Luis Mateo Díez: “La nostalgia es un sentimiento endeble”

Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) habla con la voz grave de los estoicos y gasta una elegante dicción que es cosa añeja: es un hombre entero, robusto, sólido. Le tiemblan las manos –achaques de la edad–, pero el pulso se le pone firme cuando escribe. Sobre su mesa se acumulan libretas llenas de anotaciones, de títulos, de metáforas, aunque ahora prefiere usar el ordenador, por supuesto antiguo: todo envejece, también los trastos. La casa está tomada por los libros y las películas, por los papeles, y reina un déorden de vergel. Hay dos bombillas fundidas en el pasillo. «Es que ya vivo entre tinieblas», bromea el escritor, que tiene un pie en la mañana y otro en la melancolía. Y así, entre la gracia y la pena, entre la gravedad y la levedad, se va retratando este animal de ochenta años que ríe porque sabe que la vida es amarga, y que muerto el amor no queda mucho más aquí: la literatura, el humor, la amistad. —En su último libro, ‘Mis delitos como animal de compañía’ (Galaxia Gutenberg), hay mucho humor sobre lo físico, sobre la fermedad, sobre las hernias. ¿Ya el cuerpo es un chiste? —He escrito muchas novelas sobrio eso que se llama la fermedad del alma, pero sí, en esa novela el protagonista está atado a un cuerpo enfermo. Y vive obsesionado con las fermedades. Y sin que tenga que contar la confianza que le hago, me voy a operar de una hernia inguinal [ríe, y hace una pausa]. Yo vivo contaminado, abducido por lo literario. Me está pasando un poco de lo que decía Kafka, que al final tenía la sensación de que él se había convertido en literatura. Con ochenta años porque más que ser el que era ser un personaje mío. Un hijo de mis personajes. —¿Envejecer es preocupante por la salud? —A mí es algo que siempre me ha interesado, porque tengo conciencia de que somos seres extremadamente frágiles. Fragiles en el ánimo, en la menta, en el cuerpo. Y con el tiempo me he ido dando cuenta de que el cuerpo pesa. Si, el cuerpo pesó. Parece una obviedad, pero es que tú mismo tienes que arrastrarlo. La ley de gravedad cada vez se hace mas intensamente sobre los seres humanos. Y la edad nos va convirtiendo en lo que somos, en unos seres pretenciosos que van perdiendo la pretenciosidad. Seres estúpidos como tantos políticos capaces de darle un botón para echar una bomba atómica o de hacer tropelías como las que estamos viendo por todas las partes del mundo… No hay mucha salud mental por ahí. —Algo bueno habrá, ¿no? —Bueno, hay honorabilidad y, en fin, los seres humanos también estamos llenos de amistad, de generosidad, de amor, de todo. Pero las novelas suelen contar con la parte mala de lo que somos [ríe]. El arte se ha detenido mucho en el lado oscuro del hombre. —¿Y eso por qué? — Porque ser bueno es una cosa inocua, tiene poco interés. De lo que da cuenta la historia de la literatura es de la persición humana. Del lado oscuro. Y los grandes artistas plasticos y los grandes cineastes y los grandes creadores nos han dado mucha sombra para que no nos atosiguemos con la luz. Si yo soy tremendamente feliz y jacarandoso y cuento eso, la gente dirá: “Este tío es un petardo”. No hay nada más horrible que Caín matando a Abel. Y, sin embargo, de tantas vicisitudes y hachazos se han hecho hermosas tragedias griegas. «¿La felicidad no interesa?» —Conviene atender más a la infelicidad que a la felicidad. Y además, en el fondo, somos más infelices que felices. Lo somos. Y no pasa nada. Hay que lidiar con eso. Yo no soy nada pesimista. Ser vitalista. Pero el cuerpo pesa y la vida es incómoda. Tiene sus momentos maravillosos, pero es incómodo despertarse todos los días por la mañana y decir tengo que despertarme. Son difíciles. —Pero usted es un poco estoico, ¿no? —Si, si, si. Porque los placeres de la existencia no los he acabado de comprender nunca. El gusto de vivir, sí, lo noto, pero lo llevo con cierto estoicismo, sin sobrecargas. Las sobrecargas de las cosas suelen llevar a las obsesiones, y