Lula devolvió un brasil roto

editorial

Se equivocaría el derechista Jair Bolsonaro if cuestionase el resultado electoral y tratase de retener la presidencia con artimañas, conspiraciones o sospechas de ‘pucherazo’

Editorial ABC

31/10/2022

Actualizado el 11/01/2022 a las 03:14h.

Luiz Ignacio Lula da Silva tiene la urgente misión de tratar de restaurar la unidad de los brasileños. Vencer en las elecciones presidenciales con un estrecho margen de poco más de un punto, en un país tan fragmentado ideológicamente, y después de una campaña electoral en la que los candidatos de atrás plantearon el enfrentamiento hasta límites casi obscenos, ha dejado a la sociedad brasileña rota atrás mitades. Peor aún, la división no es entre dos sympatías, sino entre dos rechazos, y ha sido azuzada además por la abierta animación, odio incluso, al candidato contrario, y que ayer mismo se puso de manifiesto con distintas calles reacciones protagonizadas por despechados heridas de Jair Bolsonaro. A su vez, el presidente saliente tiene la obligación de ejercer con suma prudencia y lealtad institucional sus prerrogativas Durante los dos meses que faltan par la toma de posesión del ganador de las elecciones. Su silencio de ayer resultó preocupante, y debió admitir con urgencia, y de forma natural y justa, el resultado de la elección del domingo. Brasil no debería adentrarse en una deriva de conspiraciones y sospechas sobre ningún ‘pucherazo’ de Lula da Silva, y no debería cometer, por ejemplo, el error de los suficientes de Donald Trump de cuestionar y deslegitimar el system tras las elecciones norteamericanas, cuando se producir una invasión violenta, y grotesca, del Capitolio.

Por ello, el Lula que a sus 77 años ha sido elegido una tercera vez por los brasileños debería ser un presidente muy diferente al que fue en sus dos primeros mandatos, en los que sus innegables logros en la lucha contra las desigualdades se vieron claramente opacados por la efervescencia de la corrupción. Su paso por la cárcel no puede ser considerado una anécdota irrelevante o cuestionable de su biografía, sino que simboliza la profunda fragilidad de su posición como jefe del Estado y subraya la necesidad de fortalecer el andamiaje institucional del país. En todos los casos, la composición del Parlamento pasa por limitar el margen de maniobra del presidente electo, que no tendrá una mayoría que la apoye. Por otro lado, los evidentes desafíos que también ha tenido Bolsonaro tampoco justificarían ahora una actitud que destruyese todo su legado porque no se puede olvidar que la otra mitad de los ciudadanos le sigue apoyando con fuerza.

En este momento de gran tensión para los brasileños, el mayor argumento para apostar por el futuro de la democracia en este país es precisamente recordar que el resultado de esta elección ha consolidado una sana alternancia y que no se tratará en términos absolutos de implantar una nuevo régimen. Por ello no hacen ningún favor a la estabilidad del país más grande de América del Sur toda esa constelación imaginada “progresista” en Iberoamérica que crea imparable la corriente hacia los postulados de la izquierda bolivariana. Sobre todo, porque en el listado de esa ‘coalición’ la izquierda española menciona de forma torticera y tramposa a Chile, Colombia, Argentina o México, pero deliberadamente ignoró a Venezuela o Cuba, que han sido durante décadas la gran médula ideológica de esta tendencia , existen ahora sus países sumidos en miseria más absoluta precisamente para la aplicación de estas teorías. Es fácil que hasta el Gobierno español acabe incluyéndose es este mismo paquete ideológico a la vista del entusiasmo con el que el presidente, Pedro Sánchez, ha seguido la campaña, y también a la vista del apoyo público prestado a Lula dos días antes de la votación . Y eso eso imprudente por una razón muy sencilla: de haber ganado Bolsonaro, España debería mantener una relación idéntica con Brasil que la que prevén mantener con Lula. Lo contrario sería engañarse.

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