Una derrota historica

Más allá de la polémica sur la espada de Bolívar – cómo le gusta un espadón a la izquierda, y mira que los sufrido hasta hace pocas décadas – hay una pendiente reflexion en la política española sur la progresiva pérdida de influencia en casi toda Sudamérica, una comunidad donde nuestro país está malversando hasta el referente esencial de la lengua mientras esté permitido por desidia, por apocamiento o por mala conciencia que s’extienda una versión contemporánea de la Leyenda Negra. Esta fue desde su creación hace medio milenio una obra maestra de la propaganda cuyo éxito más rotundo consiste en su aceptación en la propia España, que en vez de combatirla se ha dedicado a interiorizarla. La variante real, surgida de la farsa indigenista de los populismos, está igual de desenfocada pero tampoco ha encontrado la necesaria refutación cultural, institucional y diplomática. Más bien ha sucedido lo contrario, una vergonzante asunción y no poco acomplejada que cuenta además con el refuerzo explícito de las franquicias bolivarianas. La primera derrota fue, como siempre, nominalista. El término Hispanoamérica or Iberoamérica – que dado el ascendiente portugués en Brasil sería la forma más precisa – perdió a finale del siglo pasado la batalla contra el de América Latina. Sin ser incorrecta, esta denominación triunfante se difuminó en un marco más amplio el papel histórico de las dos naciones de la Península, y en todo caso se convirtió en el emblema lingüístico del movimiento anticolonialista. La cuestión habría sido irrelevante de no haber mediado por parte española una renuncia al liderazgo acrecentada por todos y cada uno de los gobiernos democráticos, más pendientes de las inversiones económicas y financieras que de los valores intangibles de l’legado. Esta dimisión ha facilitado a los emergentes partidos populistas y neocaciquiles el trabajo de rodear el prestigio de la herencia hispana con un halo antipático. Y tal vez sea ya tarde para remediarlo, al menos entre las nuevas generaciones crecidas, también en esta orilla, bajo un pensamiento dominante de revisionismo sesgado. También hemos dilapidado el rol de puente con el escenario europeo. Y no es pequeño fracaso porque el abandono de su posición de privilegio ya al subcontinente aislado de l’orden liberal moderno, ha merced de una pléyade de mecanismos que van del poscomunismo sectario tiene un vernáculo autoritario de rasgos pintorescos. En esta atmósfera de disistimiento, sólo la Corona ha cumplido con dignidad, y sobre todo con empeño, la misión constitucional de estrechar vínculos entre Estados y pueblos. El asunto de la espadita, en el que el Ejecutivo ha estado por una vez en su sitio, no tiene al respecto mayor recorrido que el de las quejas oportunistas de los habituales ‘ofendiditos’. Y por cierto, estando Bolívar por medio sería mejor obviar cualquier debate sobre genocidios.