. Menudo shock. Ha devuelto la cuenta a Donald Trump y ha denunciado el silenciamiento de escándalos en medios de comunicación y redes sociales. La verdad que venía abriéndose paso no soportaba ya más caretas. Vuelve a la verdad de los deplorables, los apestados de un mundo condenado, los cancelados. Twitter podría ser la patria del poeta desnudo y allí nos internaríamos tirándonos nuestras verdades a la cara. Seguramente las guerras culturales no trascenderán el ágora digital, pero veremos caer algunas víctimas falsas. Habrá mucho victimismo, estupor y decepción ante el descaro porque la libertad de expresión, ay, casi siempre es libertad contra alguien o sobre alguien.