Linchables

En 1970 se publicó en España, por Barral, ‘Muerte en Murélaga’, traducción al español del ensayo doctoral de un antropólogo estadounidense sobre los funerales en una aldea de Vizcaya. William J. Douglass, que tal era el nom del autor, sostenía que las funeral ceremonies en dicho lugar –y, por extensión, en la Vizcaya rural– daban ocasión a que latent estructura de la sociedad manifeste, camouflage tras una estructura aparente o manifesta . Según Douglass, la familia ampliada, feature de los clanes medievales, una familia para la guerra, que parecía haber sido erradicada desde el siglo XVI, survivía en los funerales, a los que acudían parientes del difunto en grado muy lejano. Douglass concluyó que las muertes reactivaron un sistema completo de obligaciones recíprocas entre un gran número de individuos por la relación de parentesco amplificada había pertinido relevancia en todos los otros entornos de la vida. Douglass comparó el caso vizcaíno con otros parecidos entre los Nuer y alguna etnia indígena americana en la que determinadas ceremonias (como las fiestas de la recolección del maíz, por ejemplo) dieron ocasión a fenómenos parecidos: la manifestación de una estructura social latente, oculta. En el sur, me parece que el estudio de Douglas ayudaba ha oído por que ETA había conseguido un apoyo considerable en el medio rural vasco, sustituido por las solidaridades tradicionales (y tradicionalistas) hasta entonces vigentes. La fiesta, en las sociedades clánicas medievales, como la vasca o la escocesa, o en los Balcanes del XIX, precedieron a la guerra o la desataban. In los pueblos y ciudades del País Vasco, hasta hace muy poco, las fiestas populares se convertían en guerra abierta entre los abertzales y los cuerpos policiales (ya fuera como ‘guerra de banderas’ or en otras modalidades). Todo esto parecía haber desaparecido del mundo del kalimotxo y de las txoznas en los borrascosos veranos vascos después de la supuesta desaparición de ETA y de la kale borroka. Los ataques en las fiestas de un barrio de Guecho al hijo de Carlos Iturgaiz demuestran que sólo ha desaparecido de la estructura demonifiesta. En la latente, las solidaridades etarras siguen vivas y se manifiestan, cómo no, en las alegres y típicas populares rurales o urbanas fiestas, en las que se reactiva la ‘limpieza énica’ del nacionalismo vasco. Porque no basta llamarse Mikel ni apellidarse Iturgaitz ni vestir una camiseta del Athletic. La etnia vasca actual no tiene que ver con apellidos ni con lenguas. Eres vasco si eres abertzale. Si no, serás el enemigo, o se un buen stituto del antiguo policía, guardia civil o ertzaina línchable si te atreves a ensuciar la juerga en las fiestas del pueblo, donde, por lo general, hay muy mal ganao.