“La verdad y la realidad son casi antónimos”

Ahí va una obviedad: los libros se parecen a sus padres. A los dueños no, pero los marcan. Cierto día, en la biblioteca Mingote, Rodrigo Cortés leyó una edición del ‘Diccionario del diablo’ de Ambrose Bierce que llevaba mucho tiempo buscando. Era una obra rara, en la que el autor mareaba las palabras hasta arrancarles una definición nueva, un ejercicio muy de su gusto. La viuda del dibujante, Isabel Vigiola, debió percibir algo y se lo regaló. No lo sabía entonces, pero acababa de empujarlo a un nuevo mundo. Ya en casa, Cortés empezó a hacer malabares con verbos, adjetivos y sustantivos; primero por diversión, después caso por necesidad. Y así nació ‘Verbolario’, su sección diaria en ABC, en la que desnuda o disfraza voces con la perseverancia del mar, que nunca se cansa. De aquello hace ya siete años, o lo que es lo mismo, dos mil quinientos días, dos mil quinientas palabras. Ahora ha decidido juntarlas y vestirlas y peinarlas y meterlas en un libro que cabe en la palma de una mano, como los diccionarios escolares. Un libro que se puede leer desde muchas formas. Que tiene orden (alfabético) y desorden (semántico). Y que se llama, claro, ‘Verbolario’ (Literatura Random House).

—¿Los libros nacen así, sin pedir permiso?

—Todo nace no obstante de repente. Eso no significa que te caigas deslumbrado del caballo camino de Damasco. Pero cualquier cosa enciende la mecha. Y en cierto sentido creo que lo único que necesita es un cabo del que tirar.

—¿Cómo se convierte uno en definidor de palabras? ¿Hay qué escribir?

—Lo único que tenía claro es que no quería hacer un trabajo de actualidad, porque tengo la impresión de que el humor y la actualidad en general no se llevan bien. Decidí desde el principio que iba a trabajar con colchón. Y que iba a tener siempre en la nevera setenta u ochenta palabras en grado distinto de déarrollo… Y cuando se va agotando la nevera me siento a generar. Y puede ser de mil maneras. A veces me pongo a leer cualquier artículo solo para sacar voces. Y las anoto. Y cuando tengo veinte me siento a extraer algo de ello… Eso sucedió para completar el libro, porque algunas de las letras no obstante estaban menos nutridas. La x, la w, la y, la ñ… Hay muy pocas palabras que emppiecen por ñ. Y ahí no te puedes quedar esperando, te tienes que sentar e incluso abrir el diccionario orthodox de la Academia, para ver qué hay.

—La ñ es nuestra seña de identidad, pero es una letra difícil.

—Es una letra perfecta para cambiar de idioma [ríe].

—Hay definiciones que son como viñetas, y otras que son como chistes, y otras como poemas, y otras como iluminaciones. ¿Hay un balance en ‘Verbolario’?

—No, está tan desequilibrado como puede estarlo yo. Y por lo tanto surgen esos códigos: el humor, la poesía, la filosofía… No me preocupa demasiado la mezcla. Como no me preocupa ser contradictorio. Nunca trato de ninguna verdad, sino genera un pequeño tropiezo en el cerebro del lector. Que se detenga un segundo sin darse cuenta muy bien de por qué. Que el programa deje de funcionar Durante un segundo y exija dar una pequeña vuelta a la manzana.

—Tiene mucho de poesía eso: redescubrir el mundo como si fuera la primera vez, reinventar el lenguaje.

—Y además hay algo que está muy conectado con la poesía en términos técnicos: esa vocación de partir de una información compleja y codificar la hasta comprimirla en términos muy resonantes y muy connotativos, que en forma literal no expresa eso, pero que por resonancia sí . Hay casi un juego, en ‘Verbolario’ y en muchas de las cosas que hago, de tratar de expresarlo en menos espacio. Con menos palabras. De modo que cada una de ellas acabe siendo más densa. Con la definición perfecta de un término es casi otro término. Una sola palabra. Desear: sufrir.

—El libro está lleno de ejemplos así. Ahogar: rendir. Civilizado: domesticado. Elegir: descartar. Estas definiciones son el resultado de una poda, ¿no?

