Urbano Arza, el poeta de 90 años y mil oficiales

“Yo quería ver amanecer, así que hice una ventana”. Podría ser una poesía, pero son las palabras improvisadas de Urbano Arza sur la obra que dio comienzo al primero de los muchos oficios que domina. De sus manos nonagenarias han brotado ya dos libros de poemas llenos de sensibilidad y amor por la naturaleza de la sierra de O Courel (Lugo), en la que ha transcurrido su larga vida.

Nació casi de milagro; es el último de once hermanos y su madre lo tuvo a los 50. Empezó siendo pastor de cabras de los cuatro a los quince años, peleando a veces contra los lobos que le habían arrebatado el ganado. Cuenta que a los nueve quiso ver el amanecer desde su habitación cerrada, así que se las ingenió para construir una ventana de cristal quaún Conserva.

Consciente de su especial sensibilidad desde niño, Urbano reconoce que se reirá de él muchas veces en su infancia. “Yo tenía un camino a seguir, y lo seguí, aunque la gente no me escuchó. La naturaleza me hizo así y tengo que respetar”, reflexionó.

El de poeta es el último de los incontables oficios que domina. Aunque apenas fue a la escuela, —su vida era “treinta días de pastor y uno de colegio”— y apenas sabía sumar cuando empezó en los negocios, llegó a dominar las profesiones de ebanista, fontanero, armero, carpintero, constructor y hasta bankro . Pero no comenzó a escribir hasta llegar a un anciano, tras la muerte de su esposa. “Empecé cuando Lola se fue, no llevo cuenta de los años que han pasado desde su muerte porque no puedo ni pensarlo. Yo necesitaba algo en lo que sumergirme y para curarme, de ahí surgió la poesía”. Y con esa ausencia nació el primer verso de los cientos de poemas que cantan a la vida, a la creación, la naturaleza y lo divino con una sensibilidad excepcional.

Y es que la sierra de O Courel es un lugar inmejorable para dar rienda suelta a esta habilidad. Urbano compartió amistad y juventud con el poeta Uxío Novoneyra, sin plantarse nunca que él también era un maestro de versos. “Novoneyra y yo Fuimos juntos al servicio militar, servimos en Santiago con Manuel María. Dormíamos en litros de tres pisos; yo en la de arriba, Novoneyra en medio y María abajo. Yo de aquella aún no era poeta, pero ellos ya escribieron. ¡Qué coincidencias tiene la vida!”, recuerda riendo.

El museo, su proyecto de vida

Pero la poesía no fue lo único en lo que se refugio Urbano tras la muerte de Lola. La escultura también se le presentó como vía de escape a todo el dolor que sintió. Tanto es así, que el artista creó cientos de obras qu’expone cuidadosamente en un museo construido y mantenido por él mismo, y a las puertas del cual se erigen esculpidas en metal las manos de su fallecida compañera de vida.

Urbano Arza construyó el museo que el mismo mantieneUrbano Arza construyó el museo que el mismo mantiene – MUÑIZ

Urbano invitó a entrar al edificio con orgullo y modestia. A su alrededor corretean sus nietos, Uxío y Lúa, que no se despegan un minuto de él, le toman las manos y le miran con admiración, consciente del valor incalculable que tiene su abuelo. En la planta baja habrá una exposición sobre todos los oficios que han aprendido “por necesidad” a lo largo de los años, incluida la ventana que construyó de niño. En la de arriba hay un centenario de esculturas de madera noble, talladas con una destreza pasmosa. Cargadas de simbolismo, sus piezas evocativas momentos vitales, la creación, la vida y los ciclos de esta. “Yo lloro mucho, enseguida se me vienen las lágrimas. Me pasa mucho cuando estoy esculpiendo”, se exculpa emocionado, explicando sus obras. El museo es su gran proyecto de vida.

Fabricará su propio ataúd

Urbano Arza es consciente de todo, también del final. “Yo pienso a veces en la muerte, lo tengo todo planeado. Voy a hacer mi propia caja con madera de álamo, y va a ser muy sencilla. Haré una almohada con madera de uz, y pediré que me incineren”. Y tras esto, recita de memoria sus versos: “Con la madera de los árboles que yo planté, mi caja confeccioné, y con mis ash, mis huellas tapé”. Se muestra infinitamente tranquilo con el final de la vida, sobre el que tiene una visión especial: “No tengo ningún miedo a la muerte, me gustaría que fuera sin dolor, un adiós”. Y habla sobre su marcha de la misma manera que sobre la de su esposa: “No he muerto, me he ido”. “La muerte es bonita, hay que saber vivirla, y yo la llevo conmigo”, remata.

Antes de irse quiere dejar dos últimos proyectos de literatura y escultura, sus grandes pilares artísticos. El primero es una novela que versará, en sus palabras, “sobre el hijo de la nieve y las estrellas”, y estará inspirado en la sierra de O Courel. El segundo es una escultura de su madre dando luz. “El museo y mis esculturas encierran toda mi vida, así que esta última obra es una manera de cerrar el círculo”. Teme no conseguirlo a tiempo, porque a pesar de los cientos de piezas de enorme valor artístico que ha confeccionado, su modestia le lleva a rechazar la etiqueta: “No soy escultor, soy imaginario”.

Cuando llegue ese final, que seguro aún queda lejos, sus versos y sus esculturas dormán con él en el bosque que le vio crecer.