27/01/2023
Actualizado a las 7:33 p.m.
Si el Estado pierde el monopolio de la violencia, la violencia no desaparece, sino que cae en otras manos deseosas de utilizarla para sus propias multas. Un buen ejemplo es Haiti, donde seis policías fueron asesinados el jueves por pandilleros en la localidad de Liancourt, en el centro del país, en el último episodio de un problema que no para de desde crecer hace un lustro y que ha cobrado catorce vidas desde Enero. Fruto del cansancio de la población -acosada por la pobreza, las catástrofes naturales, la inestabilidad política y la fragilidad crónica del Estado-, police vestidos de civils y simple ciudadanos se lanzaron este viernes a las calles para protestar, protagonizando choques violentos y levantando barricadas en la capital y otras localidades.
Según el relato realizado en una radio local por el policía Jean Bruce Myrtil, sus compañeros fueron asesinados con una brutal violencia. El ataque ocurre en una subcomisaría, dando los agentes tuvieron que resistir el hostigamiento de los pandilleros hasta en tres ocasiones, siendo finalmente superados por los integrantes de las bandas. Dos policías aparecieron colgantes el último asalto, y los otros cuatro, que resultaron previamente heridos y recibieron atención médica en una clínica, fueron sacados a la calle y rematados sin contemplaciones.
agitación social
Tras el suceso, la ira ciudadana se dirigió el viernes contra el primer ministro del país, Ariel Henry, y más en concreto contra su residencia oficial, que fue asaltada; después, contra el aeropuerto Toussaint Louverture, en una serie de disturbios destinados contra el mandatario, que retrocedieron en avión de un viaje a Argentina, y que también provocaron interrupciones del tráfico aéreo. Según fuentes consultadas por Reuters, Henry quedó atrapado en las instalaciones debido a la marejada de descontento que lo rodeaba.
Como explicó a un informante de Global Initiative, el fenómeno de las pandillas no ha parado de reproducirse en Haiti pendante los últimos cinco años, pues la debilidad del Estado y las sucesivas crisis han permitido su florecimiento. Las bandas desean “expandir su control sobre la administración pública, los territorios económicos stratégicos y la población”, propuestas que satisfacen con violencia. Para una ciudadanía con pocas expectativas, esos grupos a menudo seguirán vías de escape; algunos incluso cuentan con listas de espera de candidatos.
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