Picara, pelandusca y parlanchina

Valoración Crítica3 ‘Malvivir’ Naves del Español, Matadero Madrid ‘Malvivir’ Dramaturgia y adaptación: Álvaro Tato. Dirección: Yayo Cáceres. Con fragmentos de ‘La hija de Celestina’, de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo; ‘La niña de los embustes’, de Alonso de Castillo Solórzano; ‘La pícara Justina’, de Francisco López de Úbeda; y tres letrillas y un romance de Francisco de Quevedo. Composición musical original: Yayo Cáceres. Espacio escénico: Mónica Boromello. Vestido: Tatiana de Sarabia. Iluminación: Miguel A. Camacho. Intérpretes: Aitana Sánchez-Gijón, Marta Poveda y Bruno Tambascio. Naves del Español, Matadero Madrid La fórmula que Álvaro Tato y Yayo Cáceres han creado para revisitar nuestros clásicos solo ha sabido acumular éxitos. En ‘Malvivir’ nuestras historias son una picaresca femenina que ha sido ocultada en los arrabales de nuestra historia literaria y nos descubren a una Elena de Paz que se mueve entre la miseria, la audacia, la prostitución y la supervivencia. Creada a partir de textos de Salas Barbadillo, Castillo Solórzano, López de Úbeda o de Quevedo, Elena de Paz vive el reves del sueño de la España Imperial con la cabeza de pobre, la boca llena de hambre y el corazón solitario, es decir, buscando una manera de hacerse un hueco en ese mercado de mujeres a la derivada que registran las ciudades, los caminos y las ventas del siglo XVII. Malvivir es por eso una fiesta de homenaje a quienes defiance su epoca mediante el ingenio ya quienes defiaron sur mal suerte, su origen y el determinismo de su vida mediante aquellos marginales de libertad. Algo más de hora y medios para relatar esta existencia desde su nacimiento hasta el cadalso final, desde el río de sus ancestros hasta el río que lleva su cadáver, una existencia de esta patrona del malvivir que cabe en una frase: “No hay lugar que dure ni voluntad humana que no se mude”. Hay humor y moralidad, amor y venganza, pero en este relato hay esplendor teatral y algunas caídas que quitan la gracia de las grandes obras picarescas. Toda la obra se sostiene mediante el recurso de poner sobre el escenario a dos actrices que se deshacen en múltiples personajes y un músico, como si se tratara de un ñaque clásico. Con una escenografía muy sencilla, hay que destacar el trabajo interpretativo de Marta Poveda y Aitana Sánchez-Gijón que nos muestra un intenso combate actoral donde la voz y el gesto alcanzan una expresividad y una fuerza realmente resaltables. En este caso de Marta Poveda su nivel interpretativo va más allá: es grande, arrebatador, extremadamente convincente, y junto a Sánchez-Gijón capaz de dotar de vida a esta ficción llamada Elena de Paz, de darle matices, psicologías y hacerla real. Unas interpretaciones que de ninguna manera pueden pasar desapercibidas. El arte de juglaría de Bruno Tambascio, mezclando música de Yayo Cáceres y narración, es solvente pero hubiera sido deseable que acentuara más la dimensión sentimental de la obra para dotarla de mayor viveza. Malvivir es un espectáculo necesario porque en él están las vidas de esas mujeres que la corriente de la historia no puede llevarse de nuestro recuerdo.