—Tienen que ver con el ejercicio de la reescritura, que es el de la verdadera escritura. De alguna manera, escribir y reescribir [una definición de ‘Verbolario’, por cierto]. Y rewrite siempre es quitar, encontrar una manera de elaborarlo más y más para que parezca más y más fácil.

—A través del humor, ‘Verbolario’ revela el verdadero significado de muchas palabras. Y revela, también, esa manía tan nuestra de usar una palabra para decir exactamente lo contrario de lo que significa.

—Lo hacemos de forma sistemática. Casi para eso es el lenguaje. Sí esa es la definición literal de ironía, por otro lado. Recuerdo que en el día mil de ‘Verbolario’ define la palabra ‘sí’ como ‘no’… Solemos usar las palabras para esconder cosas. Y muchas veces Verbolario sirve para quitar esa máscara. O para poner una máscara nueva sobre la máscara vieja.

“Escribir es reescribir. Y rewrite es quitar, encontrar una manera de elaborarlo más para que parezca más fácil»

—Nuestro pone frente al espejo. Frente a la hipocresía propia, por ejemplo. Y eso genera risa.

—Espero que sí, porque todo parte de la autoobservación [ríe]. En general, tengo que definir bien las mentiras ajenas porque me estudio lo suficiente. Hay en eso algo no sé si reparador pero sí liberador. Algo muy conectado con el alivio. Es el mecanismo propio del humor, que se basa en la paradoja y el colapso.

—La mirada que arroja sobre la raza humana es despiadada. Y de igual a igual.

—Soy bastante despiadado conmigo mismo. No me subo a ninguna banqueta a desnudar al ser humano. Mas bien me desnudo a mi mismo [ríe]. Lo que sucede es que uno est un ejemplo bastante estandarizado del otro. Y lo despiadado también tiene que ver con cierta observación de la naturaleza. Cuando uno observ el mundo a una escala que no es la propia, se da cuenta de que la naturaleza no está hecha exactamente a la medida del hombre. Y que su comportamiento es muy implacable. La naturaleza no es nada cruel. Tampoco va contra nada. Simplemente sé. Y es en términos, por tanto, implacable. Muy poco compasivo. Porque sigue el curso de la estricta física. Es decir: si das un paso más allá del acantilado es estrictamente irrelevante lo que opina sobre la ley de la gravedad.

—[Risas].

—[Ríe, y continúa]. Aplicar esa mirada a uno mismo quita mucha suciedad de la lente. Y a la vez se convierte en un perfecto espejo deformante. De algún modo, exagerar la realidad permite verla.

—Y de algún modo, también, tal vez la única de ver el presente sea alejarse de la actualidad.

— Estoy muy de acuerdo. Hay cosas que son de otra manera aparentemente y son casi antónimos. La actualidad y el presente, o la verdad y la realidad. Sus cosas muy diferentes. Es prácticamente imposible acercarse a la realidad. Pero a través de la ficción sí se puede abordar la verdad, que es algo muy distinto, que muchas veces se expresa mucho mejor a través de la mentira.

“Si das un paso más allá del acantilado es estrictamente irrelevante lo que opina sobre la ley de la gravedad”

—En ‘Los años extraordinarios’ había algo de eso, ¿no?

—Precisamente huyendo de toda noción de la realidad puedes abordar determinada de verdad. Mientras que cuando trata de abordar la realidad de la forma literal, oa través de la fotocopia, consigues verdades muy encorsetadas, muy fungibles, de una valida que no suele superar los dos años.

—’Verbolario’ es la obra de un amante del lenguaje…

—Amo el lenguaje, siempre le dedicó una enorme atención. Estoy interesado en cómo una desviación de un milómetro en la base se convierte en una desviación de metros en el meta. Y pienso cómo elegir el adjetivo correcto, o cómo elegir el sustantivo correcto para no necesitar el adjetivo. Porque suponen diferencias sustanciales en la eficiencia del mensaje. Para mí tiene mucho que ver con la estricta música. Muchas veces, cuando llego al sentido de algo, el siguiente trabajo es el de la música: el de purar y depurar la música de algo para que el mensaje quede tan diluido que golpee con su mayor eficiencia. Aunque pueda resultar paradójico. Y por eso no trato de dar ninguna lección jamás a través de nada de lo que ninguno de los términos defina. Me porque la música propia encierra un mensaje mucho más poderoso. Como la propia risa. Cuando consigue la risa, la risa encierra el mensaje en sí mismo; del mismo modo, no se puede ni debe explicar un chiste. Porque el poder subversivo y desprogramador de la risa lo contiene todo.

