La madre coraje que se está dejando la vida buscando el cadáver de su hijo

Cuatro años y 21 días lleva Gina Marín sin dormir una noche completa. Desde la Nochevieja de 2018, cuando creyó que su Henry, su niño, había vuelto a casa en Orihuela Costa. Falso alarmado. Hasta hoy, cuando ella ya no es Gina, sino la madre que ha perdido el pelo y la salud buscando a su hijo; la mujer que ha pasado noches durmiendo en la calle, se ha metido en casas abandonadas por si lo habían tirado a alguna, se ha disfrazado y se ha subido a los árboles para vigilar a quien ella cree responsable de la desaparición de Henry. Ha dicho muchas veces que se quiere morir y aun así sigue luchando: enferma, arruinada y lejos del lugar donde se lo han arrebatado todo.

“El día 1 de 2019 mi hijo no me contestaba. Desde el trabajo se fue a celebrar la Nochevieja con unos amigos. A las cuatro de la madrugada tuve un mal presentimiento. Oí que llegó a la puerta, me levanté pero no era él. A las ocho de la mañana lo empecé a llamar. A sus 20 años siempre me hablaba antes de irse a dormir, me decía que ya había llegado o venía a tomar un café conmigo. Llamé a Andrés, mi otro hijo. No se por qué me sale apagado tu hermano, le dije. No es normal”.

Gina empezó a buscar, ya con agonía. Fue a poner la denuncia al cuartel de Orihuela Costa (Alicante) donde vivían. “Tiene más de 18 años, estará de fiesta. Eso me respondió y yo insistía: a mi hijo le ha pasado algo. Llamé a la Policía, a todos los hospitales. Ubicado en uno de los chicos de la fiesta, estaba de viaje pero me dio el número de otro”.

Todos los manuales aconsejan denunciar cuanto antes porque las primeras horas son cruciales para no perder información. Gina siguió el manual de su instinto y su corazón. El amigo de Henry le dijo que estaban esperando para contarle lo que había pasado. Ella y su hijo mayor corrieron a la casa pero no les abrieron. Volvieron más tarde y había ocho jóvenes esperandolos en la calle.

Un video

El relato la destrozó. A las cuatro de la mañana, a la hora de su mal presentimiento, uno de ellos, un islandés con el que Henry compartió piso los últimos meses empezó a golpearlo. “Me dijeron que los golpes eran todos en la cabeza y sonaban como petardos”. Lo echaron a la calle medio desnudo, pidió auxilio y la llamó a ella: “Mamá, mamá”.

Gina está convencida de que no salió de esa esquina. La madre subió en el coche a los compañeros de farra y los llevaron al cuartel. “Se puso de acuerdo en qué decir, se estaban mandando mensajes”. Uno de ellos voló a su país, Islandia, al día siguiente. Ha declarado pero mucho despues.

La Guardia Civil inició la búsqueda y se hicieron batidas, aunque Gina y los suyos salían a diario a recorrer cada rincón. Ni rastro. Un día en una de estas comitivas desesperadas, en un parque, uno de los compañeros de Henry que estaba en la casa mostró un video. Ella lo vio y se desmayó. Su hijo estaba reventado a golpes.

“¿Por qué no lo ayudaron, por qué no llamaron a una ambulancia?”, sigue preguntándose cuatro años después. La secuencia completa perdida, aburrida; solo se recuperó une parte que está incluida en el sumario.

“El sargento y el teniente me decían: sin cuerpo no hay delito, Gina. Yo ya no podía más”. “Usted sabe que mi hijo está muerto”, les dijo muchas veces. La mujer, madre de otros dos hijos llegó a dormer en la calle, se pasaba día y noche pegando carteles y buscando, preguntando a cualquiera. Se disfrazaba y se subía a un árbol para vigilar al Icelandés. Abandonó el salón de belleza que regentaba, con cinco empleados, y en el que Henry le hacía de traductor para la clientela extranjera que abarrotaba su negocio.

Ella se presentó una y otra vez en el cuartel para que pusieran más medios, para que no dejaran de buscar a su niño. “Era un bendito”, repite al teléfono sin parar de llorar. “Pusimos un detective, pero el sargento me dijo: ‘Gina, no gastes más dinero’. De todas formas, ya no lo tenía”.

Las cámaras, muchas en esas urbanizaciones, no recogieron la imagen de Henry. La madre, convertida en investigadora por pura desesperación, tiene su propia teoría. Aquella noche, el islandés, el compañero de piso al que Henry iba a dejar para volver a casa de su madre, fue quien le golpeó en la cabeza. Ella cree que Henry amenazó con denunciarlo por un episodio ocurrido días antes.

El día de Nochebuena, su hijo llegó a la peluquería con una chica y pidió a su madre permiso para que cenara con ellos. A Gina no le hizo ninguna gracia, era islandesa y una desconocida. “Tiene un problema, mamá, no se puede quedar con Álex (el compañero de piso) en la casa”, contó. Al día siguiente la llevaron al aeropuerto. Ahora saben cuál fue “el problema”. Localizaron a la joven y esta les contó que la había violado el mismo individuo que supuestamente reventó un golpe a Henry. Gina sigue suplicándole que le denuncie. Para ella ese es el desencadenante de lo que sucedio.

Los amigos aseguran que Henry huyó herido. La madre sabe que no salió vivo de esa casa. La Guardia Civil lo registró pero tiempo después. “No nos hieron caso porque era un chico y mayor de edad”, lamentó.

Henry, que llegó de Colombia muy pequeño, estudiaba y trabajaba. Queria ser guardia civil. Gina creyó volverse loca en el confinamiento cuando no podía salir a buscar. Mandó a su niña de seis años a Murcia con su padre, incapaz de cuidarla. “Yo solo quería morirme, pero la psiquiatra me pidió que me diera una oportunidad”.

La mujer, que había trabajado como maquilladora en televisión y montó un exitoso centro de belleza, huyó a Londres donde vive una amiga para no volverse loca. Sin tensión ni para comer. Había perdido el pelo y sufre hemorragias continuas por estrés. Ahora es limpiadora y vive con su hija, pendiente del teléfono las 24 horas. La Fundación Europea por las personas desaparecidas QSDglobal llama al caso de Henry como «dramático» y está ayudando a Gina, el ejemplo de una familia destruida por una desaparición.