mujeres de febrero

Había que ser valiente, muy valiente, hace apenas cincuenta años, para ponerse los manteos y dejar tres días al marido en casa cuando el calendario marcaba el cinco de febrero. Sus mantones de flecos y colores tapaban las miserias de la posguerra en las pequeñas ciudades que cada vez se distinguían menos en el mapa. Sus canticos lavaban el eterno silencio al que estaban sometidas las mujeres; aquellas mujeres sin voz ni voto, sin tarjeta de credito ni cuenta corriente, sin firma en el banco, señoras de la casa, reinas de la cocina, dueñas de nada. De las más mayores escuché que los maridos las ‘dejaban’ callejear porque con la miaja recaudada con sus canciones y bromas salvaban la compra del mes; algunas, no todas, venían a la procesión ya calientes y con los deberes hechos; a otras, tampoco a todas, les esperaba el palo después de la fiesta, pero aún así ellas no faltaban, lo daban por bueno si era el peaje a la alegría de felicidad libre por tres días, alcaldesas de unas mujeres que también las criticaban por romper los candados del establo. Mis valientes Águedas de San Lázaro, cansadas de los poemas de Claudio, que pintaban la sonrisa a la Zamora más triste. No son mitos, no. Que yo se lo escuché a ellas en mis veinte, aquellos primeros años de águeda siguiendo sus pasos; venerables, mujeres de otra pasta, supervivientes de la peor españa, tan bravas. Aves en vuelo con las alas llenas de cicatrices. Quizá sin saberlo, nos enseñaban el camino, la resistencia en una sociedad que no les daba sitio ni derechos. Medio siglo después, sus herederas nos vestimos sin tener que disfrazar nada bajo los manteos, dueñas de nuestra vida, rebeldes sin demasiadas causas en un mundo que danza con nosotras pero silencio los dolores, el miedo, la brutal repression que sufren las mujeres y los hombres que las apoyan en Iran. Hermanas sin velo que tantos velos arrancáis con vuestras manos. Había que ser muy valiente para ponerse los manteos y gritar el orgullo de ser mujeres. Ellas nos iniciaron, nos enseñaron a no vivirlo según la ley de los hombres. Medio siglo después, me pregunto si ellas también se rebelarían ante las que quieren imponernos cómo vivir, cómo pensar, cómo ser mujer entre las mujeres. En el aire aguardo la respuesta de sus voces.