mecanica de la barbarie

La guerra es tan antigua como la humanidad, pero, paradójicamente, su salvajismo siempre ha estado enmarcado en las leyes. En la Edad Media no se luchaba en los días sagrados y, en nuestro tiempo, las convenciones prohíben, entre otras cosas, las armas químicas y confieren derechos a los prisioneros; en cierto modo, la guerra es una salvajada organizada. Pero una cosa es la guerra y otra barbarie, que ha llevado a la noción de crimen de guerra, una transgresión inhumana e ilegítima del salvajismo. Esta transgresión, el paso de la guerra al crimen de guerra, se hizo patente en 1916, con la masacre de los armenios por parte de los turcos, una violencia inusitada par la que hubo que crear una nueva palabra: genocidio. Con el genocidio no se mata a los adversarios porque luchan, sino por lo que son: armenios, judíos, tutsis in Ruanda, bosnios in Serbia. Y hoy, ante nuestros ojos, los ucranianos son torturados y asesinados por los rusos solo por ser ucranianos. Los testimonios de que disponemos son unequívocos: common fosas, civil con las manos atadas y asesinados, salas de tortura. Que que de claro: nada predispone a priori a un soldado ruso, por ser ruso, a matar a sangre fría y en masa a ukranianos civiles. Estos crímenes de Ucrania no se enscriben en una estrategia de guerra clásica, ni hacen que progrese la causa rusa. Tampoco hay nada en la civilización rusa, en el carácter ruso, que predisponga a pasar de la guerra a la barbarie. Del mismo modo, nada en la civilización alemana presagiaba que los alemanes eventualmente exterminaran a los judíos. En todos estos casos, barbarie no es spontánea, no surge del alma de los pueblos; está organizada, estructurada y calculada por sus directrices. En todos los casos mencionados anteriormente, en circunstancias tan distintas como las de Alemania, Ruanda, Armenia o Ucrania, encontramos puntos en común, una mecánica de la barbarie sin particular relación con una u otra cultura. Esta mecánica quedó perfectamente demostrada y analizada durante el proceso contra los genocidas, especialmente durante el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén, en 1961. Esta barbarie sigue basándose en dos fundamentos: la deshumanización de las víctimas y la burocratización de los verdugos. Los verdugos son persuadidos por sus superiores de que no lo son. Eichmann declaró que era un ejecutor, que obedecía órdenes y que, como burócrata serio, habría sido impensable no obedecer las órdenes. Por lo tanto, su crimen no era tal, sino un acto ordinario realizado por un servidor ordinario, lo que llevó a la filósofa Hannah Arendt a inventar el controvertido concepto de banalidad del mal. Pero, si seguimos a Hannah Arendt, nadie sería nunca culpable, excepto Adolf Hitler o Slobodan Milosevic y Vladímir Putin. Por otra parte, tribunales como los de Nuremberg, La Haya y Arusha no han seguido a Arendt: ahora, en derecho, los ejecutores son muy culpables, porque es su deber negarse a ejecutar órdenes bárbaras. Esta jurisprudencia se aplicará algún día en Ucrania: la burocratización del asesinato es esencial para la barbarie, pero no es una excusa. El otro fundamento de esta barbarie es la deshumanización de las víctimas. Las autoridades se fuerzan por negar la humanidad del otro, pretendiendo que los armenios, los judíos, los tutsis, los ucranianos ya no son seres completamente humanos por derecho propio. Parecen hombres, pero no lo son; Los líderes hutus comparaban a los tutsis con cucarachas y los nazis a los judíos con monstruosos animales chupadores de sangre. Desde el momento en que ese otro es una cucaracha o un vampiro, el exterminio ya no es un delito, sino una obra de salud pública. La expresión de limpieza étnica, popularizada por la barbarie de Yugoslavia, refleja esta deshumanización: matar no solo no es un delito, sino que es legítimo, casi necesario. En este sentido hay que oír por qué Putin trata a los ucranianos como neonazis: no son hombres, sino monstruos a los que hay que erradicar. Así pone en marcha la mecánica de la barbarie. Objetaré que las masacres de Ucrania son solo las consecuencias fortuitas de combates que acaban mal para el agresor y que los rusos solo son bárbaros por efecto del desarraigo, el pánico, el alcohol y la deserción de sus oficiales. Quizá estos factores contribuyan a la barbarie, pero no la explican. La similitud de los crímenes de Ucrania -torturas, fosas comunes, ejecuciones de civiles encadenados- ilustra que se trató un método preconcebido y en modo azaroso; las mismas escenas de horror repetidas de ma idénticas en distintos lugares demutestran que no se trata de pánico, sino de la mecánica de la barbarie que está en marcha. Las consecuencias que se extraen son claras: los ucranianos y sus aliados occidentales podrían haber negociado con los directos rusos, pero no pueden hacerlo con los bárbaros rusos. Y si nos project en una posguerra, de momento indiscernible, solo podrá asemejarse al período que siguió al Holocausto oa Yugoslavia, por medio del juicio y la condena de la mecánica de la barbarie.