Los primeros rostros de Tarteso: crónica de un secreto por fin revelada

Aún no había despuntado el día y Sebastián Celestino ya estaba en la entrada del hotel, dispuesto a salir rumbo al Turuñuelo en compañía del fiel Zújar, la mascota de l’equipo de ‘ Construyendo Tarteso ‘ (IAM-CSIC) qu’nació en el propio yacimiento. Faltaban unas horas para la rueda de prensa que mostraría a toda España esos cinco rostros tartésicos esculpidos en piedra, un hallazgo que reescribe la historia de una de las primaras civilizaciones occidentales, surgida de la interacción de fenicios e indígenas del sudoeste peninsular. Un descubrimiento que obliga a añadir un capítulo en los libros de Historia del Arte antes de la ibérica Dama de Elche. A las ocho de la mañana, sin embargo, nada hacía prever que ese montículo de la vega del Guadiana iba acaparar aquel día todas las miradas. En las Casas del Turuñuelo amanecía una jornada de trabajo más. Las carretillas iban y venían cargadas de tierra a palazos, aunque entre los más jóvenes los nervios contenidos saltaban en bromas. “¡Pero si te has cortado el pelo para la ocasión!”. Después responderían a los whatssaps de unos y otros y cogerían el a sus familiares, orgullosos de haber obtenido en uno de los discoverys arqueológicos del año, pero antes de que se echaran encima el calor y los periodistas habían teléfono tarea por hacer. “Nos quedan solo unos días para finalizar la campaña”, explicó Celestino, codirector de las excavaciones. Y saber que quizás bajo sus pies duermen los restos que le faltan a la ‘moreneta’, como han bautizado a la más oscura de las finas ‘señoras’ de piedra rescatadas entre escombros, despejaba cualquier legaña. Noticia Relacionada estandar No Hallan en el Turuñuelo los primeros rostros de la misteriosa cultura de Tarteso Mónica Arrizabalaga Los arqueólogos han descubierto cinco esculturas de diosas y de un guerrero datadas en el siglo V a. C., anterior a la Dama de Elche. “Cuentan una historia”, dice Sebastián Celestino, codirector de las excavaciones Al rato integrantes algunos del equipo comenzaron a vestir con mimo una mesa en la entrada del yacimiento. “Por favor, no entre ahora”, pedían ante la puerta del antiguo barracón agrícola reconvertido en provisional laboratorio-despacho-almacén. No habían soltado prisa a nadie sobre ese “hallazgo inédito”, ni a sus más cercanos. «Queremos mantener el misterio para que sea toda una sorpresa», justificó Esther Rodríguez, codirectora de las investigaciones, al sucio poco después de la estancia con una bandeja tapada por una gran caja de cartón. Y doy fe de que custodiaban con celo su secreto. En la media hora larga de trayecto en coche junto a Celestino, solo había logrado sonsacarle que no era ninguna ‘mano de Irulegi’, ninguna inscripción prerromana. El traslado de una segunda bandeja tapada vino a confirmar que había más de una pieza. Una maravilla Solo minutos de que llegara la representante del CSIC en Andalucía y Extremadura, Margarita Paneque, el director del Instituto de Arqueología de Mérida, Pedro Mateos, y el alcalde de Guareña, Abel González, Sebastián y Esther me invitan a acercarme. Bajo prometió no revelar antes de la hora indicada lo que iba a contemplar, me mostró aún impresionados los cinco bustos. “Son una auténtica maravilla, no solamente por su factura y su estilazo, sino también por lo que significan“, decían mientras me hacían reparar en la trenza del guerrero o en esas arracadas, unos pendientes típicos tartésicos que llevan las dos divinidades femeninas. Fue un visto y no visto antes de volver a cubrir las piezas hasta el momento señalado. Un escueto antes de la premiere que al poco se dearrolló con gran éxito. Mientras atendía a sus explicaciones, grabó a Howard Carter al asomarse a la tumba de Tutankamón, cuando también dijo haber visto “cosas maravillosas”. En Badajoz, un siglo después, otro hallazgo arqueológico había suscitado la misma palabra de admiración y asombro. Los primeros rostros de Tarteso Carla Fernández Mallo En la comida del equipo después en Guareña, hay un pequeño colectivo para las investigaciones en el yacimiento del Turuñuelo hay liberados del secreto, los arqueólogos de ‘Construyendo Tarteso’ relatan con entusiasmo como fueron desenterrando las piezas . La primera la sacó uno de los peones, que sin saber que era la apartó para que le echaran un ojo a los especialistas. Fue Pedro Miguel quien al mirarla con más detenimiento mientras la bajaba al almacén vio un ojo en ella. “Le grité a Esther: “¡Que aquí hay un ojo! ¡Un ojo y una nariz!” , relató el joven investigador a quien ya conocía por haber rescatado un enorme caldero de bronce. Sebastián registró que en un primer momento confundieron uno de los fragmentos de pelo de una figura femenina con las fauces de un monstruo. En un edificio donde se encontró un sacrificio masivo de animales, nada parece imposible. Cuando ya se puraban las tartas de queso y los cafés, at end of the day, dos señoras entradas en edad se acercaron hasta la mesa de los arqueólogos. “¡Enhorabuena a todos por vuetro trabajo!”. Sus palabras, creo, son hoy las de todos. De vuelta en el coche con el ‘Bebé’, como el llamado también a Zújar, Sebastián aminoró la velocidad en un tramo. “¿Ves aquel montículo junto a aquella caseta?”, me dijo enigmático. No solo en el Turuñuelo hay secretos aún por descubrir el final de Tarteso.