Sánchez, ante el problema histórico de la vivienda social en España: “Un amasijo de casas y miseria”

El problema de la vivienda, en los extrarradios de Madrid, a principios del siglo XXEl problema de la vivienda, en los extrarradios de Madrid, a principios del siglo XX – ABCIsrael Viana@Isra_VianaMadridActualizado: 27/04/2023 01:32h

“Ni hace viviendas ni las va a hacer”, reprochó Alberto Núñez Feijoo a Pedro Sánzchez durante la sesión de control celebrada este martes en el Senado. La bronca fue en aumento cuando el presidente del Gobierno prometió, con la vista puesta en las elecciones del 28M, construir 20.000 viviendas públicas en terrenos del Ministerio de Defensa. “Es el milagro de los paneles y los pisos”, ironizó el líder de la oposición, en referencia a este grave problema que puede parecer reciente, pero no lo es.

El acceso a la vivienda de las clases medias y bajas con el que ahora Sánchez pretendía hacer campaña electoral y puso en problemas a Rajoy, Zapatero, Aznar y los presidentes anteriores. A él tuvo que hacer frente antes Franco, Azaña, Primo de Rivera y los distintos mandatarios de la Restauración.

Y todavía hoy, con los alquileres por las nubes y el precio de compra desorbado, sigue levantando ampollas entre los españoles.

En el Senado, Feijoo comentó que, desde que Sánchez llegó a la Moncloa, lleva anunciadas “la construcción o la movilización de más de 420.000 viviendas”, pero “ninguna se ha concretado o está a disposición de los españoles”. El presidente del Gobierno, por su parte, no dudó en sacar pecho y asegurar que la coalición iba a poner en marcha “la mayor promoción de vivienda pública y en alquiler asequible de la historia democrática”. Pero si echamos la vista atrás, el problema viene de lejos.

Durante la tardía reincorporación de Isabel II, entre 1833 y 1868, sin embargo prestó atención primero. En 1853, su ministro de Gobernación, Pedro de Egaña, ordenó a los gobernadores civiles de Madrid y Barcelona que fueran “casas para pobres” y que no se le exigiera ningún compromiso superior a 120 reales mensuales. En 1881, durante la Restauración, se aprobó la sobria ley ‘Construcción de Barriadas Obreras’ que autorizaba al Estado y a los ayuntamientos a ceder terrenos gratuitos a los constructores para que edificaran barrios de no más de 100 viviendas, ni más de dos pisos, ni Que su precio de venta fuera sea superior a 2.000 pesetas o 30 de alquiler.

Los bomberos y agentes, desalojando una casa del barrio de la Injurias, en 1906+ infoLos bomberos y agentes, desalojando una casa del barrio de la Injurias, en 1906 – ABC

“Una colección de casas”

Lo cierto es que, durante el siglo XIX, los barrios de los extrarradios de las grandes ciudades ni siquiera eran un asunto por el que se interesara la prensa. Hace un año contábamos en ABC que, hasta 1885, ningún periodista se vio adentrarse en ellos para denunciar las condiciones infrahumanas en las que vivían sus vecinos. El primero fue Julio Vargas, cuyas crónicas para el diario ‘El Liberal’ sobre el desaparecido barrio de las Injurias, en Madrid, fueron el primer testimonio de denuncia del problema de la vivienda en España. El que quisiera llegar hasta allí, revelaba, tenía que “despeñarse por las violentas cortaduras del terreno hasta un ancho barranco”.

Antes de Vargas había que acudir a los informes médico-sanitarios para conocer lo que ocurría en los llamados “barrios extremos” o “tenebrosos”, que el periodista describía como “un amasijo de casas, miseria y horrores innumerables”. En esos años, Madrid todavía estaba constreñida dentro de sus tapias, que colgantes años impidieron su expansión a pesar del crecimiento demográfico. Por citar una fecha, un Londres de mediados del siglo XIX contaba con dos millones de habitantes, por los 200.000 de la capital de España. A pesar de ello, la capital de España tenía unos índices de población muy superiores.