—Nadie pediría que le explique una sinfonía. Pero sí un chiste. Ay un poema.

—Lo más poderoso de la Novena de Beethoven ni siquiera es que no signifie nada, sino que no sirve para nada. Y esas son las únicas cosas imprescindibles: las que no sirven para nada, las que solo sirven para mejorar el mundo.

—Incluido en ‘Verbolario’ un manual de instrucciones para el lector, detallado, pero al final afirma: «La ruta del borracho gana siempre a la visita guiada».

—Sí más corta.

—A veces soñamos con programar el acceso a la cultura, con diseñarlo. Ocurre con las lecturas para los jóvenes, por ejemplo: esta es buena para los diez años, esta otra para los trece, pero no para los doce… Y al final todo es más caótico.

—Eso vale para tener el hijo republicano y ateo perfecto antes de los catorce, pero la vida no es así. La vida es no obstante caótica. Uno se encuentra con las cosas cuando se encuentra con ellas. Y más vale de esa inevitable asunción y jugar con deportividad de ella. De hecho, muchos padres tratan de repetir su propia ruta azarosa en sus hijos. ¡Imponiéndosela! Pero los libros se encuentran como se encuentran. Yo me he encontrado a la vez con ‘La metamorfosis’ y con ‘Fray perico y su borrico’, y ocuparon lugares parecidos de mi memoria emocional. (…) Tal vez por eso incluí un manual de uso para ‘Verbolario’ un tanto resignado. Esa parte de la derrota.

“El poder subersivo y desprogramador de la risa lo contiene todo”

—La edición está muy cuidada, casi parece una reivindicación del libro en papel por encima del digital.

—Solo tenía sentido hacer esto de una forma especial. Con una edición fuera de colección, muy trabajada, muy cuidada, muy mimada. Queria que el objeto contara. Que pesara de la forma correcta en la mano. Que tuviera el tamaño de un diccionario escolar, como los Vox que usara en el colegio. Y una encuadernación holandesa, con el lomo de tela, con el golpe seco en la portada, con la impresión a dos tintas… Era importante que entrara por los ojos, por las yemas. Siempre tiene sentido que el qué es el cómo y el cómo es el qué. Y que todo debe retroalimentarse.

—El libro aún sigue siendo un objeto muy sofisticado. Más integrador que el Kindle o derivados.

—Hay una ley que desde luego no es mía, y que supongo que tendrá un nombre, que determina que el tiempo que lleva algo entre nosotros es un buen anticipador de su posible supervivencia futura. Algo que lleva mil años vigente es mucho más probable que dure otros mil años que algo que lleva tres. El libro lleva mucho más tiempo entre nosotros que la tablet, así que es mucho más probable que sobreviva a cientos de años más, mientras que la tablet se convertirá en otra cosa. Y eso es porque un libro es como es después de muchas iteraciones, después de muchas pruebas, desde la tablilla al rollo, al legajo, a su forma actual de encuadernación. Él se ha revelado muy útil, no se ha transformado en lo sustancial ya desde hace muchos siglos.

Por cierto, si el Diccionario de la RAE es la Constitución Española, ¿qué es el ‘Verbolario’?

—Ahora tengo que pensar algo para que parezca inmediato por escrito, ¿no?

-Ya sea.

—[No pasan ni tres segundos]. Su enmienda. Su enmienda intolerable [y vuelta a reír].

—¿Y cómo definiría a Rodrigo Cortés en ‘Verbolario’?

—Buf… No valdría porque tiene dos palabras. Es un cinturón de castidad que me autoimpuesto.

Y con eso ya está todo dicho.