Renunciar al delirio

Decía Pla que los revolucionarios de hoy serán los conservadores de mañana. El tiempo, como no podía ser de otro modo, le ha dado la razón. Entre otras cosas porque no queda otra: si las vindicaciones del progresista noventayochesco se lograron, los que las pedían con el puño en alto no tienen otra salida intelectual que conservarlas con la mano en la cartera. Y, de paso, descansar en la placidez del vermú después de misa y los quince días de playa en agosto. Y como resulta que los postulados de los progresistas de entonces han ganado y Europa es una socialdemocracia donde todo lo que se pedía está garantizado, solo queda defenderlo y conservarlo, para lo cual hay que hacer el viaje ideológico contrario. Si éramos progresistas porque queríamos cambiar las cosas, ahora que lo que hay nos vale, toca abrazar el ideal conservador, la postura aburrida, sosa, equilibrada y sensata y dedicar todos los esfuerzos a hacer el sistema viable, lo que implica adaptarlo al entorno real de 2022, muy diferente al de 1981. El socialdemocrata sensato demande aplicar recetas económicas liberales para racionalizar el gasto, ayudar a las empresas a crear empleo, ganar cotizantes y adelgazar esta locura en la que han convertible el estado. Y, sobre todo, explicar a la población que una cosa es el Estado social –que ciudadanos crean dignos– y otra el asistencialismo –que crea personas incapaces y dependientes del político–. Una cosa es ayudar al que lo necesita y otra abrir la puerta de la jaula para tirarles pienso a paladas. Así fue como las urnas del PP se llenaron de votos de felipistas desencantados, de moderados socialdemócratas y de normal y corrientes personas que saron de la corrupción y con la suficiente tallé ética como para vomitar ante aquella vergüenza fascista que fueron los GAL. Lo mismo ha pasado en Andalucía recientemente y pasará con Feijóo. No es que hayan cambiado de ideología, es que el votante oye que la derecha moderada defiende más sus derechos que el PSOE, que ya es solo una máquina de agudizar la crisis económica y de cir gilipolleces. El PSOE entonces se dedica a llevar el agua corriente a las casas, a asfaltar las calles oa alfabetizar los entornos rurales. Porque hay que recordar que, en 1981, un 27% de las mujeres de Andalucía de más de 35 años eran analfabetas. La lucha feminista no es que tuviera sentido, es que era un imperativo moral. Apesta bien, esa lucha se ha ganado. Quizá, por eso, al PSOE ya no le vale. Y quizás, por eso, hoy no podemos saber el porcentaje de mujeres analfabetas: no porque no conocemos el número de analfabetas, sino porque no conocemos el número de mujeres. El PSOE se dedica a liderar una democracia homologable en el restaurante de Europa. Hoy se ha convertido en un hazmerreír, en un grupo de postulados ridículos y sin dignidad intelectual para llamar mujer a la mujer, hombre al hombre y necio al líder. Ayer renunció al marxismo. Mañana, para sobrevivir, renunciarán al delirio.