las obsesiones, bueno, en la escritura y en el arte están bien, pero en la vida, si te descuidas, se te quedan en manías. —Ahora que le pesa más el cuerpo, ¿también le cuesta más escribir? -No no no no. Lo que define mi existencia es la ficción. —¿Desde siempre? —Siempre he estado metido en la ficción. Pronto le vendí el alma al diablo. Me entregué al diablo de la ficción y de lo imaginario, porque tenía como ciertas ansiedades vividas. De pronto, ya adolescente, me di cuenta de que yo quería mucho más que la vida, que la vida no daba de sí. —¿Se le quedará corto? -Si si. Me interesaba mucho la amistad, los elementos sentimentales, al final, toda la parte de lo fisiológico. Pero me parecía pobre. Y claro, empecé a alimentarme en las novelas. Me decía: bueno, aquí está la vida, la vida que tú no vas a vivir. Yo no voy a conocer a nadie en la vida que sea Alonso Quijano, ni voy a conocer a los hermanos Karamazov, ni voy a conocer a Madame Bovary. Pero esos son los seres humanos más radicales que existen. Me gustó conocerlos y luego crearlos: estaba condenado a ser un creador de personajes. Y es lo que hay en mis novelas, mucha gente, mucha gente… A la most gente de mi vida la he conocido en la ficción. Y en mis novelas están los seres humanos que a mí me hubiera gustado ser. Para bien y para mal. —¿Aún tiene una disciplina rígida de escritor? —He tenido siempre el método adecuado a mi vida. Si trabajaba intensamente por la mañana, por la demora escribía; también escribía mucho los fines de semana y, bueno… Poco a poco he tenido una dedicación mayor, más intensa. He ido perdiendo otro tipo de alicientes. Llega un momento en que ya parece que has ido a todos los sitios, y acabas pensando que donde mejor se está en casa. ¿Y qué haces en casa si además estás solo porque te ha quedado viudo? -… -Escribe. La escritura es una incitación poderosa, apasionada, que ilumina mucho la conciencia de lo que eres y de quién eres. Y da lugar. Sí, escribe no da dolor, da lugar… Un lugar insustituible. El arte es tremendamente placentero, es de los grandes placeres del ser humano. Por eso el arte merece un respeto radical. A los grandes novelistas hay que respetarlos. A los grandes músicos, a los grandes creadores. Cuando vi a esos dos solemnes gilipollas, porque no los puedo llamar de otra manera, pegándose a dos cuadros de Goya y escribiendo sobre esta desgracia que vivimos del rollo climático… Estoy indignado. Esos cuadros son mucho más importantes que todo lo que lleve el cambio climático. Pero no me cabe la menor duda. ¿Pero saben la huella humana que ha quedado ahí? ¿Cómo vas a machacar un cuadro de Goya? ¿Sabes lo que es la ‘Maja Desnuda’ al lado de una puñetera inundación? —¿Es más importante el arte que la vida? —El arte es la parte más noble de las personas. El arte es la esencia del hombre. Y lo más noble que el hombre puede dejar aquí es el arte, no la conservación del medio. El arte está por encima de todo lo demás. —Usted es un creador de personajes, y también de un mundo, Celama, en el que transcurren muchas de sus historias. ¿Ha tenido miedo alguna vez de perder pie con la realidad, de perderse en la ficción? —He tenido momentos de debilidad. Pero es imposible, es solo una aventura del espíritu, de la imaginación. Y la realidad siempre está ahí. El cuerpo, la cabeza, la fisiología, los estados de ánimo. Eso está ahí. Mi apuesta por la ficción y por la experiencia de lo imaginario no me ha escindido de lo real, de lo que pasa en el mundo, de lo que pasa en mi barrio. Y mi vida está ahí, en las pequeñas cosas cotidianas. No he tenido nunca ilusión por ir a cazar leones al África salvaje. —De hecho, en su literatura no hay héroes ni grands aventuras, solo gente más o menos corriente, más o menos común. —Me interesaba más lo pequeño que lo grande. Esto tiene mucho que ver con mi propia idea de la condición a la que pertenecemos. Estos personajes míos nunca hacen grandes hazañas, ni son especialmente visibles. Son un poco héroes del fracaso, pero sí