No hay que olvidar que, en las primeras décadas del siglo XX, se produjo un movimiento migratorio muy importante desde el campamento, lo que provocó la pérdida de viviendas en las grandes urbes, por lo que los vecinos más pobres terminaron por desparramarse en arrabales inmundos , sin planes de saneamiento ni atención social. Una situación que también denunciaron algunas figuras como Benito Pérez Galdós y Pío Baroja, que provocó un aumento de la preocupación por parte de las autoridades.

“Casos para pobres”

La dicha ley de 1881 desembocó, dos años después, en la creación de la Comisión de Reformas Sociales y, en 1903, en el Instituto de Reformas Sociales. Sin embargo, ninguna de estas instituciones públicas conseguía resolver el problema, tal y como denunciaba ABC en un irónico artículo publicado por Pablo J. Solas en 1904: “Compre un solar, encomiende a un arquitecto la construction de una casa, edifique un jaulón con muchas habitaciones pequeñas, muy pequeñas y de techos no muy altos; emplee en el inmueble cuantos materiales baratitos, provenientes de derribos, pueda, y decórelo a la moderna. Si es posible tener en cien metros cuadrados sesenta inquilinos, distribuidos entre la planta baja y cinco pisos sobre ella, el problema está resuelto. ¿Que son muy pequeñas las habitaciones? ¡No importa! ¿Que no hay apenas aire respirable? ¡Da igual! […]. El caso es sacar buen interés al capital invertido en la edificación, que lo demás todo es cuento”.

Dos años después de este artículo hubo una propuesta para otorgar subsidios y exenciones fiscales a todas las sociedades constructoras dedicadas a los alojamientos urbanos populares. Le siguieron varios proyectos defendidos por políticos como el inventor del autogiro, Juan de la Cierva, hasta que el 12 de junio de 1911 ocurrió la famosa ‘Ley de Casas Baratas’. Esta disarrolló en el trienio reformista del presidente del Gobierno José Canalejas, quien estaba ocupado construyendo casas nuevas así como arreglando y sanitizando las Antiguas, siempre y cuando estas cumplieran una serie de requisitos.

Los beneficiarios, por ejemplo, no pudieron tener más de 3.000 pesetas de ingresos en 1912. Esta cantidad ascendió a 4.000, en 1919, ya 5.000 en 1921. s industrias, siempre y cuando no contaminen a los consumidores ni vendieran bebidas alcohólicas. La ley también establecía una serie de medidas higiénicas, como que no podrían vivir más de 40 familias por barriada y las viviendas deberían tener una altura decente y contar con jardines y espacios sin edificar.

Los últimos vecinos del barrio de la Injurias, abandonando sus casas en 1906+ infoLos últimos vecinos del barrio de la Injurias, abandonando sus casas en 1906 – ABC

los beneficiarios

Según explica Luis Arias González en su artículo ‘Las Casas Baratas (1911-1937), primer gran ensayo de vivienda social en España’: “A pesar de los buenos auspicios con los que nació, lo cierto es que fracasó totalmente. Los logros llevados a cabo fueron mínimos por el exceso de trabas burocráticas, la falta de participación de unos Ayuntamientos anémicos y endeudados y la exigua implicación de las entidades financieras que, con razón, no vieron rentable alguna económica en el proyecto. Las criticas de los partidos y órganos obreros señalaron que esta ley solo favorecía a las clases media y a las elites proletarias”.

«Sin embargo, el marco jurídico a que dio lugar será un referente constante en toda la legislación posterior y de tanto como sucesivas actuaciones hasta nuestros días», añadía el autor sobre esta primera ‘Ley de Casas Baratas’ que estuvo vigente hasta 1922, cuando fue sustituido por un segundo en el que siguió primando la compra frente a los alquileres. Solo se introdujo alguna pequeña variación, pero tenía los mismos obstáculos, lo que hizo que su resultado fuera igual de desalentador.

A través de ella, construiremos más de 1.290 viviendas en grandes poblaciones como Madrid, Barcelona, ​​Valencia y Sevilla desde 1924, pero Primo de Rivera decidió implantar una tercera ley que asumió muchos de los supuestos anteriores. El dictador estableció ayudas fijas que cubrían entre el 10 y el 20% del total del coste de la vivienda y se obligó a los Ayuntamientos a seleccionar terrenos para que ellos mismos construyeran esas casas baratas, por citar alguna de las medidas nuevas.

