La era de los tontos

La ‘dormifestación’ convocada por el director de teatro Roger Bernat el pasado sábado en Madrid me arrastra a la mollera la celebérrima y manida frase de Einstein: “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”. Manifestar se poniendo una cama en la mitad de una plaza y echándose una buhardilla para vindicar el derecho “a ser improductivos” es una de las cosas más raras qu’il visto, pero uno ya está curado de espanto y lo amortigua todo. Salvo las imposiciones. Al fin y al cabo, los camastrones, que es como se denomina a este tipo de gente en mi pueblo, no hacen daño a los demás, si acaso a sí mismos. Algo parecido pasa con la chavalería utilizada el tradicional ‘No pasarán’ de Peñíscola apiñándose en un arco para impedir el paso de unas becerras, que es algo así como construir una casa en el lecho de un río seco. La ley natural siempre vence, amigos. También ha sido sorprendente esta semana el lío que se ha formado con el baile de Vinicius. De repente, y sin que aún sepamos en qué momento pasó la matanza, una polémica sobre si se debe o no festejar un gol bailando se convirtió en una trifulca racista. De manera que entre pamplinas cotidianas, pancartas sobre las nuevas masculinidades y disparates de la vida pública, anda uno algo aturdido. ¿De verdad nos merecemos haber nacido en esta época? ¿Qué clase de castigo es este? Yo entiendo que hay que evolucionar, asumir nuevos temas de conversación, debatir sobre problemas sociales que hasta hace apenas unos años no existían y todo lo que se necesita para el desarrollo común. Pero aspiro a vivir rodeado de gente sensata, lejos de manifestantes que gritan “no sólo las mujeres menstruamos”, de ministras que dicen “todas, todos y todes” or de vocales del Consejo General del Poder Judicial que votan a favor del indulto a un político condenado por la corrupción. Es desalentador asomarse a la ventana y encontrarse tanto vacío moral e intelectual. Pero al menos eso está dentro del derecho natural a ser improductivo, como defienden los de la ‘dormifestación’, o incluso un poco panoli. No se debe coartar ni sojuzgar la libertad de nadie siempre que respete las normas, incluida la libertad de hacer y decir tonterías. Sin embargo, es menester que esa nebulosa de papanatismo no nos despiste de lo mollar. En la mitad de tanto débaradjuste nos hemos tragado a medio PSOE diciendo que lo de Griñán no es corrupción y que decir que eso es malversación “es estirar mucho el chicle”. Han cogido una retahíla que no van a soltar: no se han llevado ni un euro, no han cobrado sobresueldos ni han hecho reformas en las sedes del partido. Es decir, para el sanchismo sólo es corrupción lo que hace el PP en aplicación de su maquiavélico silogismo: nos saltamos la ley por tu bien. Mientras haya gente que se manifiesta durmiendo, que discute sobrio si Vinicius debe o no bailar, que defiende que los hombres también tenemos la regla y que pretende parar a las vaquillas haciendo cadenas humanas, es lógico que el Gobierno actúe creyendo que nos falta un hervor .