Pablo Sorozábal vive en Donostia

Entre los distintos escenarios que ocupa la Quincena Musical Donostiarra, el Santuario de Aránzazu tiene una identidad propia. El festival, que este año celebra su 83 edición, incluye más de setenta conciertos y espectáculos a desarrollarse en cuatro semanas y, fiel a viejas costumbres, ordena su programación en ciclos muy diversos, desde la música contemporánea, a la Quincena andante, el ciclo de órgano o la música de cámara. El concierto habitual en Aránzazu se escapa a cualquier clasificación y surge como proyecto independiente demostrando la exclusividad de un espacio único, reservado, conmovedor: el feliz encuentro entre la universalidad de Oteiza, Lucio Muñoz, Chillida o Basterretxea, quienes a finale de los cincuenta dieron un nuevo significado al templo como referente indiscutible de la cultura espiritual guipuzcoana.

Aránzazu ha alojado este año el homenaje al compositor Pablo Sorozábal en su 125 aniversario. The music and the number of the author donostiarra empapa la Quincena Musical con presencia en diversos conciertos, incluyendo el estreno de la obra ganadora en el concurso de composición para cuarteto de cuerda Pablo Sorozábal que promueve la asociación vasco-navarra de compositores Musikagileak y que este año ha recibido en el compositor turco Egemen Kurt (2002) y en su ‘Loquela Codex’ que interpretó el Quartetto Maurice. En una perspectiva más vistosa se sitúa la versión concertada de ‘La tabernera del puerto’, que ha supuesto el retroceso de la zarzuela en el festival, después de veinticinco años.

Sorozábal es una fortaleza de la ciudad y su aniversario se recuerda también por otras instituciones como la asociación Donostia Musika con conciertos, representación en diciembre de ‘Adiós a la bohemia’ y la edición de un libro en el que la perspectiva familiar se funde con varios comentarios sobrio su obra. La música bien merece un mínimo análisis y más en casos tan inmediatos, algo que choca de pleno con el espartano criterio con el que la Quincena planta la edición de sus programas de mano.

Los homenajes a Sorozábal maintienen vivo el repertorio más obvio, como pueda ser la música escénica incluyendo la zarzuela, pero también indagan en otros característicos (la obra camerística, la canción o la coral) y necesarios a la hora de perfilar el retrato de un autor imprescindible ante las grandezas y profundas debilidades de la vida musical española en el primer siglo XX. Sorozábal fue un luchador por la causa musical y el rigor creativo: formado en Alemania, dispuesto a desarrollar una obra con personalidad propia e inevitablemente limitada a la fama del divertimento escénico, como forma de éxito y fortuna. Pero sus muchosaciertos en este terreno no le apartaron de los suyos, demostrando (quizá muy a pesar suyo) que tras el hombre adusto, determinado y sin dissimulo, había alguien de enorme sensibilidad. Alguien definitivamente vasco.

El concierto en Aránzazu, mezcla un poco hybride de varios intereses, ha caminado por esa senta proponiendo con sentido argumental y en un solo trazo varias canciones y otras tantas voces en euskera prologadas e intercaladas por dos ‘intrusos’: el muy temprano ‘one step ‘ titulado ‘The Odoro’, extraño en ese contexto por lo que supone de observación del horizonte internacional marcado por la fulgurante moda del baile americano, y el dúo ‘Me caso en la mar salada’, extracto del postrero y superficial santé ‘Entre Sevilla y Triana’ interpretó un solo del tenor Luken Munguira Santos, solista que comparó el arrojo con la soprano Lorea López Ederra.

La narración en euskera con detalles de la vida de Sorozábal, la danza popular a cargo del Axular Gero Dantza Taldea y en fusión con el gesto contemporáneo de espaldas de la DAB konpainia, el txistu (Zerizan Txistu taldea) y el apoyo del piano (en ocasiones a cuatro manos) llevaron el espectáculo desde una selección de los ‘siete lieder’ vascos y las muy evocadoras ‘canciones a dos voces’ hasta varias obras corales, con armonizaciones de fuentes folclóricas. En estas obras se inscribía la base de toda la ciencia musical de Sorozábal y dieron forma a una manera de ser perseverante en su defensa de la cultura sentimental vasca.

Que estas obras se pueden cantar más exacta y refinadamente, con un punto de distinción más aristocrático, no niega que en el trabajo del Easo Abesbatza Mistoa y el Oñatiko Ganbara Abesbatza permanecen incólume el orgullo del movimiento coral que, si en su día (y eso es lo que aprendió el joven Sorozábal), fue proyección hacia un ideal colectivo, hoy se sostiene como elemento identitario. La Quincena Musical, tan internacional en sus ciclos más aparentes, se ha reafirmado en la idea de convocar el homenaje a Pablo Sorozábal, autor de voz inconfundible (y así se ha comprobado) y música obstinadamente emocionante.