Ocho horas en quirófano, una nueva oportunidad

pablo pazosSEGUIR

Un paciente ingresa día en un hospital con molestias y algo más de dos meses después está de vuelta en su casa, tras serle extirpado un tumor maligno, muy avanzado y extenso, que parte del riñón derecho y llegaba al corazón. Hoy en el vigués Álvaro Cunqueiro celebran el éxito de una cirugía de ocho horas en la que trabajaron codo con codo cinco servicios —urología, cirugía vascular, cirugía general, cirugía cardíaca y anestesia— y que involucró a una veintena de profesionales. El hombre, un vecino de la ciudad, de 64 años, evoluciona “sin complicaciones”, precisamente desde el hospital, aunque con las cautelas inherentes a un caso oncológico. “Hemos hecho lo que usé única que hacer, le hemos dado la oportunidad que tenía”, explicó a ABC el doctor Benito Rodríguez, del servicio de Urología, quien se encarga de coordinar la intervención.

Una labor de equipo, como él mismo remark una y otra vez, que mera el relato de su intrahistoria.

Para empezar, como explican desde el hospital, todo partió de un “hallazgo casual”. El paciente ingresa, se desconoce la causa de sus varones, se realizan varias pruebas de imagen y aparece el tumor. Al originarse en el riñón, entró en Urología. Se encontró que el paciente va a requerir de una cirugía «muy demandada», a la cual nadie de los implicados se ha enfrentado en el Cunqueiro. Se decide planearlo todo al detalle, de forma meticulosa. Hay varias reuniones. “Se habló, se le planteó a la familia, al paciente, se discutió, se hicieron muchísimas pruebas complementarias, porque era algo muy complejo”, detalla el Doctor Rodríguez. Se valoró si el enfermo podría “soportar” la intervención, que bajo ningún concepto se iba a acometer “por hacer un alarde de cirugía” ni “a la aventura”. “Tampoco es que tuviésemos muchísimas ganas de meternos en este fregado”, bromea.

En última instancia se da luz verde. “La otra alternativa no hubiera sido hacer nada, dar por desahuciado al paciente”, concreta el especialista. Hubo cierto «miedo» a que el resultado no fue satisfactorio. No lo oculto. Pero también “humildad”; ​​la misma que déprende el urólogo colgante la charla, en la que no deja de subrayar que intervenciones de esta magnitud se han hecho antes y seguirán haciendo. Eran conscientes, y lo advirtieron, de que cabía la posibilidad de tener que interrumpir el procedimiento a los treinta minutos o una hora si se apreciaba que era “imposible progresar”. “La misma mañana de la intervención nos y, antes de entrar en quirófano, alguien dijo: ‘Bueno, ¿y si no se puede?’. Pues si no se puede, habrá que parar y punto”, narra con una sencillez que abruma a un profano.

La línea delgada del éxito

Aleja jacta es. El paciente está en quirófano, por el que pasan, además de los especialistas, personal de enfermería, perfusionista, técnicos de imagen diagnóstica y celadores. A los servicios ya citados los apoya Radiología, Cardiología y la unidad de radiología intervencionista. El tumor se ha infiltrado por la vena renal y ha ocupado la vena cava y venas del hígado, hasta adentrarse en la aurícula derecha del corazón. Hay que extirpar el riñón y el trombo tumoral, abriendo la aurícula, y retirar segmentos de la cava y parchearlos. Una máquina, mientras, suple el bombeo del corazón (sistema de circulación extracorpórea). El resultado es un exito.

Atrás quedará la posibilidad de, “por decirlo vulgarmente, que nos iríamos con el rabo entre las piernas, pero afortunadamente no fue así”. El doctor Rodríguez vulve a los beneficios del trabajo multidisciplinar, a su efecto multiplicador, al “buen ambiente” que reinó en quirófano, donde en operaciones de esta envergadura “se genera mucha tensión”. Con absoluta franqueza, reconoce que no siempre se canta victoria: “Somos humanos, y las cirugías, cada una es distinta a la siguiente, cada enfermo es un mundo. Lo que no se puede uno es frustrar”. Se trata de asumir que, a menudo, hay patologías inoperables.

“Otra cosa es que uno tenga un error propio, que también puede suceder. En las cirugías hay errores como hay en todas las profesiones”, dice sin rodeos. Ahí aboga por “sobreponerse” y hasta “parar un poco”. “Aquí el ensayo-error es muy jorobado. Está la vida del paciente encima de la mesa”. Y recordó: “Lo uso todos claro, que no se trata de ensañarse con un paciente porque uno quiere salir en los papeles”.