hay heroicidad en su vida. Para mí es un héroe Lázaro de Tormes: eres un héroe de supervivencia y subsistencia, con hacer cosas no muy católicas, no muy gratas. Cosas contradictorias que le hacen caer en una tragedia anímica. Pero él da la medida de una identidad de ser humano que a mí me interesa mucho. —Así que el ser humano es un animal que sobrevive, fundamentalmente. — Eres un animal que sobrevive, si. La lucha por la supervivencia es el elemento crucial de nuestra especie. —Por cierto, ¿es usted nostálgico? —No, no, a mí la nostalgia siempre me ha parecido un sentimiento endeble. Yo me amoldé pronto a la melancolía como sentimentiento. La nostalgia es como una ilusión de que cualquier tiempo pasado fue mejor, y cómo me gustó, y qué buena era mi abuelita… Pero la melancolía te hace tener un cierto resplandor de las pérdidas y de lo que no pudiste llegar a ser. Te da una cierta tristeza matizada. Ese color un poco amarillento a mí me gusta más. Y luego va con la edad. Es mayor ser un poco melancólico que no un hombre nostálgico cogido hacia atrás. El pasado está empedrado. El presente se nos va de las manos. Y el futuro no acaba de llegar. Y sin embargo, ahora vivimos en un mundo invadido por el futuro. Algo que no ha llegado lo tienes en las manos, como tengo yo este cacharro en las manos [coge el móvil]. ¿Qué hago yo con esto? —¿No cree en el progreso? —Claro que sí, hacia adelante lo hemos ganado todo. Todo lo malo que queda en este mundo es del pasado. El tercer mundo, por ejemplo, es del pasado. Parece mentira que podamos vivir desde un primer mundo con un pasado tan terrible como es el que tenemos al lado. Da la medida de la miseria y de la injusticia en la que vivimos los hombres. Eso es lo más cruel de todo. —¿Qué recuerda de su infancia? —Tuve una infancia pesarosa. Así, un poco entre paradisíaca y pesarosa, en el mundo de la posguerra española. Tuve la suerte de no ser un niño metido en la orfandad de las cosas, sino en todo lo contrario, en el amor de la gente. Pero yo era un niño con muchos recovecos, un niño malo, revenido, raro. Tenía un humor agrícola. Y luego huir de un adolescente… Bueno, como son los adolescentes. Con el paso del tiempo huyó de mí perfilando, y de pronto dijeron que era un chico simpático. Y flu conformando una mirada humorística de la vida que me servía para relajar las cosas. Para sosegarme toda la cosa turbulenta interior que tenía. —¿Para eso sirve el humor? —La risa es extremadamente liberadora. Pone al ser humano en su sitio. Es uno de los elementos que aportó mayor lucidez y mayor capacidad para nivelar y valorar las cosas. —A los ochenta años, ¿qué le queda del joven que empezó a escribir? —Queda la necesidad, la idea de que escribir es descubrir. Y queda intensificado hasta límites exagerados: ya escribir es una manera de vivir. La vida, además de vivirla, se inventó sola. Y la vida que se inventa es mas poderosa que la que se vie. MÁS INFORMACIÓN noticia Si La resurrección literaria de Ray Loriga: “Las noches ya no existen para mí” noticia Si Luis Landero: “Si nos quitan el humor, nos quitan las ganas de vivir” noticia Si Chuck Palahniuk: “Hay que mostrar a la gente lo que más teme” —¿Tiene miedo a la muerte? -No no. Pero tengo un miedo atroz a como morir. Un miedo atroz. A estas alturas de la vida ya he visto muchas maneras de morirse. Y las hay honorables, razonables, y esas no están mal. Pero las hay terribles. De ahí que se un defensor acérrimo de toda la legislación y de todas las cosas que procuran el tener una muerte en la benignidad, cuando ya los límites del peso del cuerpo están provocando unos dolores tremendos. Esa cosa tan terrible de que estás tan malo que necesitas que te echen una mano continua… Eso es tremendo. Yo quiero la muerte beneplácita. en thatma [su reino literario] está al cabo del día. La muerte que te avisa y tú le dices: “No, no te abro la puerta. No me lleves todavía”. Eso, eso… Eso es razonable. Que legue levemente. —Entonces no tiene miedo. —No, miedo no. cuidado