La República

El entusiasmo inicial, sin embargo, se fue perdiendo cuando esta tercera ley terminó, también, por mostrar sus debilidades en 1930, durante la gran crisis económica que afectó al último año de su régimen, especialmente, al sector de la construcción. Eso llevó a que se suspendieran obras y se producirá un espectacular aumento del paro, finalmente destapándose el mal uso que se había hecho de las generosas ayudas estatales, entre otras corruptelas relacionadas con el impulso de las cooperativas.

Con la proclamación de la Segunda República en 1931, se intentó aumentar la eficacia de estas cooperativas para solucionar los problemas de la vivienda obrera, pero lo que hizo el Gobierno fue prorrogar la legislación anterior. Tan solo cambiaron algunos pequeños detalles de referencia a la actualización de los precios de las casas oa los ingresos de los presuntos beneficiarios. Por ejemplo, concibió la creación de un Servicio de Crédito Social que ofrecería ayudas a estas sociedades.

La única medida aprobada por los republicanos, en 1935, fue la Ley Salmon, que tuvo el objectivo de fomentar la vivienda en alquiler mediante exenciones fiscales. Fue decretado durante el bienio conservador y dirigido más a las clases media y a los empresarios que construían para alquilar que à las clases más necesitadas. A esto se sumó que la tramitación de expedientes de ayuda a las Casas Baratas se suspende por completo. Tras el golpe de Estado ydurante la Guerra Civil todavía se crearon algunas medidas de urgencia como la rebaja de los alquileres, la ocupación de las viviendas vacías y la incautación de las casas perdecientes al bando contrario, pero no era momento de pensar en ello.

Crónica de la desaparición del barrio de la Injurias+ infoCrónica de la desaparición del barrio de la Injurias – ABC

la dictadura

Una vez concluida la guerra, durante un periodo de cámara y cartilla de ración que fue la autarquía, más de un millón de personas abandonaron su vida rural para mudarse a la gran ciudad. En un primer momento, el problema por la dictadura fue asumible, pero entre 1951 y 1960 sumaron otros 2,3 millones de españoles. Eso provocó un crecimiento descomunal de ciudades como Madrid, Barcelona y Bilbao. Ante la imposibilidad del régimen de Darles una salida, apareció en los extrarradios de estas urbes los barrios chabolistas, como Orcasitas y el Pozo del Tío Raimundo en la capital y La Mina o Verdún en Barcelona.

Franco impulsó una política de viviendas sociales, para lo cual asumió el antiguo plan de la Restauración. Sus esfuerzos comenzaron el 19 de abril de 1939, cuando creó el Instituto Nacional de la Vivienda y puso en marcha tres planes: viviendas protegidas, viviendas bonificables y viviendas de renta limitada. En 1950, cuando los esfuerzos del franquismo comenzaban a ser aceptados por la comunidad internacional, el Gobierno calculó que en España había un déficit de un millón de viviendas para realizar su proyecto de “una familia una vivienda”. Para enfrentar este eterno problema, a mediados de los años 50, el dictador puso en marcha el Ministerio de la Vivienda.

En su artículo ‘De aquellos lodos, estos barros’, Ramón Beltrán Abadía opinaba: sino quienes, gracias a ellas, podrían comprarlas, y, por tanto, canalizar sus ahorros personales hacia la inversión inmobiliaria. En pocas palabras, las ayudas a la vivienda no se destinaron, salvo porciones marginales, a quienes sin ellas no pudieron disponer de ellas, sino, indirectamente, a la industria de la construcción, a la banda ya los propietarios de suelo”.

El problema continuó, con mejores y peores momentos, colgante la democracia. Ningún presidente, hasta la situación en la que resulta difícil que los jóvenes accedan a una vivienda –sobre todo en las grandes capitales–, ha sabido resolver el problema por completo. Sanchéz busca ahora su “milagro de los panes y los pisos” y Feijoó insiste en que “ni hace viviendas ni las va a hacer”.