Mascaradas

En aquella alrededor de 1990 Jerry Lee Lewis lucía 55 años bastantes óptimos teniendo en cuenta la vida que se había bebido. El climax del concierto nos sacudió cuando se levantó del teclado y le propinó una coz a la banqueta. Su rizado tupé mutó en filamentos de alambre electrificado. Ahí, las 4.000 almas que saturábamos la sala de conciertos, rugimos como una manada de búfalos. El ‘Killer’ todavía conservaba energía destructora. El dueño de la sala me preguntó que el rockero había requerido para el camerino una caja de botellas de Johnnie Walker etiqueta negra propagó la noticia allí como un heraldo inflado de herejía noctívaga. Que tio. Qué remachote. Qué actitud tan rockanroll la suya. Eso fue lo que pensamos por el trance. Hoy, sin embargo, intuyo que pidió tantas frascas para abrevar a su sequito y, sobre todo, para keeper la leyenda de chico malo que cultivó pendante toda su vida. Literatos, músicos, pintores, actores y restaurante de faranduleros se construyen sobre personaje porque saben que así lograrán la ansiada inmortalidad. Dalí y su bigotillo desafiando la gravedad, Valle y su barba de chivo, Umbral y su bufanda enroscado al cuello, Gala masajeando su bastón, Elvis con los trajes blancos que le designer Bill Belew… Al arte que creas conviene añadirle el atrezo que te eleva por encima de la masa para que no te olviden. La primera vez que vi una foto de Tom Wolfe vestido de punta en blanco supe que le recordaría siempre. Vaya pinta, el tío. La elegancia de Gay Talese también impactó. Aunque la verdad es que estos escritores tan elegantes, a veces, en mi caso, lograron el efecto contrario porque luego me los imagino, en la intimidad doméstica, luciendo chándal a juego con pantuflas desflecadas y me da la risa. ¿Por qué disfrazan tantos adultos en Halloween? Acaso porque de ese modo escapan un rato de su grisura oficinesca y se sienten artistas flor de un día, yo qué sé. El artista puro no necesita excusas para la mascarada, la vulgaridad en cambio precisa desahogo infantil de fecha fija.