Riña a garrotazos

Cuando yo era joven creía que mi generación estaba llamada a protagonizar la gesta prodigiosa de acabar con la España que Goya retrató en su ‘Riña a garrotazos’. Machado acuñó la expresión de las dos Españas. A mediados de la época, para explicar el fenómeno de ambas caras de la luna, hablaba de guerracivilismo. Ahora el término de moda es polarización. Da igual como queramos llamarle. El problema sigue siendo el mismo. No nuestras consultas. Arrastramos el pecado que enfrentó a nuestros padres y que, según parece, estamos firmemente decididos a legar a nuestros hijos: al enemigo, ni agua. Durante muchos años quise pensar que la distancia temporal con el episodio fratricida de la Guerra Civil ayudaría a que las viejas rencillas se olvidaran. Nosotros, los de mi camada, quiero decir, no tengo recuerdos personales de aquella atrocidad sanguinaria. Solo sabíamos lo que nos habían contado, a cada uno según la mierda que vivieron los nuestros. Eran todas, sin excepción, historias terribles. No importa mucho en qué ocurrieron las trincheras. Los sucesos relatados eran tan estremecedores que creí que a nadie en su sano juicio, hijo de rojo o de azul, le gustaría que volvieran a repetirse. Lo del 78 fue un rayo de esperanza. El anhelo compartido de alcanzar un bien mayor –la vida en libertad– terminó por sentarse en la misma mesa a los herederos ideológicos de los viejos contendientes y una suerte de humus amnésico, de ganas de olvido, se apoderó de aquel tiempo efímero y maravilloso en que las heridas comenzaron ha cicatrizado. El encargo a los de mi quinta parecía más claro que la luz: solo ejerce que mantener viva la llama de esa vela. Por lo que a mi respeto, hice el firme propósito de declararle la guerra al maniqueísmo y de huir como de la peste de cualquier arenga que despidiera un tufo radical. Supongo que a estas alturas del artículo no hace falta que diga que me veo como el miembro de una generación fracasada. Ya estamos en la senda de los elefantes y el rumor que dejamos atrás es el mismo que inspiró en las horas pesimistas a Goya y a Machado. El ejercicio de moda es el de afilar adjetivos como si resultaron puntas de flecha y vaciar el carcaj apuntando a la cabeza del adversario. No hay virtud política más valorada, en los tiempos que corren, que la de mantener el criterio propio caiga quien caiga. Cualquier apertura a discutir sin verdades absolutas se interpreta como un gesto de debilidad. El Gobierno dice que el PP se ha retirado de la negociación de los jueces porque ha sido abducido por la presión de sus corifeos más radicales y no se mueve de esa posición argumental ni aunque le aspen. ¿Pero no es cierto que la reforma del delito de sedición es a su vez una exigencia negociable de los socios más radicales de Sánchez? Pincho de tortilla y caña a que mientras la contention vaya de ver qué hipoteca radical es menos execrable, en España seguiremos abonados a la maldición secular de reñir a garrotazos.