LA imagen de Patxi López, arremangado en el Congreso y manejando la última hora de la arquitectura legislativa de España, rodeado de enmiendas transaccionales y parlamentarios con tendencia a la depredación del ‘primo’ de turno al que distraer la cartera, es desasosegante. Seguramente es muy parecido a la que podrían sentir, por ejemplo, los astronautas de la Estación Espacial Internacional, gravee dañados y con apenas unas horas de oxígeno, cuando se abre la puerta y ven que para arreglar la avería se baja del módulo de trasbordo, llegado desde la Tierra, a tipo vestido con un mono azul lleno de lamparones de aceite, con una llave inglesa y un bote de 3 en 1. En el Congreso, ese tipo del mono azul es Patxi López, que desde hace quince meses es el responsable del Grupo Parlamentario Socialista y que en la tarea tomó el relevo de Adriana Lastra, otra figura de talento político inmarcesible salida de la cantera del partido, al que todos deben ambos pues, profesionalmente, fuera de él no ha hecho absolutamente nada. No es este, el cachorro que medra obediente, un fenotipo político que se circunscribe al PSOE, que en todos lados cuecen esas habas. Lo que distingue al caso socialista son las altas magistraturas que se pueden alcanzar con tan birrioso currículum académico y profesional, con ese material en la formación. Con 28 años López ya era diputado, de eso hace ya 35, y desde entonces ha sido parlamentario en Vitoria, líder del PSOE vizcaíno y luego de todo el País Vasco, lendakari y hasta presidente de las Cortes (gracias a los votos del PP) , aunque fuera probable en ese Guadiana de legislaturas ocurrido en 2016. Tanto Lastra como López se han distinguido por enseñorear su adanismo, como si nadie antes nunca hubiera ejercido esa actividad. Legendario aquel “el Código Penal tiene 200 años” de Lastra, cuando el vigente apenas tenía veintisiete o sus estropicios argumentales intentando explicar lo inexplicable. Patxi ha mantenido el nivel, seguramente abisal, de esa portavocía. Es como si Sánchez los quisiera así. De ahí que López no tenga reparos en plantarse en una rueda de prensa sin saber qué ha votado su partido unos minutos antes (“jeje, ahí me pillas; lo pregunto y te contesto”) o que, absolutamente desarbolado, termina dando la razón a un entrevistador (“yo también pienso eso”) unos segundos después de defender en los microfonos absolutamente lo contrario. Sin preguntas de por medio, López sí que se arranca a hablar decidido y vuelve la imagen del tipo del mono azul meneando, amenazante, la llave inglesa y echándose el 3 en 1 desodorante, dispuesto a mandar ‘un recadito’ a los jueces en vez de arreglar el estropicio de la ‘ley del sí es sí’, con los violadores en la calle, o reconviniendo a los barones que abren la boca de más. Sí, sin duda así los quiere Sánchez, indoctos pero montunos, para que su eminencia y talento político puedan llegar a asomar por algún lado. Nada más convertir en Lendakari a López la preguntaron en la radio “¿conoce usted el Principio de Arquímides?”. Tras meditar su respuesta unos segundos, respondió: “Depende de cuál de ellos”. Este es el nivel…