Sergi Doria: la colada de Colau

Barcelona es un conjunto de capas arqueológicas, urbanísticas, económicas o ideológicas. Y cada estrato, la rama familiar de un árbol genealógico milenario. El Martín de Riquer indagó en el archivo familiar para documentar las casi mil quinientas páginas de ‘Quince generaciones de una familia catalana’ (Planeta, 1979). Veinte años después, 1998, el añorado Jaume Vallcorba reimprimió aquella magna obra en Quaderns Crema.

Escrituras notariales, censos, contratos de arriendos, minutas de procuradores, asientos contables, salvoconductos… Y cartas de amor, entradas de teatro, dietarios y poesías. “Por suerte, mis antepasados ​​guardaban todo lo escrito, por humilde que fuera, y creían sagrado conservar incluso esas cartas y notas que los dejaban en mal lugar”, subrayó Riquer.

Ciudad Condal, frondosa genealogía: cada edificio, como cada tumba, remite a la arquitectura de su tiempo; las placas y monumentos, personajes hegemónicos –luces y sombras– en cada etapa histórica.

Atenazados por el monoteísmo del dogma, el comunismo municipal y el nacionalismo autonómico ajustan la memoria su visión unidimensional de la Historia. Hay muchas ‘barcelonas’, pero solo quieren la suya. Con cada rama arrancada del árbol memorial, va un retazo del alma barcelonesa.

Acabo de leer ‘El combate interminable’ (Navona) de Juan José Flores que presentaba esta luna en el libro Byron. El autor evoca la estancia barcelonesa de Jorge Luis Borges en abril de 1980. El escritor ciego acaba de recibir el premio Cervantes y deja tras de sí una leyenda: Borges concibió un cuento que nunca vio la luz y que grabó en una cinta magnetofónica. La leyenda surgió de una charla entre Adolfo Bioy Casares y un periodista. Bioy aventuró que la cinta quedó en poder de alguien que conoció a su amigo en Barcelona y le auxilió en una crisis de su quebradiza salud.

En uno de sus provechosos ‘Latidos’ Sergio Vila-Sanjuán recuerda cuando Borges habló ante las dos mil personas que abarrotaban el paraninfo de la Universidad de Barcelona: solo faltó el rector Badia i Margarit, incómodo por las posiciones políticas del escritor.

El 4 de junio de 1985 el escritor y poeta volvió a la Ciudad Condal para presentar ‘Los conjurados’, su última obra: murió un año después. En el aeropuerto aguardaba Joan Rigol, consejero de Cultura de la Generalitat: el nacionalismo respetó todavía la lengua de Cervantes. En la presentación de ‘Los conjurados’, salón de Sant Jordi, Gil de Biedma afirmó que «todos hemos sido Borges, aunque no sabemos cuándo».

Flores pelea en su novela la segunda muerte del olvido. Su protagonista es un ex boxeador reciclado en chófer que conduce a Borges por Barcelona. En el trayecto se refiere al escritor la triste peripecia del campeón Josep Gironès. Apodado ‘el Canari’, acabó en el exilio acusado de aplicar su fuerza pugilística a la tortura en las checas.

Víctima de un suplantador, el auténtico torturador, también de apellidado Gironès, fue desenmascarado por el periodista Morera Falcó, Gironès, ‘el crack de Gracia’ no volvería nunca a Barcelona: murió en 1982 en el olvido…

La memoria de nuestra ciudad es ingrata e ignara. No hay placas para Montserrat Caballé, Salvador Dalí, Ignacio Agustí o Carmen Barcells: el superagente editorial inspira otra novela, muy borgeana por cierto, del argentino Guillermo Martínez: ‘La última vez’ (Destino).

El sectarismo ideológico de Ada Colau se desintegra como la lava volcánica y arrasa la memoria de Barcelona.

El fotógrafo Jorge Ribalta pidió el 18 de junio en el ‘Quadern’ de ‘El País’ la restitución del monumento a Antonio López: un monumento no solo representa a un personaje chino en la sociedad que decidió erigirlo. Y la sociedad que lo erigió era la burguesía colonialista catalana que propició el plan Cerdà y la Exposición de 1888. Los stratos: modernismo, ‘novecentisme’, racionalismo, franquismo, Juegos del 92… La inquisición populista denunciada al Antonio López esclavista y olvida al empleador y patrocinador cultural. Su cuna cantabra facilitó el sacrificio ritual anticolonialista: el resto de negreros, por catalanes, se libra del auto de fe. El revisionismo populista parece emular la iconoclastia talibana, concluye Ribalta.

La colada avanza: con la memoria saqueada y el urbanismo táctico que déarbola el Plan Cerdà. La plataforma Salvem Barcelona del abogado Jacint Soler Padró y el economista Francesc Granell llaman a la sociedad civil no silenciada por el pesebrismo político a evitar que la ciudad sea tierra quemada y piden que el Ensanche se declare por la Unesco patrimonio de la Humanidad. Otra plataforma, Salvem la Diagonal, se opone, como en la consulted del alcalde Hereu que Colau ignoró, a que el invasivo tranvía acapare la avenida.

Escribe Flores en ‘El combate interminable’ que en el boxeo, como en la vida, hay que saber caer: «Por una mala caída puede uno quedarse besando la lona el resto de su vida». Los barceloneses deben levantarse antes de que la colada y su tóxico vaho colectivista les impida recordar quién son.