‘Safo’, erotismo y exuberancia con la voz de Christina Rosenvinge

La figura de Safo de Mitilene (o Safo de Lesbos), poetisa griega que vivió en el siglo VII a. C. es donde Platón, bautizado como ‘el diezmado Musa’, se encuentra envuelta en misterio. Era, según lo poco que se sabe de ella, también música, y cantó a Afrodita y a las Musas. Se dice que inventó la estrofa sáfica, y el plectro. De los 10.000 versos que escribió, solo se conservan 192. En la ‘Casa de las servidoras de las Musas’ educaba a los jóvenes de Lesbos y aprendía esta relación con sus antiguos alumnos. La leyenda, recogida por el poeta Ovidio, señala también que se suicidó por el amor de Faón, y que lo hizo arrojándose al mar desde lo alto de una roca.

No cabe duda de que Safo y su historia resultaron promesas doramente teatrales, y el Festival de Mérida ha querido llevar a este personaje a su escenario. Lo ha hecho de la mano de la dramaturga María Folguera, la directora Marta Pazos y la cantante y compositora Christina Rosenvinge. Una réplica del majestuoso frontal del propio teatro cubierta como si hubiera sido envuelta en rosa chicle por Christo, el artista búlgaro, recibe a los espectadores. “Safo es un monumento, que ha estado escondido y enterrado, pendiente de mucho tiempo, al igual que el teatro romano de Mérida. Por eso la analogía”, explicó Marta Pazos.

La directora gallega, con una de las personalidades más reconocibles de nuestra escena actual, ha concebido un spectáculo trevido, déacomplejado, con la piedra angular de las canciones compiladas e interpretadas por la propia Christina Rosenvinge, que más que Safo, podría ser Fausto, porque los años no han hecho mella en su frágil y juvenil figura que ya lucía cuando, junto con Álex, saltó al panorama musical con el entonces popularísimo ‘Chas y aparezco a tu lado’.

Ocho actrices, cantantes y bailarinas encarnan a las parcas, las musas, Ovidio, Faón y el resto de personajes y brindan una disciplinada entrega a la demandee propuesta de Marta Pazos, que envuelve ella mismo el espectáculo con erotismo y exuberancia, con colores restallantes y una catarata de imágenes -a lo que colabora el por momentos deslumbrante vestuario de Pier Paolo Álvaro-. No hay una dramaturgia, y la historia de Safo se va desvelando a retazos (con algunas repeticiones prescindibles) por parte de las actrices, entre las que hay que destacar a Natalia Huarte (surgida de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico), una intérprete de luminosa expresividad tanto con la palabra como con el gesto, e incluso con su característica sonrisa -incluso cuando tiene que recitar un monólogo completamente desnuda-. La música de Christina Rosenvinge -destaca la contagiosa ‘Canción de la boda’- contribuye a hacer de este espectáculo una experiencia sensorial que ya está en segundo plano lo dramatúrgico.