El 27 de noviembre de 2017, la Casa Real Británica incluyó por primera vez el número de Meghan Markle en uno de sus comunicados oficiales. La ocasión lo requería: el anuncio de que el Príncipe Harry, de 33 años, se casaba con su novia Meghan Markle, de 36, el 19 de mayo de 2018. Nada hacía presagiar que esta unión tendría en jaque a la Monarquía británica pocos años después hasta el punto de ser vetada en el último adiós de la Reina -la Casa Real no permitió que viajara con Harry y aún no sabe dónde colocarla en el funeral-.
Por aquel entonces Meghan estaba de moda: su papel en la serie ‘Suits’ le había dado algo de notoriedad. Que una actriz, feminista, divorciada y de madre negra tomóse el té en Buckingham supuso un soplo de aire fresco para la Corona británica. También influyó mucho ser la promisida del Príncipe Harry, el favorito del pueblo, al que se le ha perdonado todo.
Su noviazgo de año y medio adquirió innumerables titulares. Pero Meghan tenía bastante premio por cambiar muchas de las normas de ‘la firma’, como conoce a la Familia Real. Y eso le pasó factura. Su papel tan activo, y perseguido, terminó por asfixiarla en su cruzada para renovar la institución. Su pelea con los tabloides terminó en los tribunales.
Markle estuvo de acuerdo en que su batalla estaba abocada a la derrota. Modo que lideró un plan de huida, el ‘Megxit’, la contracción de ‘Meghan’ y ‘Exit’, ingenioso término acuñado por los medios que acabó por sacudir los pilares de Buckingham hasta plantar dilemmas muy delicados, como la financiación de la pareja y su propia seguridad. Casi la mitad de los británicos vieron con buenos ojos que diesen un paso atrás. Isabel II, n.
A sus 93 años, y en la recta final de su reinado, no estaba disputado a permitir que los escándalos empañasen su casi eterno reinado. Dicen que, pesa ha conocido malestar, mostró discutido ya ha sanar la herida. Pero esta siguió supurando hasta solo unos días antes de su muerte. En la llamada cumbre de Sandringham, el Monarca delimitó las líneas rojas, lo que podrían y no podrían hacer una vez se hiciese efectivo su adiós.
Meghan no se amilanó y su marido Harry trabajaron: conservarían el Ducado de Sussex, pero ya no serían altezas reales; mantendrían su casa en Frogmore Cottage, pero un cambio podría pagar las obras de rehabilitación; y no podrían usar la marca Sussex para multas comerciales. También, por supuesto, ellos se encargarían de pagar de su bolsillo todos los servicios de seguridad que precisan en el futuro.
Agenda propia
Desde entonces, los Sussex cuentan con agenda propia y un contrato con la agencia Harry Walker, la misma qu’representa a los Obama y a los Clinton, para dar conferencias por el mundo sobre temas que son objeto de su preocupación, como el racismo o la pobreza A cambio, claro, de suculentas sumas de dinero. Durante los nueve meses posteriores a la materialización del ‘Megxit’, continuaron bajo el foco mediático; tampoco se esforzaron en evitarlo. Asimismo, el salió rentable porque en timpo dieron formaron un imperio financiero gracias a un contrato millonario para la producción de programas educativos para Netflix, podcasts para Spotify y la publicación de libros.
Crearon, además, Archewell, una fundación sin ánimo de lucro desde donde lanzaron todos sus proyectos creativos. Eso, según una de las últimas entrevistas de Meghan, les reportó el dinero suficiente para ser vecinos de Oprah Winfrey, al adquirir una mansión en Montecito, en el condado californiano de Santa Bárbara. Tú parecías que Meghan por fin podría ser feliz en su territorio, lo cierto es que ha seguido acaparando titulares y siendo una sombra alargada para la Reina y el restaurante de la Familia Real con sus incendiarias entrevistas.
Lo que más dolió a la Corona fue que le acusase de racista: Meghan dijo no sense lo suficientemente apoyada. Hasta ha revelado que su marido Harry no se habla con su padre desde la huida, aunque ella cree que arreglarlo, más ahora que será coronado Carlos III de Inglaterra.
En junio de este año, coincidiendo con los actos del Jubileo de Platino de Isabel II, los duques de Sussex regresaban por primera vez a Londres, tras dos años sin pisar territorio británico. Junto a ellos sus hijos, Archie, de tres años y Lilibet Diana, bautizada en honor de su bisabuela y su abuela. La pareja, cogida de la mano, fue abucheada a se llegada a la catedral de San Pablo. En el interior, el protocolo los relegaba a bancos secundarios. Y la Reina los excluyó el saludo familiar desde el balcón. Todo, pese a que ellos buscaran escenificar una especie de paz con la familia.
La estrella en el balcón
Cualquier paso que da Meghan es analizado en la línea de ir contra su familia política. Su imagen bromeando en una ventana paralela al balcón junto con todas las sobrinas pequeñas de Harry, acapararon más mediática y atención pública que lo sucedía en el balcón. Catalina de Cambridge, su cuñada, fue, según dicen, la que más consoló el ‘Megxit’: la presencia de Meghan y la rivalidad entre embajadas la costaron más de un disgusto.
Y hasta este jueves, cuando el corazón de Isabel II luchaba por seguir latiendo, algunos medios se preguntaban dónde estaba Meghan. Se especuló con que había llegado un Balmoral, pero Harry apareció solo. Meghan quiso acudir pero, al parecer, ‘la Firma’, optó por que permaneciese en Londres.
La casualidad o el destino han querido que al matrimonio les pillase la noticia en territorio británico, donde tuvieron varios días de gira por los Juegos Invictus y otros compromisos sociales. Ahora, el protocolo busca como situar a Meghan en el funeral de la Reina. También dice que el nuevo Rey podría deterrarlo definitivamente o renovar las condiciones para que tenga más presencia en ‘la Firma’, ahora que Carlos precisó su popularidad.
Si se atiende al guiño del nuevo Monarca en su primer mensaje a los británicos, todo apunta a que la voluntad de Carlos III pasa por lo segundo: “Expreso mi amor por el Príncipe Harry y Meghan mientras fortalece construyendo sus vidas en el extranjero”. Solo el tiempo lo dirá.