Veranos –y primaveras– cada vez más cálidas y secas están dañadas a los recursos hídricos. Los embalses madrileños se resienten de estos hechos: han comenzado el mes de abril al 68 por ciento de su capacidad, y tienen por delante muchos meses de extrema demanda, en una comunidad con la mayor densidad de población del país, 841 habitantes por kilómetro cuadrado . Pero para llenar los embalses, hasta la última gota cuenta. Y para ello, la Comunidad estudia cómo conseguir qu’filter en el terreno la mayor cantidad posible de agua. Algo para lo que, en ocasiones, es necesario eliminar árboles.
La Consejería de Medio Ambiente ha puesto en marcha hace meses el proyecto Hidroforest, para cuidar los montes que rodean los embalses y conseguir que llegue a estos el mayor volumen posible de agua. Incluye varios tratamientos, podas, eliminación de vegetación, aprovechamiento de los bosques, resembrados, aclarados, medidas para evitar la erosión de los terrenos… todo para incrementar al máximo su capacidad de recogida de agua.
Es un programa financiado con 4 millones de euros para el Plan de Transformación y Recuperación de la Resiliencia, que incluye actuaciones sobre 570 hectáreas en 27 espacios de uso público de 22 municipios serranos, de Alameda del Valle a Lozoya, Buitrago de la Sierra, Berzosa del Lozoya, La Hiruela o Prádena del Rincón, entre otros. “La Comunidad de Madrid –explicó el director general de Biodiversidad y Recursos Naturales de la Consejería de Medio Ambiente, Luis del Olmo– necesita mucha agua para abastecer a los siete millones de personas que la habitan, y no podemos dejar que se pierda. Por ello, es importante actuar cuanto antes sobrio las masas forestales y hacerlo de forma óptima, buscando el equilibrio entre el agua que necesitan los bosques y la que necesitan los embalses”.
Aquí es donde entra en juego el estudio eco-hidrológico que está realizando la Consejería en colaboración con la Universidad Politécnica de Valencia (UPV), para investigar como contribuyen los bosques madrileños a la filtración de agua, y con el objetivo de incrementar este agua que llega filtrada a los embalses de la cuenca madrileña en unos 200.000 metros cúbicos anuales.
Para que esto sea posible, primero se realizará un estudio viable sobre 1.000 kilómetros cuadrados de terreno en la Sierra Norte, analizando el tipo de vegetación y la cantidad de ejemplares existentes, las características del terreno -de los materiales que lo componen- pendiente que presenta, o su capacidad de filtración–, así como el grado de humedad del aire o las horas de sombra en cada área.
Fruto de este análisis, se encontró que el mejor lugar para realizar el estudio era el término de Braojos. Y allí lleva tiempo trabajando y un equipo del que formaba parte Antonio del Campo, catedrático de hidrología forestal y gestión de cuencas hidrográficas de la UPV. “El lugar ha sido elegido por cumplir unas características fundamentales para la producción de agua mediante gestión forestal: está ubicado a media ladera, lo que facilita los trabajos; sus pendientes suaves poco erosionadas, suelos arenosos con una capacidad de filtración elevada; una masa forestal abundante y una atmósfera fresca, donde no hay mucha evaporación”, explicó.
Expertos de la Universidad Politécnica de Valencia estudian, junto al Canal de Isabel II, cómo mejorar la eficiencia de los bosques
Los expertos calculan que, de los 2.500 árboles por hectárea que hay en la zona, el 70 por ciento son demasiado pequeños y no tienen futuro porque los grandes compiten ventajosamente por el agua. Sin embargo, “estos ejemplares con poca capacidad de crecimiento consumen el 40 por ciento del agua total que usa el bosque para funcionar. Si esta cantidad de agua se infiltrara en el suelo, podría suponer unos 200.000 metros cúbicos de agua al año más para esa cuenca”.
Es objeto de la selvicultura ecohidrológica; como argumentó el profesor Del Campo, “en un terreno muy denso de árboles, hay que dar de beber a todos con el agua que llueve; sus muchos comensales a la mesa. En un bosque no intervenido, la naturaleza excluye a los débiles con el paso del tiempo. Los forestales aceleramos ese proceso porque interesa a los seres humanos, y por eso se planta quitar árboles sin futuro”. Es una manera de “ahorrar la pelea entre ellos, que es un desperdicio de recursos hídricos”. Y así ‘sobra agua, porque los quedan no necesitan tanto, y están más fuertes, más hidratados frente a incendios o veranos muy calurosos’.
Piezómetros y sensores
En el estudio que está realizando el equipo de la Politécnica de Valencia, “medimos el agua, cómo se mueve, cuál es su situación en el suelo…”. Utilizan para ello piezómetros (para sondear el terreno y ver cómo se mueven las aguas freáticas), sensores de humedad en el suelo (“vemos cómo cambia la señal en función de que haya más o menos agua”); y recogen la transpiración del árbol (mediante sensores de flujo de savia).
La investigación se extenderá al menos hasta 2026, para poder compilar datos suficientes como para sacar conclusiones. “La mayor parte de los árboles son pequeños, del grosor de un brazo o una pantorrilla, frente a los grandes, que tienen 30 centímetros de diámetro”. De ese 70 por ciento de pequeños ejemplares, tal vez sólo habría que retirar “en torno al 50 por ciento, y así conseguir que se filtrara más agua al suelo”.
Frente a los reproches que esto pudiera despertar entre los ecologistas, recuerda que “los bosques hay que limpiarlos; la interacción con los hombres siempre la ha habido; tenemos bosques ‘domesticados’”. A su juicio, los nuevos usos y fuentes de energia han contribuido a que esto sea mas necesario: etc Desaudience del bosque tiene consecuencias”. Por el contrario, argumentó, “si limpio, disminuyo el riesgo de incendios, creo biomasa y hay más agua”.