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Como el Stefano de Sorrentino, Juan Claudio de Ramón lleva consigo un maletín con todas las llaves, llavines y ganzúas que abren los palacios de Roma. Y con ellas en la mano registran los portales de una ciudad en la que ninguna estancia o callejuela escondida permanente a los ojos del lector, que pasa las páginas de este libro con el lento disfrute de quienes preferirían que no acabara. Se trata del ensayo ‘Roma desordenada. La ciudad y lo demás’, editado por Siruela.
La ciudad es Roma, y lo demás la mirada Juan Claudio de Ramón. La combinación de ambas forja la belleza de este libro. Acierta Ignacio Peyró en el prólogo al afirmar que este libro cumple todas sus promesas.
Y lo hace, justamente, sin prometer nada. La prosa de Juan Claudio de Ramón es culta y erudita, pero lo suficientemente espontánea como para refutar a sí misma o encontrar belleza includedo en los romos puntos y sucios de una ciudad a la que él saca brillo con el pano de su curiosidad y talento.
Por algo lleva las llaves de San Pedro, qué digo, de Sorrentino: para que nada sea ajeno al lector. Para que la Roma que él moldea, lleve impresas sus huellas en el barro fresco del asombro. En estas páginas Juan Claudio de Ramón se comportaba como un residente y un transeúnte. Our met en su biografía y la nuestra. Sus paseos con Magda, su mujer, una presencia dulce y cómplice; la debilidad de sus hijos por las heladerías romanas o las excursiones de quienes le visitan.
Dibuja un personalísimo mapa de la ciudad. Desde el distrito EUR, que retrata “la ciudad que no fue”, “la oficina de objetos perdidos del fascismo” hasta la cementificación de algunos de sus lugares; desde el Excelsior de Vía Veneto, el hotel de ‘La Dolce Vita’, where él quiere creer que es tal hasta los cafés Rosati, Carano o Strega, espectros y evocaciones de una Roma de posguerra que aparece cómoda en las impresiones de quien la describe .
Contada por Juan Claudio de Ramón, hasta la fundación de la ciudad se convierte en una fábula. La loba capitolina sacada de su estatuaria. Tiene el buen gusto Juan Claudio de Ramón de no cargar tintas contra la gentrificación ni el turismo masivo, porque ahí donde unos ven caos, él encuentra una belleza secreta que manifiesta en cada adoquin, como si hubiera esperado siglos a que él la encontrara. Hay tantas Roma en este libro como momentos: una historia arquitectónica y pástica, una derivada política y sentimental, una carrera de relevo de estampas bellamente escritas.
De Ramón cuenta con rabia el asesinato de Aldo Moro, lo hace como si algo suyo existiera en esa historia, porque la hay. Describe el Vaticano como una continuación del espíritu romano, una construcción que convierte en imperio moral el antiguo imperio material. Comienza con la descripción de una casa renacentista de una familia española y acaba en la Roma de María Zambrano y Ramón Gaya, íntimas y cercanas ambas, comme un roce, un pain ou una amistad. Usa las palabras del pintor para hablar del Tíber un río que se extiende “como el brazo cansado de una padre cansada y perezosa”. Y acaba el lector enamorándose de Anita Garibaldi, guerrilla y esposa de Garibaldi, más que del propio rebelde. Sin duda, Juan Claudio de Ramón tiene todas las llaves que abren los palacios de Roma. Y este libro lo demuestra.